sábado, 21 de junio de 2014

La escuela primaria donde yo estudié

 (Escrito originalmente en agosto del 2008)



Foto de Araceli Martínez Cuevas

La escuela primaria a la que nosotros asistimos es la que está junto al templo y frente al zalate. Desde entonces se llamaba Escuela Rural Federal “Revolución Agraria”, nombre que me parecía muy largo, pero me gustaba. Sería interesante saber desde cuando funcionó la escuela en esas instalaciones y desde cuando se le asignó ese nombre.

Las primeras veces que yo entré a la escuela fue por algún asunto de mis hermanas, que ya estaban estudiando ahí. Una de las primeras imágenes que tengo –a lo mejor no muy agradable- involucra a mi tío Pablo, con la enorme regla que cargaba siempre y con la cual, además de ayudarse en el trazo de líneas en el pizarrón, repartía castigos y correctivos.

La visión de cómo debe impartirse la educación ha cambiado bastante con el paso de los años, pero en aquel tiempo la mayor parte de la gente no veía mal que el profesor les diera algún castigo físico a las muchachas y los muchachos, sobre todo si se lo merecían. Recuerdo haber escuchado en varias ocasiones a algunos papás que les decían a los profesores que les encargaban mucho la educación de sus hijos y que cuando fuera necesario no dudaran en darles sus “varazos”. Una vez ví también a un papá que muy orgulloso, llegó a buscar a mi tío Pablo llevándole una enorme vara de membrillo, las cuales tenían fama de causar bastante dolor.

Otras imágenes que tengo de correctivos puestos por los maestros se relacionan con alguien hincado en una esquina y con un ladrillo en cada mano. También a una profesora peinando con una escobeta a una niña que seguramente llegó a clases varios días mal peinada. Afortunadamente nosotros no teníamos problemas en ese sentido, pues mi mamá se aseguraba de que saliéramos siempre bien peinados y con el pelo fijado con agua de “nejayote” o con jugo de limón.

En el tiempo en que yo estudié estaban como profesores los maestros Santiago Ramos, de San José, que me dio clases un tiempo, creo que en primero; las maestras Chayo y María Luisa, que venían de Atequiza; así como mis tíos Angelina Cortés, María Rojas, Pablo Cortés y María Nuño.  Cuando llegué a quinto llegó otro profesor de nombre José Luis y en sexto me tocó otro profesor recién llegado, el Mtro. Ismael García Ramírez.

La Escuela tenía dos salones bastante grandes y de bóveda a la entrada, uno a cada lado del pasillo. En esos salones les daban clases principalmente a los de quinto y sexto, aunque cuando yo llegué a sexto me tocó en un salón cubierto de tejas, casi llegando a los baños. Los demás salones estaban a lo largo de un gran tejaban que salía desde las paredes del templo y le daban la vuelta a un patio que en aquel tiempo me parecía muy grande, pero seguramente no lo era.  Los baños estaban en una esquina, al fondo a la izquierda y lo que recuerdo de ellos explica porque a veces preferíamos brincarnos las cercas de los corrales.

El patio era de tierra y en el centro, pegado a una pared del templo, había un pequeño jardín, donde recuerdo que había un vástago. Pero finalmente la mayor parte de los niños nos salíamos a la calle cuando llegaba la hora del recreo, jugando en toda la cuadra que va desde la plaza hasta el templo, trepándonos al foro o a las raíces del zalate. Muchos niños acostumbraban irse a sus casas, que no estaban lejos y ahí aprovechaban para comer algo. Afortunadamente en ese tiempo circulaban pocos vehículos, pero de todos modos los profesores estaban al pendiente de que no fuera a haber algún accidente.

En los primeros años en que estuve en la escuela estaba como presidente de la república Adolfo López Mateos, quien promovió los desayunos escolares y éstos llegaron hasta nuestro pueblo. Todos los días, mi tío Federico Flores, esposo de mi tía María Nuño, llegaba con una enorme cántara en la que preparaba un espeso chocomilk, el cual se acompañaba con un crujiente bolillo. Ahora pienso que era demasiada azúcar y harina, pero me imagino que se trataba de que a los niños no nos faltaran energías para aprender.

