sábado, 3 de abril de 2010
Día de Judas
El día de Judas
Escrito originalmente el 20 de Marzo de 2008 (Jueves Santo)
Yo no sé si esta costumbre también existía en otros lugares de México, pero hasta ahora sólo he sabido que esto se realizara en mi pueblo. Me refiero a todo lo que acompañaba la celebración de “la quema de Judas”; sé que en muchas partes se realiza esta quema, pero no creo que el dinero para comprarlo surja de donde se sacaba en San Miguel. El dinero se recaudaba a partir de una “cooperación” por parte de gente de todo el pueblo, al dar una, podríamos llamar recompensa, para recuperar un bien que había sido sustraído de su casa la noche del Sábado de Gloria.
Esta era una tarea que se empezaba a organizar días antes. Un grupo de muchachos –y algunos no tanto- empezaban a correr la voz en forma muy clandestina de que “iba a haber Judas”. También se mencionaba en casa de quién iba a instalarse el cuartel general. Era importante mantener esto en el mayor secreto posible, para que de esa manera la gente estuviera más confiada y fuera más fácil robar. A quienes sí se les tenía que informar debidamente era a las autoridades, o sea al comisario, quien regularmente daba las facilidades necesarias para que se realizara el evento.
Ya entrada la noche del sábado, los voluntarios empezaban a reunirse en el cuartel general, que tenía que ser una casa con bastante espacio para que cupiera la gente y para guardar las cosas hurtadas, cosa que no era difícil encontrar entre las casas viejas del pueblo.
Era necesario poner a funcionar una logística bastante detallada: Se dividía el pueblo en sectores y a cada uno se le asignaba un equipo de personas. En el cuartel general se quedaba al menos un coordinador, alguien que se iba a encargar de llevar el inventario de los bienes recogidos y otro más que haría, con el apoyo de los demás, un trabajo de mucha calidad: la elaboración del testamento de Judas. Había que prever también poner una buena olla de café y tener galletas disponibles, aunque fueran “Rancheras” o de “animalito”. Creo que mi Tío Rosendo llegó a participar en la elaboración de este testamento, e incluso mi papá, pero creo que a quien a mí me tocó ver fue a Chilo Ramírez.
El testamento era una relación de los artículos que supuestamente Judas dejaba en herencia a sus verdaderos dueños, pero era elaborado en versos. Estos versos tenían que resultar graciosos para quien los escuchara, sin llegar a ser ofensivos, aunque en la realidad casi nunca eran del agrado del aludido. Los versos eran muy sencillos, regularmente de cuatro líneas solamente. En la práctica, hubo ocasiones en que los versos no resultaron tan inofensivos como debieran, recuerdo uno que le dedicaron a una señora del pueblo, de no muy buena reputación, a quien la noche anterior le recogieron una cubeta. El verso que le dedicaron, que no recuerdo exactamente cómo decía, hacía rima entre cubeta y la palabra “horqueta”, usada para referirse a la entrepierna.
A mi me tocó participar en un par de ocasiones y sí lo recuerdo como algo muy excitante, sobre todo la primera vez. Para los chavos de mi edad el que se le permitiera a uno participar en esta actividad implicaba en cierta forma el ser visto y reconocido como un adulto.
Ya cuando los equipos salían a las calles, a cumplir con su misión, iban muy motivados a tratar de distinguirse de los demás equipos en cuanto a poder robar más cosas y que éstas fueran más difíciles de obtener. Entre los primeros artículos que se buscaba sustraer era una escalera, un carretón o al menos una carretilla y un gancho, los cuáles serían utilizados a lo largo de la noche. Lo del gancho se refiere a un alambrón doblado y atado a una vara larga, con el que era posible tomar algunas cosas de los patios de las casas sin ni siquiera meterse a ellas, como pudiera ser alguna prenda de ropa, una cubeta o cosas parecidas. Esto se facilitaba porque nuestro pueblo era pequeño y había tanta convivencia que prácticamente todos sabíamos cómo era por dentro la casa de los demás e incluso cuáles eran sus principales pertenencias.
