lunes, 1 de noviembre de 2010
Los tesoros enterrados
Los tesoros enterrados
(Escrito originalmente el 13 de Abril de 2008)
Las historias y leyendas sobre tesoros eran parte importante de la imaginaria del pueblo; muy ligadas a historias de lugares encantados y sitios donde espantaba. En las reuniones para contar cuentos, adivinanzas y chistes, bajo las noches estrelladas o de luna llena, era frecuente que en algún momento alguien hablara de aparecidos, de lugares donde se veían llamas, se escuchaba el arrastre de cadenas o de otros temas relacionados con tesoros.
Yo he pensado que esa imaginación de alguna manera se relaciona con la pobreza de la gente, que necesitaba ilusionarse sobre la posibilidad de que existiera alguna forma de salir de pobre algún día.
La explicación sobre la existencia de tesoros escondidos tenía bastante lógica. En los disturbios que por mucho tiempo se dieron en el país, durante la Revolución y la Cristiada, mucha gente trataba de guardar su dinero de la forma más segura que conocían y ésta era enterrándolo. Por otra parte, en aquel tiempo no había bancos cercanos, me imagino que solamente en Guadalajara, además de que la gente les agarró confianza hasta que pasaron muchos años.
Yo nunca ví un tesoro de los que pudieron haberse enterrado y luego descubierto en el pueblo; pero me llamaba la atención de que la gente siempre hablaba de ollas o cántaros con dinero. Yo me preguntaba porque no los ponían en cofres metálicos o de madera. En cuanto al contenido, supongo que lo que se guardaba eran monedas de oro, algunos de ellos centenarios, o ya de perdida de plata; no tendría mucho caso guardar monedas o billetes de cuño corriente.
De la gente a la que de pronto le empezaba a ir bien, se sospechaba que se había encontrado una olla de dinero. No sé si esto efectivamente sucedió en alguna ocasión, pero me consta de personas y familias que de un día para otro cambiaban drásticamente su forma de vivir.
Comentaba que el tema de los aparecidos estaba muy ligado con el de los tesoros. La gente pensaba que una de las principales razones por las que un difunto trataba de comunicarse con los todavía vivos era para hablarles de algún tesoro que había dejado oculto. Por eso era importante que la gente se sobrepusiera al natural temor de ver un aparecido y de ser posible se animara a preguntarle si tenía algún mensaje en ese sentido.
También existía una relación con lugares donde por la noche se veían resplandores o llamaradas. Si alguien veía “arder” en algún lugar, era muy posible que ahí hubiera un tesoro enterrado. En alguna ocasión leí, hace mucho tiempo, que efectivamente era posible que por reacciones de diferentes compuestos químicos se pudieran ver esos resplandores, pero no necesariamente se relacionaba con tesoros.
Había muchas historias de lugares, en San Miguel o en otras ciudades, donde había espantos resguardando tesoros y al mismo tiempo buscando a quién entregárselos. Gente que durante su vida no se había portado muy bien, ofrecía un tesoro a cambio por ejemplo de que alguien se animara a rezar un rosario junto con ellos, lo que les ayudaría a salvar su alma; otros espíritus sólo pedirían que se les dijeran algunas misas con parte del dinero enterrado, pero aquí lo difícil era que alguien tuviera la valentía de quedarse para escucharlos y no saliera despavorido en cuanto vieran al pobre fantasma. Se contaban historias de que algunas gentes a las que les había ido bien en este aspecto era porque andaban tan borrachos, que ni siquiera se dieron cuenta de que estaban platicando con un difunto.
En algunos casos el asunto no era tan traumatizante, pues los aparecidos ni siquiera harían el intento de hablar con alguien, solamente se aparecerían, caminarían unos pasos y desaparecerían de nuevo. Ahí de lo que se trataba era de fijarse bien en que lugar exactamente habían desaparecido, pues muy probablemente la intención del difunto era mostrar donde había enterrado un tesoro.