En mis tiempos, el aseo de la escuela dependía de todos. Al terminar las clases diarias, entraban en acción los que tenían la comisión de hacer el aseo esa semana, levantando las bancas para dar una barrida y trapeada rápida. Era común que uno llegara a la casa un poco más tarde diciendo: “es que me tocó el aseo”, lo que en ocasiones era nada más pretexto.

También había que hacer el aseo en las áreas generales, como el frente de la escuela, el patio, el pasillo y los baños. Esto era más complicado, por lo que igualmente se nombraban roles para el aseo. En este caso había que levantarse muy temprano y pasar a las casas a hablarles a otros compañeros, para trabajar con rapidez y lograr que cuando todos llegaran ese día a clases ya todo estuviera bien barrido y trapeado y oliendo a creolina. Como en ese tiempo no había muchos relojes en las casas, ni siquiera radios, me tocó en más de una ocasión que alguno de mis compañeros llegara a hablarme a la casa tan temprano, que terminábamos de hacer el aseo antes de que saliera el sol. Y eso que los varoncitos éramos bastante torpes en eso de barrer y trapear, por lo que a mí me daba mucho gusto cuando también le tocaba ayudar a alguna compañera.

Así que la escuela regularmente estaba bien limpia y presentable. Cada determinado tiempo se le pedía apoyo a los de la PRISA, los fabricantes de pintura que iban a recoger el gis que se fabricaba con mi tío Beto, quienes muy solidariamente le daban una pintada al menos a la fachada. El foro se pintaba con agua de cal, revuelta con babas de nopal, tarea en la que todos participábamos. Tampoco se batallaba por gises, pues solamente había que ir a la casa de mi tío Beto, quien regalaba los que se rompían, que eran muchos.  Los pizarrones eran de cemento y se pintaban de vez en cuando con tinta,

Cuando salí de sexto año, creo que en 1966, y fui invitado a visitar México y al presidente de la república,  que ya para entonces era Gustavo Díaz Ordaz, mi tía María Nuño me dio una carta con la encomienda de entregársela al Presidente; en esa carta se le explicaba que la escuela primaria ya era insuficiente y se le pedía apoyo para que se construyera una nueva. Durante todo el viaje estuve tremendamente preocupado y nervioso pensando en cómo le iba a hacer cuando tuviera enfrente al Sr. Presidente para entregarle la carta. La verdad es que en su  momento supe que prácticamente todos los niños que iban de Jalisco y los otros estados llevaban una carta con una petición.

No puedo asegurar que la carta que entregué en México haya tenido algo que ver, pero unos dos años después se empezó a construir la escuela que funciona ahora, en terrenos que antes fueron de un campo de béisbol. No recuerdo la fecha en que dejó de funcionar la escuela en la que yo estudié la primaria, pero pienso que debió haber sido hacia 1970. Tiempo después fue remodelada para que funcionara como escuela de artes y oficios.


En esos tiempos la escuela era el centro de la vida de mi pueblo. Los profesores no solamente enseñaban a los niños, sino que se constituían en guías y líderes en todos los aspectos. Estaban al pendiente del calendario cívico e involucraban a todo el pueblo en las celebraciones de los días de fiesta, ya fuera con desfiles, festivales u otro tipo de actividades. Frente a la escuela se instalaban las casillas los días de las votaciones; ahí también llegaban brigadas de vacunación, era el punto de reunión de los ejidatarios o de otros asuntos importantes para mi pueblo. No sé en qué momento esto se fue perdiendo, supongo que en algo influyó que la escuela se haya mudado a un lugar más a la orilla, pero más bien creo que esta situación se dio en todo el país.

lunes, 2 de junio de 2014




Escrito originalmente el domingo 12 de Agosto de 2007


Ya en otra parte de mis apuntes he mencionado que en San Miguel la gente se apoyaba mucho para hablar en frases hechas. Muchas de estas frases eran refranes y en algunos casos algo que podría llamarse dichos populares.

