domingo, 1 de marzo de 2015

Los "Pajaretes"


Escrito originalmente el 25 de enero del 2009. 







Estoy seguro de que esta bebida tiene una diversidad de nombres en otras partes del mundo y de México. Estamos hablando de una bebida elaborada con leche recién ordeñada, combinada con otras cosas, principalmente alcohol de caña.

En San Miguel, desde muy niños escuchábamos de quiénes iban muy temprano a tomar leche recién ordeñada en los corrales (había muy pocos lugares que se podrían llamar establos). En tiempo de frío esto podía antojarse más, pues un buen jarro de leche caliente eleva la temperatura corporal varios grados. El chiste era tomarse la leche inmediatamente después de ser ordeñada, si se llevaba a la casa y allá se consumía ya no era lo mismo.

Muchos ganaderos tenían como parte de su cortesía el invitar a los demás a pasar un día a echarse un “pajarete”. Pero mucha gente no necesitaba de ninguna invitación, solamente se arrimaba y pedía. Así como en el pueblo se decía que “a nadie se le niega un vaso de agua”, lo mismo pensaban los ganaderos de un jarro de leche caliente. Algunas gentes pasaban por la tienda y se llevaban galletas Marías o pan para acompañar la leche; el mejor pan en este caso era el más horcón, como las semas, los “puerquitos” y las “piedras”. También era común que alguien fuera a recoger algunos litros de leche que se tenían como “entrego” y de paso aceptaba echarse un “pajarete”.

En el pueblo ha habido también rebaños de cabras y también la leche de las chivas era aprovechada para estos “pajaretes”, con la ventaja de que en el pueblo siempre se ha creído que esta leche es muy buena para los problemas pulmonares, como la tos y la tos ferina, muy comunes en los tiempos de fríos.

A mí no se me olvida la primera vez que me tomé un “pajarete”. No fue una experiencia muy agradable. Tengo idea que era un domingo y que iba con Lupillo y Manuel y posiblemente algún otro de mis primos. Fuimos a un lugar cerca de donde ahora es el panteón; es posible que nosotros mismos lleváramos el alcohol para mezclarlo con la leche. El procedimiento es muy sencillo, uno le pone un poco de alcohol al recipiente, de preferencia un jarro y el ordeñador le apunta la ubre directamente, lo que permite con el chorro que se mezcle completamente.

De entrada, no me agradó mucho el olor de la leche, como que todavía huele a ubre y a pastura; el sabor tampoco me pareció nada agradable, acostumbrado como estaba a tomarme siempre la leche ya hervida. Pero lo más desagradable viene después, porque por lo caliente y lo grasoso de la leche, hace un efecto directo en el estómago y muy pronto empecé a escuchar que mis tripas rugían y me ví obligado a buscar un lugar donde poder desalojar los intestinos.  Es de imaginarse los apuros por los que pasa uno atrás de las cercas, en medio del zacatal, en tiempo de aguas, buscando algo que parezca papel para asearse las partes involucradas.

La verdad es que los vaqueros ya conocen de estos efectos perversos, pero no dicen nada ni les advierten a los incautos; estoy seguro de que están atentos, observando y se han de reír a más no poder al ver las peripecias de la gente que tiene poco contacto con las cosas del campo y por tanto está muy poco familiarizada con estas situaciones. Es algo que a mí me recuerda a la famosa “venganza de Moctezuma”, que les sucede a quienes no saben que comer mucho chile tiene sus repercusiones “a la salida del sol”.

Pero el problema, al menos en mi caso, no paró ahí, la mezcla de la leche con el alcohol me produjo un dolor de cabeza que todavía recuerdo. Así que al regresar al pueblo, después de esa primera experiencia, mi cuerpo estaba bastante maltrecho, con muy pocas ganas de volver a probar los famosos “pajaretes”.

Pero la verdad es que con el paso del tiempo uno le va hallando el modo y he regresado a tomar “pajaretes” en muchas ocasiones. Fui aprendiendo poco a poco que con café soluble y algo de azúcar saben bastante parecido a los capuchinos. Además de que es posible agregarles alguna otra bebida menos fuerte que el alcohol.

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