Cuando se iba a escarbar a algún lugar donde se sospechara que había algún tesoro, había que ir provisto de herramienta y regularmente acompañado, para proveerse de valor. Otro elemento muy importante era de que había que ir con el pecho lo más sano posible, sin ambiciones ni envidias. Se contaban muchas historias de buscadores de tesoros que no encontraban nada porque alguno de los participantes se dejó llevar por estos malos sentimientos; o bien, en algunos casos encontraban las ollas, u otros contenedores donde se había puesto el tesoro, pero ahora llenos de tepalcates (pedazos que habían formado de una olla, de un cántaro o de otro artículo de barro) o llenos de alguna otra cosa, menos de dinero.
También se hablaba de una especie de gas que salía de los tesoros, a voluntad de quien lo resguardaba o de acuerdo con las conductas y pensamientos de quienes lo estaban buscando. Si los buscadores del tesoro no eran los seleccionados para quedarse con él, podría aparecer este gas venenoso, capaz de matar rápidamente a los intrusos. Hasta se usaba frecuentemente en el habla del pueblo la palabra “enazogarse” para referirse a alguien que de pronto mostraba demasiado interés en el dinero. Con el tiempo supe que la palabra venía de azogue, nombre con el que efectivamente se conoce un gas que se desprende de algunos metales que permanecen mucho tiempo enterrados. Este gas realmente puede matar a un ser humano en poco tiempo, sobre todo en condiciones de poco oxígeno, como pueden ser los hoyos cavados para buscar tesoros.
De quienes se hablaba que tenían más posibilidades de encontrarse tesoros, eran los albañiles, que al derribar paredes viejas o cavar cimientos, podrían encontrarse con ollas enterradas. Aunque esto suena lógico, en la realidad no conocí de ningún caso; los albañiles del pueblo no se distinguían por tener mucho dinero.
Una de las casas de donde se aseguraba que alguien había encontrado dinero enterrado era una que se encontraba en ruinas en el corral de Manuel Flores, frente a donde vive José Carranza; desde que yo recuerdo siempre había habido solamente unas paredes viejas de adobe y una serie de historias relacionadas con voces y aparecidos.
Sobre algo que a mí me consta es de un corral arribita de la carretera, un corral que a lo mejor ya no existe y que casi siempre se le veía improductivo. Camino al cerro uno podía ver hacia el interior y recuerdo que se podían ver huellas de que alguien había cavado un hoyo, muy probablemente la noche anterior. Alguna vez que iba con mi papá vimos un hoyo un poco más grande y recuerdo que mi papá comentó: “seguramente ahora sí dieron con el tesoro”.
Cuando empezaron a surgir los aparatos detectores de metales, mucha gente pensó que eso abría la posibilidad de encontrar tesoros de cuya existencia se hablaba desde hacía tiempo. Incluso mi papá una vez acompañó a alguna persona que trajo un detector y creo que hasta lo llevó a la casa, por algún lugar donde mi mamá había visto “arder” una noche, pero no encontraron nada. Nunca supe tampoco de que hayan encontrado algo que valiera la pena en otros lugares; lo que con frecuencia encontraban eran clavos de tren, que eran clavos muy grandes con los que se fijaban los rieles a los durmientes de madera y que era común encontrárselos en todas partes del pueblo.
Ya he comentado que en algún momento surgió la teoría de que el Jueves Santo era un día propicio para buscar tesoros. Algunos jóvenes se organizaban para ir a buscar tesoros en sitios donde alguien alguna vez había visto arder; o simplemente caminaban para ver si ese día había alguna manifestación y les tocaba la suerte de presenciarla; cuentan que en ocasiones hasta sacaban la puntada de que había que lanzar una piedra y se ponían a cavar en el lugar donde ésta cayera. Para esta tarea, los jóvenes se llevaban regularmente sólo barras, picos y palas y, eso sí, mucho tequila, así que si no encontraban nada de tesoro –como creo que siempre sucedió- al menos regresaban contentos por la borrachera. Mas recientemente, para estas aventuras la gente pudo disponer de los ya mencionados detectores de metales.
Yo pienso que la llegada de estos aparatos, que por cierto tenían muchas limitaciones cuando empezaron a conocerse en el pueblo, pues se activaban ante la presencia de láminas viejas y otras cosas sin ningún valor, fue haciendo que poco a poco la gente se fuera olvidando de muchas leyendas de tesoros y fantasmas.
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