Escrito originalmente el 25 de enero del 2009.
Estoy seguro de que esta bebida tiene
una diversidad de nombres en otras partes del mundo y de México. Estamos
hablando de una bebida elaborada con leche recién ordeñada, combinada con otras
cosas, principalmente alcohol de caña.
En San Miguel, desde muy niños
escuchábamos de quiénes iban muy temprano a tomar leche recién ordeñada en los
corrales (había muy pocos lugares que se podrían llamar establos). En tiempo de
frío esto podía antojarse más, pues un buen jarro de leche caliente eleva la
temperatura corporal varios grados. El chiste era tomarse la leche
inmediatamente después de ser ordeñada, si se llevaba a la casa y allá se
consumía ya no era lo mismo.
Muchos ganaderos tenían como parte de
su cortesía el invitar a los demás a pasar un día a echarse un “pajarete”. Pero
mucha gente no necesitaba de ninguna invitación, solamente se arrimaba y pedía.
Así como en el pueblo se decía que “a nadie se le niega un vaso de agua”, lo
mismo pensaban los ganaderos de un jarro de leche caliente. Algunas gentes
pasaban por la tienda y se llevaban galletas Marías o pan para acompañar la
leche; el mejor pan en este caso era el más horcón, como las semas, los
“puerquitos” y las “piedras”. También era común que alguien fuera a recoger
algunos litros de leche que se tenían como “entrego” y de paso aceptaba echarse
un “pajarete”.
En el pueblo ha habido también
rebaños de cabras y también la leche de las chivas era aprovechada para estos
“pajaretes”, con la ventaja de que en el pueblo siempre se ha creído que esta
leche es muy buena para los problemas pulmonares, como la tos y la tos ferina,
muy comunes en los tiempos de fríos.
A mí no se me olvida la primera vez que
me tomé un “pajarete”. No fue una experiencia muy agradable. Tengo idea que era
un domingo y que iba con Lupillo y Manuel y posiblemente algún otro de mis
primos. Fuimos a un lugar cerca de donde ahora es el panteón; es posible que
nosotros mismos lleváramos el alcohol para mezclarlo con la leche. El
procedimiento es muy sencillo, uno le pone un poco de alcohol al recipiente, de preferencia un jarro y el ordeñador le apunta la ubre directamente, lo que permite con el chorro que se
mezcle completamente.
De entrada, no me agradó mucho el
olor de la leche, como que todavía huele a ubre y a pastura; el sabor tampoco
me pareció nada agradable, acostumbrado como estaba a tomarme siempre la leche
ya hervida. Pero lo más desagradable viene después, porque por lo caliente y lo
grasoso de la leche, hace un efecto directo en el estómago y muy pronto empecé
a escuchar que mis tripas rugían y me ví obligado a buscar un lugar donde poder
desalojar los intestinos. Es de
imaginarse los apuros por los que pasa uno atrás de las cercas, en medio del
zacatal, en tiempo de aguas, buscando algo que parezca papel para asearse las
partes involucradas.
La verdad es que los vaqueros ya
conocen de estos efectos perversos, pero no dicen nada ni les advierten a los
incautos; estoy seguro de que están atentos, observando y se han de reír a más
no poder al ver las peripecias de la gente que tiene poco contacto con las
cosas del campo y por tanto está muy poco familiarizada con estas situaciones. Es
algo que a mí me recuerda a la famosa “venganza de Moctezuma”, que les sucede a
quienes no saben que comer mucho chile tiene sus repercusiones “a la salida del
sol”.
Pero el problema, al menos en mi
caso, no paró ahí, la mezcla de la leche con el alcohol me produjo un dolor de
cabeza que todavía recuerdo. Así que al regresar al pueblo, después de esa
primera experiencia, mi cuerpo estaba bastante maltrecho, con muy pocas ganas
de volver a probar los famosos “pajaretes”.
Pero la verdad es que con el paso del
tiempo uno le va hallando el modo y he regresado a tomar “pajaretes” en muchas
ocasiones. Fui aprendiendo poco a poco que con café soluble y algo de azúcar saben
bastante parecido a los capuchinos. Además de que es posible agregarles alguna otra bebida menos fuerte que el alcohol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario