(Escrito originalmente el 29 de Junio de 2003).
El mes de junio era muy especial en San Miguel, para mí tenía incluso mucho de mágico.
Con los primeros días del mes llegaban también las lluvias y el escenario pronto se transformaba. Las lluvias disipaban los calores de mayo y empezaban a teñir todo de verde. Era increíble ver como de un día para otro el pasto y las hierbas silvestres crecían y cubrían las orillas de los caminos. Hacia el medio día, el calor del sol vaporizaba el agua caída la noche anterior y se sentía en el ambiente el olor a tierra mojada, mezclado con olor de hierbas, de abono, y no se cuantas cosas más. Esto podía uno sentirlo en la nariz, pero se penetraba también en los pulmones y hasta en el estómago.
En el campo se empezaba a ver mucha gente trabajando en limpiar la milpa de yerba y más tarde también tirando abono.
Un motivo de fiestas en el mes de junio era sin duda la terminación de los años escolares. Esta fiesta era una de las más esperadas en el pueblo. En la época en la que yo salí de sexto, en 1967, ese era el nivel escolar al que podía aspirar la gran mayoría de la gente del pueblo, muy pocos podían pensar en irse a estudiar más arriba.
Pero sin duda lo que completaba el escenario de fiestas eran los “días alegres”; o sea las fiestas de San Antonio, el día 13; de San Juan el día 24 y de San Pedro y San Pablo el 29 de junio. De alguna manera se entendía que el 29 era el día más importante, aunque yo creo que había más gente que se festejaba el 24 de junio, porque hay más Juanes y Juanas que Pedros y Pablos.
La fiesta empezaba un día antes, cuando la música que había sido contratada por los encargados empezaba a caminar por las calles, al menos cerca de la plaza. Los cohetes de pólvora, pronto convocaban a la gente o al menos les recordaban que estábamos de fiesta. Para esto, ya los encargados estaban preparados y distribuían botellones con ponche; el de jamaica era probablemente el más conocido, pero había también de tamarindo, de guayaba, de membrillo y de otros sabores.
Así que había gente que empezaba a tomar ponche siguiendo a la música desde la víspera y continuaban tomando todo el día siguiente. El día de la fiesta había que ir a misa y empezar a escuchar ahí a los músicos que le llevaban mañanitas al santo festejado. De ahí, habría que seguir a la música por todo el pueblo; pues en cada casa que hubiera alguien que llevara el nombre del santo del día se tocaban las mañanitas y/o alguna canción del gusto del festejado y esto funcionaba no solamente para personas adultas, sino incluso para recién nacidos.
En recompensa por la música, el anfitrión debía regalar a los encargados un pollo o paloma de buen ver, adornado con tiras de papel de China. Los pollos recogidos eran colgados bocabajo de un hilo en un caballo y hacían el recorrido junto con la música durante todo el día, así que al llegar la tarde muchos de ellos ya no se veían muy fuertes.
La fiesta era para todo el mundo, de modo que si uno era suficientemente paciente, podía incluso conseguir un poco de riquísima comida en la casa donde los encargados habían previsto alimentar a los músicos.
Por la tarde, la gente se trasladaba al foro frente a la escuela (años después el escenario se cambiaría al kiosko de la plaza) donde se haría la ceremonia de “agarrar el cargo” de manera que se podría saber quienes serían los responsables de organizar la fiesta del siguiente año. Se colocaban unas mesas con una buena cantidad de “picones”, cigarros, botellas de ponche y de otro tipo de vino, como atractivo para quienes se decidieran asumir esta responsabilidad.
“Agarrar el cargo” era un símbolo de compromiso con la comunidad, además de que tenía otros significados. Por ejemplo, cuando un joven era aceptado como un nuevo encargado, de alguna forma indicaba que ya era reconocido por la comunidad como persona adulta, susceptible de cargar con responsabilidades. Para muchos sanmigueleños sin duda que “agarrar el cargo” al menos una vez en la vida era un motivo de orgullo y una manera de sentirse miembro del pueblo.
Cuando muy niño, recuerdo que lo común era que dos o tres personas agarraran el cargo, después el número tuvo que hacerse más grande, para estar en condiciones de compartir los gastos. La breve ceremonia en la que se anotaban en una libreta los nombres de los encargados era muy formal, de manera que era atestiguada por el comisario del pueblo. Fallar al compromiso de “pagar el cargo” era realmente una vergüenza por la que nadie hubiera querido pasar nunca.
En aquellos tiempos, después de agarrado el cargo la gente se trasladaba con todo y música a la “calle de abajo”, que no es otra más que la calle Hidalgo. Entre el tramo de la casa de Jesús Vega y de Juan Arana se realizaban carreras de caballos. Esta costumbre de las carreras desapareció cuando se realizaron las obras de empedrado por la mayoría de las calles del pueblo.
Muchos de los jinetes que participaban en las carreras de caballos se picaban y de ahí salían carreras arregladas para realizarse semanas después, una vez que los caballos estuvieran “en cuida” por un tiempo. Los premios en las carreras de “los días alegres” eran precisamente los pollos o palomos que habían sido recogidos en la mañana, pero sin duda esto era solamente un símbolo, y lo más importante era que los jinetes ganadores se llevaban una diana, junto con el aplauso y reconocimiento del público en general, especialmente de las muchachas.
Estos días eran fechas en que la gente haría un esfuerzo por estrenar algo, en al menos uno de los días. Mi mamá se preparaba con mucha anticipación para tener listo un estreno para mis hermanas; por mucho tiempo ese estreno tendría que salir de la vieja máquina de coser. De cualquier manera, muchas veces mis hermanas pudieron lucir vistosos vestidos (acordes con lo colorido de los días) y yo también pude estrenar al menos una camisa. El olor a ropa o zapatos nuevos se agregaba al ambiente y aportaba un ingrediente muy importante para la fiesta. No importaba que por la noche, al regreso a la casa, muchas veces la ropa y los zapatos estuvieran cubiertos de lodo, por alguna de las tormentas que no son extrañas en estos días.
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