Pero estos refranes y dichos populares no solamente le daban a la gente los elementos con los que construía su discurso, sino que eran reflejo de una forma de ver la vida y un conjunto de creencias compartidas.

Algunas de estas frases constituían juegos de palabras que a mí me costaba trabajo entender; se me ocurre que había otras personas que tampoco entendían bien el significado de cada palabra, pero compartían un mismo valor o significado general a la frase, que era lo más importante. Esto pasa por ejemplo con el refrán aquel de que “El que porfía mata venado”, yo por mucho tiempo no supe lo que significaba la palabra “porfía”, pero entendía que era algo equivalente a actuar con terquedad para conseguir algo; igualmente, la primera vez que escuché el refrán de “Camarón que se duerme se lo lleva la corriente”, yo no lo entendí muy bien, porque solamente había visto los dibujos de los camarones en las cartas de lotería y siempre había pensado que se cosechaban en el mar, en donde no hay corrientes.

Cuando la gente platicaba y llegaba a algún punto de desacuerdo, la mención de algún dicho o refrán era un argumento de peso, contra el cual era muy difícil rebatir.  Eso lo observé en muchas ocasiones en las discusiones entre mi papá y mi mamá. Nadie sabía de dónde venían esas expresiones, pero a nadie parecía preocuparle y eran tomadas como principios universales que más valía tomar en cuenta. Por supuesto que estos refranes también eran muy útiles para darles consejos a los hijos.

Seguramente todos los días la gente tomaba decisiones importantes de su vida con base en lo que aconsejaban estos refranes y dichos. Conozco muchos de ellos, pero trataré de anotar aquellos que recuerdo que se mencionaban más en la casa o en el pueblo.


“A caballo regalado no se le ven los dientes”

“A Dios rogando y con el mazo dando”

“A donde fuereis, haz lo que viereis”

“Agua que no has de beber, déjala correr”

“Al buen entendedor pocas palabras”

“Al que madruga Dios lo ayuda”

“Cría cuervos y te sacarán los ojos”

“De limpios y de tragones están llenos los panteones”

“Dime con quién andas y te diré quién eres”, o su variante: “El que con coyotes anda, a aullar se enseña”.

“De granito en granito llena la gallina el buche”.

“De la familia y del sol, entre más lejos mejor”

“De tal palo, tal astilla”

“Del plato a la boca a veces se cae la sopa”

“El pez por su boca muere”

“El que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija”

“El que mucho abarca, poco aprieta”

“El que nace pa´tamal, del cielo le caen las hojas”

“El que por su gusto es buey, hasta la coyunda lambe”. Obviamente lo correcto es decir “lame”, pero en el pueblo el verbo que usábamos era “lamber”.

“El que nace pa´maceta no pasa del corredor”

“El que por otro pide, por sí mismo aboga”

“El que se fue a la Villa, perdió su silla”

“En casa del herrero, azadón de palo”

“La cabra siempre tira al monte”

“Más vale pájaro en mano que ver un ciento volar”.

“Más vale paso que dure y no trote que canse”

“Más vale que digan aquí corrió, que aquí quedó”

“Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”

“No hagas cosas buenas que parezcan malas”. Que a veces se complementaba con la contraparte “ni cosas malas que parezcan buenas”.

“No hay mal que por bien no venga”

“No se puede repicar y andar en la procesión”

“No se puede chiflar y comer pinole”

“No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre”

“Ojos que no ven, corazón que no siente”

“Piensa mal y acertarás”

“Tanto va el cántaro al agua, hasta que se queda adentro”


La gente no se daba cuenta, o tal vez pretendía no hacerlo, pero había algunos refranes que contradecían lo planteado por otros; esto se resolvía simplemente apelando a aquel refrán que mejor se acomodaba a lo que uno quería. Por ejemplo, contra lo establecido por el ya mencionado de “Al que madruga Dios lo ayuda”, está otro que dice que “no por mucho madrugar amanece más temprano”.

