(Escrito originalmente en agosto del 2008)
Foto de Araceli Martínez Cuevas
La escuela
primaria a la que nosotros asistimos es la que está junto al templo y frente al
zalate. Desde entonces se llamaba Escuela Rural Federal “Revolución Agraria”,
nombre que me parecía muy largo, pero me gustaba. Sería interesante saber desde
cuando funcionó la escuela en esas instalaciones y desde cuando se le asignó
ese nombre.
Las primeras
veces que yo entré a la escuela fue por algún asunto de mis hermanas, que ya
estaban estudiando ahí. Una de las primeras imágenes que tengo –a lo mejor no
muy agradable- involucra a mi tío Pablo, con la enorme regla que cargaba
siempre y con la cual, además de ayudarse en el trazo de líneas en el pizarrón,
repartía castigos y correctivos.
La visión de
cómo debe impartirse la educación ha cambiado bastante con el paso de los años,
pero en aquel tiempo la mayor parte de la gente no veía mal que el profesor les
diera algún castigo físico a las muchachas y los muchachos, sobre todo si se lo
merecían. Recuerdo haber escuchado en varias ocasiones a algunos papás que les
decían a los profesores que les encargaban mucho la educación de sus hijos y
que cuando fuera necesario no dudaran en darles sus “varazos”. Una vez ví
también a un papá que muy orgulloso, llegó a buscar a mi tío Pablo llevándole
una enorme vara de membrillo, las cuales tenían fama de causar bastante dolor.
Otras
imágenes que tengo de correctivos puestos por los maestros se relacionan con
alguien hincado en una esquina y con un ladrillo en cada mano. También a una
profesora peinando con una escobeta a una niña que seguramente llegó a clases
varios días mal peinada. Afortunadamente nosotros no teníamos problemas en ese
sentido, pues mi mamá se aseguraba de que saliéramos siempre bien peinados y
con el pelo fijado con agua de “nejayote” o con jugo de limón.
En el tiempo
en que yo estudié estaban como profesores los maestros Santiago Ramos, de San
José, que me dio clases un tiempo, creo que en primero; las maestras Chayo y
María Luisa, que venían de Atequiza; así como mis tíos Angelina Cortés, María
Rojas, Pablo Cortés y María Nuño. Cuando
llegué a quinto llegó otro profesor de nombre José Luis y en sexto me tocó otro
profesor recién llegado, el Mtro. Ismael García Ramírez.
El patio era
de tierra y en el centro, pegado a una pared del templo, había un pequeño
jardín, donde recuerdo que había un vástago. Pero finalmente la mayor parte de
los niños nos salíamos a la calle cuando llegaba la hora del recreo, jugando en
toda la cuadra que va desde la plaza hasta el templo, trepándonos al foro o a
las raíces del zalate. Muchos niños acostumbraban irse a sus casas, que no
estaban lejos y ahí aprovechaban para comer algo. Afortunadamente en ese tiempo
circulaban pocos vehículos, pero de todos modos los profesores estaban al
pendiente de que no fuera a haber algún accidente.
En los
primeros años en que estuve en la escuela estaba como presidente de la
república Adolfo López Mateos, quien promovió los desayunos escolares y éstos
llegaron hasta nuestro pueblo. Todos los días, mi tío Federico Flores, esposo
de mi tía María Nuño, llegaba con una enorme cántara en la que preparaba un
espeso chocomilk, el cual se acompañaba con un crujiente bolillo. Ahora pienso
que era demasiada azúcar y harina, pero me imagino que se trataba de que a los
niños no nos faltaran energías para aprender.
En mis
tiempos, el aseo de la escuela dependía de todos. Al terminar las clases
diarias, entraban en acción los que tenían la comisión de hacer el aseo esa
semana, levantando las bancas para dar una barrida y trapeada rápida. Era común
que uno llegara a la casa un poco más tarde diciendo: “es que me tocó el aseo”,
lo que en ocasiones era nada más pretexto.
También
había que hacer el aseo en las áreas generales, como el frente de la escuela, el
patio, el pasillo y los baños. Esto era más complicado, por lo que igualmente
se nombraban roles para el aseo. En este caso había que levantarse muy temprano
y pasar a las casas a hablarles a otros compañeros, para trabajar con rapidez y
lograr que cuando todos llegaran ese día a clases ya todo estuviera bien
barrido y trapeado y oliendo a creolina. Como en ese tiempo no había muchos
relojes en las casas, ni siquiera radios, me tocó en más de una ocasión que
alguno de mis compañeros llegara a hablarme a la casa tan temprano, que
terminábamos de hacer el aseo antes de que saliera el sol. Y eso que los
varoncitos éramos bastante torpes en eso de barrer y trapear, por lo que a mí
me daba mucho gusto cuando también le tocaba ayudar a alguna compañera.
Así que la
escuela regularmente estaba bien limpia y presentable. Cada determinado tiempo
se le pedía apoyo a los de la
PRISA , los fabricantes de pintura que iban a recoger el gis
que se fabricaba con mi tío Beto, quienes muy solidariamente le daban una pintada
al menos a la fachada. El foro se pintaba con agua de cal, revuelta con babas
de nopal, tarea en la que todos participábamos. Tampoco se batallaba por gises,
pues solamente había que ir a la casa de mi tío Beto, quien regalaba los que se
rompían, que eran muchos. Los pizarrones
eran de cemento y se pintaban de vez en cuando con tinta,
Cuando salí
de sexto año, creo que en 1966, y fui invitado a visitar México y al presidente
de la república, que ya para entonces
era Gustavo Díaz Ordaz, mi tía María Nuño me dio una carta con la encomienda de
entregársela al Presidente; en esa carta se le explicaba que la escuela
primaria ya era insuficiente y se le pedía apoyo para que se construyera una
nueva. Durante todo el viaje estuve tremendamente preocupado y nervioso pensando
en cómo le iba a hacer cuando tuviera enfrente al Sr. Presidente para
entregarle la carta. La verdad es que en su
momento supe que prácticamente todos los niños que iban de Jalisco y los
otros estados llevaban una carta con una petición.
No puedo
asegurar que la carta que entregué en México haya tenido algo que ver, pero
unos dos años después se empezó a construir la escuela que funciona ahora, en
terrenos que antes fueron de un campo de béisbol. No recuerdo la fecha en que
dejó de funcionar la escuela en la que yo estudié la primaria, pero pienso que
debió haber sido hacia 1970. Tiempo después fue remodelada para que funcionara
como escuela de artes y oficios.
En esos
tiempos la escuela era el centro de la vida de mi pueblo. Los profesores no
solamente enseñaban a los niños, sino que se constituían en guías y líderes en
todos los aspectos. Estaban al pendiente del calendario cívico e involucraban a
todo el pueblo en las celebraciones de los días de fiesta, ya fuera con
desfiles, festivales u otro tipo de actividades. Frente a la escuela se
instalaban las casillas los días de las votaciones; ahí también llegaban
brigadas de vacunación, era el punto de reunión de los ejidatarios o de otros
asuntos importantes para mi pueblo. No sé en qué momento esto se fue perdiendo,
supongo que en algo influyó que la escuela se haya mudado a un lugar más a la
orilla, pero más bien creo que esta situación se dio en todo el país.