Escrito originalmente el 28 de diciembre de 2003
En la Feria del Libro de Guadalajara compré un libro que contiene los diálogos de algunos coloquios de pastorelas, supuestamente recopilados en un trabajo de investigación que se realizó en los municipios de Poncitlán, La Barca y Ocotlán. Cuando lo revisé, pensé que junto con los nombres que aparecen en el libro debió aparecer el de Doña Juanita Díaz o de alguien más de San Miguel.
Cuando niños, los pastores eran una parte muy importante de las fiestas de Navidad. Yo creo que desde septiembre se empezaban a reunir las personas que se ofrecían como voluntarios para salir en las pastorelas, pues había que ensayar duro por muchos días para aprenderse los diálogos.
Yo nunca ví como ensayaban, pero me imagino que era algo bastante complicado, pues en una pastorela participaban yo creo que al menos unas 30 personas. Entre los personajes más importantes que recuerdo estaban los ermitaños, San Miguel, el ranchero, el Bato y Gila, Bartolo y, por supuesto, los diablos y los ermitaños. En esto de los diablos me llamó la atención cuando supe que había varios, además del Diablo mayor: Tentación, Asmodeo, Pereza, Gula y no recuerdo cuales más.
Mucha gente entraba a la pastorela como manda, otros yo creo que lo hacían por gusto, pues lo hacían por mucho tiempo. Este es el caso de Dn. José Rojas, que salía de Diablo; José Vega, que salía de Ranchero; Chilo Ramírez, quién fue un magnífico ermitaño y Salvador Cárdenas, quien salía como uno de los principales pastores. A mi me parecía curioso la forma en que este señor cantaba, hasta después supe que era reconocido por hacer una magnífica segunda.
A la gente del pueblo le producía mucha satisfacción ir a ver a los pastores. Había que dedicarle un buen rato; yo creo que escuchar completamente los diálogos llevaba cuando menos unas cuatro horas. Mi mamá, desde que éramos niños, nos animaba a que fuéramos a oírlos. Los pastores cantaban muchas veces en El Zalate, después de terminada la misa. Después cantaban también en las casas, conforme los fueran invitando. Creo que regularmente no cobraban por las cantadas, pero quien los invitaba tenía que darles de comer (y darle de comer a más de 30 personas no es cualquier cosa).
Entrar a la pastorela implicaba un compromiso muy fuerte, pues los integrantes tenían que estar disponibles al menos por un mes, incluso estar dispuestos a salir del pueblo si recibían alguna invitación. Muchos de ellos llegaban de trabajar y solamente se ponían encima de su ropa de trabajo los trajes de su personaje, así que uno podía ver por abajo del traje sus botas o guaraches llenos de lodo y estiércol.
Preparar los trajes que usaban requería dinero y bastante inversión de tiempo. A mi mamá en ocasiones le tocaba coser algunos de ellos. Los colores eran muy llamativos, con telas lustrosas y con una cantidad enorme de lentejuelas. Los pastores tenían unos bastones bastante largos (yo creo que más de dos metros) y se colgaban de la parte más alta una buena cantidad de listones anchos de diferentes colores. Los diablos usaban también una especie de cascos de donde se desprendían unos velos de color negro, lo que les daba un toque muy misterioso.
Había que poner mucha atención a los diálogos, pues obviamente no había micrófonos, además de que muchos de los participantes no se caracterizaban por tener una buena dicción. Pero la verdad es que los niños nos concentrábamos más en jalarles las trenzas a los ermitaños que en escuchar los diálogos. Además, el ir a ver los pastores a veces era sólo un pretexto; alrededor de los mismos había muchas cosas que hacer con los amigos o con otros niños de la edad.
martes, 8 de diciembre de 2009
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