Los refranes y dichos también reflejaban la forma de ser abnegada y resignada de la gente de mi pueblo, a la que ya me he referido.  Así que era frecuente que ante situaciones adversas la gente dijera simplemente “No hay mal que por bien no venga” o “Dios aprieta, pero no ahorca”.

No sé si alcancen la categoría de refranes o simplemente dichos, pero otras frases que se usaban bastante en mi pueblo:

“Cuando no hay lomo, de todo como”

“Dios los cría y ellos se juntan”

“El comal le dijo a la olla…”

“El miedo no anda en burro”

“El que da y quita, con el diablo se desquita”

“El que tenga tienda, que la atienda”

“El sordo no oye, pero compone”

“Es igual “atrás”, que “en ancas”

“Esto es mole de oreja, el que quiere, bueno, y el que no, lo deja”

“Hay veces que nada el pato y hay veces que ni agua bebe”

“Juntos pero no revueltos”

“La burra no era arisca, la hicieron”

“La cáscara guarda al palo”

“Más seguro, más marrao”

“Panza llena, corazón contento”

“Pistola, caballo y mujer, tener bueno o no tener”

 “Salud, dinero y amor”


Una categoría aparte vendrían siendo las frases que la gente decía simplemente para expresar un estado de ánimo, pero que finalmente se usaban en forma cotidiana y difícilmente podría entender su significado una persona que no estuviera familiarizada. Algunos ejemplos:

“!A lo que te truje, Chencha!”

“A ver de cual cuero salen más correas”

“¡Hasta que llovió en Sayula!”

“¡Hijos de María Morales!”

“Hablando del Rey de Roma… y el que se asoma”

“Házte que la virgen te habla”

“No la chifles, que es cantada”

“No te arrugues cuero viejo, que te quiero pa´tambor”

“Ni máiz paloma”

“Viejos son los cerros y todavía reverdecen”

“¡Y ora es cuando chile verde, hay que dar sabor al caldo!”

“¡Y no te arrugues cuero viejo, que te quiero pa´tambor!”

“¡Ya estarás, jabón de olor, ni que perfumaras tanto”


Recuerdo que cuando ya más grande empezábamos a salir del pueblo una cosa que nos llamaba la atención era que en otros pueblos se utilizaran algunas frases muy comunes de nuestra habla, frases que pensábamos que eran propias de nuestro pueblo. Por ejemplo: “Hazte como dijo El Indio”. Que en realidad significaba “Hazte pendejo”, una frase muy comúnmente utilizada por Tomás Rodríguez, a quien le decíamos “El Indio”. 


Yo cada vez veo menos uso de refranes y dichos populares, pero no estoy seguro si esto se debe a que en las últimas tres décadas he vivido fuera de San Miguel. Tal vez ahí en el pueblo estas frases sigan utilizándose todos los días y marquen rumbos y ritmos en las vidas de sus habitantes.

viernes, 23 de mayo de 2014

El cerro de San Miguel

Escrito originalmente el 5 de abril del 2008.





El cerro de San Miguel está muy ligado a la esencia y la historia del pueblo y estoy seguro que esto se daba con más fuerza cuando éramos niños.

El pueblo está al pie del cerro, prácticamente sólo lo separa la carretera, porque en cuanto se pasa ésta se nota que se empieza a caminar cuesta arriba. De hecho, no hay que caminar mucho después de la carretera para tener una perspectiva que permite ver una extensa planicie, en su mayoría de tierra de cultivo, que se extiende a la base de otro cerro, tal vez unos 10 kms. al norte, un cerro bastante más pequeño que el de San Miguel. La perspectiva suele ser muy verde en el tiempo de lluvias y color oro en el tiempo de secas, aunque a veces se ven lunares de color verde aún en el estiaje, por los cultivos de riego intercalados.