Pero el asunto no era sencillo, porque había que esperar las horas más pesadas para el sueño. La gente esa noche trataba de no dejar nada a la intemperie, mucho menos alguna prenda muy íntima que luego pudiera se exhibida al día siguiente. Estaban también los perros, que siempre han abundado en el pueblo y que fácilmente arman un escándalo suficiente para despertar a los dueños de la casa y otros vecinos. También eran conocidos los casos de algunos vecinos que tomaban como una verdadera afrenta el que se llevaran algo de su casa y trataban de estar toda la noche en vela, preparados para repeler como fuera necesario a los osados ladrones. En contrapartida, para algunos ladrones lo más interesante de la noche sería encontrar la forma de birlarles algo a estos vecinos orgullosos. Habría un reconocimiento social para los ladrones, en la medida en que la pieza robada fuera más difícil de sustraer; por ejemplo, algo que fuera tan cercano a la persona robada que prácticamente la tuviera siempre cerca, como pudiera ser un sombrero o un bastón.
Otro riesgo importante era que algunas gentes despistadas no supieran de qué se trataba el asunto y efectivamente pensaran que estaban tratando de robarlos, con el riesgo de que sacaran la escopeta y empezaran a hacer disparos. Esto era más posible con la gente fuereña que acababa de llegar al pueblo. De hecho a mi me tocó ver algo así, pues en una casa arriba de la carretera, mientras yo estaba afuera esperando a mis compañeros, salió un par de damas en pijama (cosa que era muy raro en el pueblo) y se rieron mucho cuando les expliqué el porqué andábamos a esa hora de la noche en su barrio. Aparentemente no sabían de esa tradición.
Mi papá siempre tuvo el sueño muy ligero y en esas noches mejor se preparaba él mismo para entregarles algo a los ladrones y no esperar a ser robado. Tengo idea de que solamente en una ocasión tuvimos que recoger una cubeta o algo que se habían llevado la noche anterior sin que él se diera cuenta.
En el folklore del pueblo se contaban historias de gentes que habían retado a los ladrones y que finalmente habían resultado burlados. Mi papá conocía algunas de estas historias y en algunas de ellas aparecían los poderes que tenían mi abuelo y otras gentes del pueblo, quienes podían hacerse invisibles y meterse prácticamente hasta la cocina o la recámara de las víctimas y robarles lo que se les antojara.
No recuerdo los detalles de qué fue lo que yo hice en esas dos noches que participé robando cosas. Seguramente apoyé acarreando algunos objetos, echando “aguas” y tal vez sustrayendo algunas cosas sencillas. En la primera ocasión recuerdo que iba con nosotros un muchacho que a mí me parecía que tomaba demasiadas precauciones: se acercaba con tanto sigilo a las casas que yo consideraba que se desperdiciaba mucho tiempo y era desesperante estar a la expectativa de su regreso y de ver si efectivamente había conseguido algo.
El domingo de resurrección, después de la salida de misa, la gente encontraba una exhibición de los artículos robados y cada quien iba identificando sus pertenencias; sin embargo, debían esperar a que se leyera el testamento de Judas. Con ayuda de un micrófono, o a grito limpio, alguien leería cada uno de los versos, mientras que otro mostraba el artículo en cuestión. Entonces el dueño pasaba a recogerlo y a entregar su colaboración, que supongo era voluntaria. Con ese dinero, los organizadores se irían luego a Poncitlán o algún otro lugar a comprar el Judas de pólvora.
En algunas ocasiones también se organizaba una especie de desfile, donde arriba de un burro se colocaba al Judas de cartón o alguien que lo representaba; mientras que atrás, vestida de negro, iba su viuda, acompañada de algunos de los participantes en los robos de la noche anterior o cualquier curioso que se le antojara. En una ocasión Jorge mi primo representó a la viuda, y lo hizo muy bien, llorando a gritos y de vez en cuando hasta cayéndose y levantando las piernas al zafarse de quienes iban tratando de consolarla.
La quema del Judas se realizaba el domingo por la tarde y al monigote de cartón, cubierto de cohetes y “buscapies” de pólvora lo colgaban de una rama del zalate que está frente a lo que fue la escuela primaria. Entre más dinero se reunía, el Judas estaría más cargado de pólvora y tardaría más tiempo en quemarse.
Después he escuchado explicaciones acerca de lo que simbolizaba la quema de Judas. Para algunos representa combatir y destruir el mal; para mí, inconscientemente tal vez, representaba dar el fin a un período de bastantes abstinencias, como era la Cuaresma.
La costumbre no duró mucho tiempo después de que yo participé. Supongo que la práctica debió suspenderse porque finalmente era algo ilegal y riesgoso y por tanto dejó de recibir el apoyo de las autoridades. Probablemente después se siguieron quemando algunos Judas, pero ya no como parte de una tradición más amplia como la que nos tocó presenciar en nuestra niñez.
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