A mi me gustaba en ocasiones que iba a El Tanque, invertir unos diez minutos en caminar sobre la loma, hacia un sitio que le llaman la Piedra Grande. El nombre viene de que ahí efectivamente existe una enorme roca sobre la cual se puede uno trepar y desde ahí contemplar un hermoso panorama, no sólo del pueblo y sus tierras, sino incluso de poblados aledaños, como La Constancia, San José, Atzcatlán, San Sebastián y otros (en ese tiempo no existía el Infonavit El Romereño).

Ahora pareciera producto de la imaginación, pero en la época en que fuimos niños era todavía común que se vieran venados en el cerro, puercos espines, armadillos, tejones, zorrillos, coyotes, faisanes y otras especies que ahora supongo que estarán a punto de desaparecer. Venían gentes de otras partes a la cacería, algunos pasaban la noche en la punta del cerro por donde hay un pequeño venero, pues era común que algunos animales se acercaran por la noche a tomar agua.

Recuerdo que cuando a uno se le hacía tarde en el cerro y empezaba a obscurecer, se escuchaban los aullidos de los coyotes, cada vez más cerca, pues por la noche esos animales se acercaban a la orilla del pueblo, buscando una oportunidad para robarse una gallina de alguna casa.

Buena cantidad de gente obtenía al menos parte de su sustento del cerro: los que sembraban maíz y frijol de temporal; los que pastoreaban chivas, los que cortaban leña y luego la vendían; los que tenían huertas, los que sacaban y vendían camotes, entre otros. Parecen muy lejanos los días en que algunas gentes subían hasta zonas muy altas del cerro y cortaban plantas de popote, para elaborar escobas y venderlas; que de hecho, eran magníficas escobas. Había gente que incluso se metía a la cueva de El Zinacate y sacaba costales de un apestosísimo guano, para usarlo como abono.

Prácticamente cualquiera que se saliera a caminar por el cerro en aquel tiempo, espero que siga siendo igual, podía encontrar cosas para comer, algunas frutas silvestres como los zapotes y las chirimoyas, guamuchiles, mezquites, tunas; también había la oportunidad de pasar por una huerta y comer guayabas, mangos, granadas y otras frutas. Algunas veces que yo iba a la leña al cerro aprovechaba y cortaba unas dos docenas de nopales muy tiernos, los ensartaba en una vara y así llegaba con ellos a la casa.

El cerro incluso ayudaba a conformar el carácter y a educar a los niños, sobre todo a los varones, pues recuerdo que era bien visto que los niños aprendieran desde chicos a caminar, sin perderse, en el cerro. Este era un tema de discusión frecuente con mi primo Memo, quien estaba seguro que uno podía ser considerado más o menos hombre, en la relación al número de veces que había subido al cerro, sobre todo sin ninguna compañía.

A mí siempre me ha parecido digno de admirarse nuestro cerro. Es posible verlo desde cualquier bocacalle del pueblo, grande, imponente y en primavera y verano muy verde, salvo en los casos en que sufrió algún incendio en el tiempo de secas, pues de suceder esto por un tiempo se combinara el verde con algunos puntos negros.

Una de las mayores satisfacciones que me brindó el cerro la tuve siendo todavía un niño: yo quería saber lo que se sentía estar por arriba de las nubes. Es difícil explicarlo, pero como que eso significaba para mí que yo ocupaba un lugar sobresaliente o tal vez una mayor cercanía con Dios y con su obra. Las posibilidades de subirse a un avión en ese tiempo eran muy remotas, así que un día observé que en cierta época del año hay nubes demasiado bajas y, me parece que un domingo,  emprendí la escalada del cerro con el único propósito de llegar a un punto en el que al voltear hacia abajo, viera algunas nubes. En realidad no tuve que subir mucho, yo creo que solamente a la mitad de la loma que lleva a la cima, pero el espectáculo me pareció fabuloso.

Algo parecido me sucedió después, cuando pude conocer “la punta del cerro”. La gente habla de que en realidad son dos cerros, que se comunican. Yo pienso que lo que sucede es que arriba hay una especie de hondonada que comunica dos puntos más elevados. Me pareció muy hermoso el paisaje conformado por encinales y pinares, y una superficie con pocas plantas, debido a que las hojas caídas de los árboles van cubriendo el suelo. Me gustó también mucho que, sorprendentemente, existe, o existía ahí, a esas alturas, un pequeño manantial ofreciendo una de las aguas más ricas que he probado. Pero especialmente me fascinó el espectáculo que puede verse caminando un poco más hacia el otro lado del cerro: es una vista espectacular de la laguna de Chapala, de sus islas, de algunas poblaciones ribereñas e incluso de la orilla opuesta.

Algo que llamaba la atención cuando uno subía un poco por las lomas, era que se escuchaban mejor los sonidos que se producían en el pueblo; por ejemplo la música y los anuncios de los tocadiscos. Por cierto que en los días de fiesta, el tronido de los cohetes provocaba resonancias por las barrancas del cerro, que le agregaban un toque que me parecía bastante impresionante.

El cerro también aportaba material para historias de misterio. Se sabía de lugares encantados, cuevas que se desaparecían; cuevas donde en épocas de la Revolución Mexicana o la Guerra Cristera se habían guardado tesoros que aún permanecían ahí, como se decía de la cueva del Zinacate.  De la Cueva del Mariano se contaba que existía un tesoro tan enorme que era imposible sacarlo en un solo viaje. La historia decía que las personas que por suerte localizaban la cueva, se verían en medio de enormes cofres de oro y otros tesoros, algunos llenarían las alforjas de bestias de carga y tratarían de salir, pero al estar cerca de la salida escucharían una voz estentórea y atemorizante que les diría: “Todo o nada”. Por supuesto que cualquier mortal al escuchar semejante voz saldría corriendo de la cueva y olvidándose de todo. Pero se contaba de alguien que quiso “engañar” al espíritu que cuida la cueva y se guardó parte del tesoro. Al tratar de salir de nuevo escuchó otra vez el “todo o nada” y supo que no podría burlar al guardián de la cueva.

Mi papá platicaba con frecuencia con un señor del pueblo que al parecer había dedicado buena parte de su vida a buscar esa cueva y ese tesoro, de hecho le decían Don Marcial “la mina”. Yo nunca supe si hablaban en serio o en broma, pero el señor siempre decía que tenía mucha confianza en que iba a encontrar pronto la famosa cueva y tratar de recuperar el tesoro.

En la medida en que fuimos avanzando en nuestra educación, estas historias nos fueron pareciendo más irreales. A mí me sucedió que en algún lugar leí, con gran decepción, que esa leyenda no era exclusiva de nuestro pueblo. En otros pueblos existía también una cueva con un tesoro y la ley del “todo o nada”.


Algo curioso es que mucha gente sabía con cierta precisión en dónde se encontraba esa Cueva del Mariano, pero también decían que no siempre era posible hallarla abierta o de alguna manera se ocultaba. Había la creencia de que un día propicio para buscar ese y otros tesoros era el Jueves Santo, pero esto yo creo que da material para platicar con más detalle el tema de los tesoros en el pueblo.

domingo, 9 de marzo de 2014

Palabras de uso en mi pueblo





Esta es una lista en desarrollo de palabras que recuerdo de mi pueblo de cuando era niño y que he visto que poco se usan en otros lugares. En realidad no estoy seguro de que sea un tema de diferencias geográficas y culturales, o tal vez  lo que sucede es que son palabras que con el tiempo han dejado de usarse

He tratado de confrontar todas las palabras con el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) aunque en algunos casos se complica el no saber siquiera con qué palabras se escribían.

Achichincle.-  Una palabra derivada del náhuatl, lo define el diccionario de la RAE como :
1. m. El Salv., Hond. y Méx. Hombre que de ordinario acompaña a un superior y sigue sus órdenes. Se usa en tono despectivo. 

Achicopalarse.- Sí aparece en el diccionario, en el sentido que yo lo entendí siempre, hacerse o sentirse más chico. “achicarse”. También como sinónimo de “acobardarse” Se usa en otros países de Centroamérica.

Achimarrar.- No está en el diccionario. Se refiere a la acción que tiene que hacerse después de lazar un animal, desde un caballo, en la que se enreda parte de la soga en la cabeza de la silla, para poder detener al animal lazado.

Agüitarse.-  Sí se encuentra en el diccionario. Dice que se usa en El Salvador y en México como sinónimo de entristecerse.

Apergollar. -  Si está en el diccionario de la Real Academia Española (RAE), como un mexicanismo que significa “Agarrar con fuerza”.

Argüende.-  El diccionario de la RAE dice que se usa en México y en el Salvador y que significa: Chismorreo.  Un adjetivo que se usaba con frecuencia para las mujeres que les gustaba mucho el chisme era el de: “Viejas argüenderas”.

Borlote.-  Está en el diccionario como un mexicanismo. Significa: “Tumulto, desorden, escándalo.”. Creo que en algunos casos se usaba también como sinónimo de fiesta.

Calar.-  En el pueblo se usaba bastante, como sinónimo de probar. El diccionario de la RAE menciona 18 acepciones diferentes, una de ellas corresponde al sentido que se le daba en el pueblo a esta palabra: . coloq. Conocer las cualidades o intenciones de alguien.

Chamagoso. -  Es un mexicanismo. Significa “mugriento, astroso” (Si aparece en el diccionario de la RAE).  Mi mamá usaba bastante la palabra “Chamagas”, como sustantivo, para referirse a las manchas o a la mugre en las personas.”.

Chapete. -  No aparece en el diccionario de la RAE. Aparece solamente “chapeta” y es definida como la mancha artificial roja que se ponían las mujeres en el rostro. En mi pueblo se le llamaba “chapete”, tanto a la mancha artificial como al rubor natural y al rojo que tienen las mejillas de los niños sanos. Cuando se decía de un niño que estaba “muy chapeteado”, se quería decir que tenía muy buena apariencia física.

Chilpayate.-  Sí aparece en el diccionario de la RAE, con el mismo sentido con que se usaba en mi pueblo. “Niño de corta edad”.

Desbalagado. – Perdido, extraviado. (No existe en el diccionario)

Desconchinflar.- Sí está en el diccionario, como sinónimo de deteriorar y estropear.

Desguanzado.- Aparece en el diccionario como un mexicanismo. Significa:  “Que no tiene fuerza ni vigor.

Destarugar. – Descomponer. (No existe en el diccionario)

Enyerbado.-  Está en el diccionario con el siguiente significado: “Hechizado con un bebedizo”. También se decía de alguien que había sido envenenado. “Lo enyerbaron”.

Faceto. – Si aparece en el diccionario de la RAE, como un mexicanismo que significa: “Que quiere ser chistoso, pero no tiene gracia”

Granjear.-  Los papás decían “hay que ser granjeador”.  El diccionario de la RAE tiene varios significados para “Granjear”,  uno de ellos parece apropiado: “ Captar, atraer, conseguir voluntades, etc”.

Guzguear.- Andar comiendo muchas cosas. Guzgo  (sí aparece en el diccionario)

Lángaro.  – Alguien muy avaricioso, largo y aprovechado. (No aparece en el diccionario). Había un jugador de futbol que se apellidaba Lángara y que tenía mucha hambre de goles, probablemente de ahí se tomó la palabra

Mitote.- Si está en el diccionario de la RAE, como sinónimo de: Bulla, pendencia, alboroto.

Muina.- Es curioso que no aparezca en el diccionario de la RAE. Significa enfado, coraje, enojo. A una persona que era muy corajuda se le decía que era “muy muina”.

Piocha.-  Se usaba para referirse a la punta de la mandíbula. Sí aparece en el diccionario de la RAE, como un mexicanismo derivado del náhuatl y que significa: “barba de mentón”.

Rejolina.- Hacer rejolina era hacer movimientos bruscos, empujar a los demás. En las filas, la gente decía. “No hagan rejolina”. No existe en el diccionario de la RAE.

Suato.- Sí se encuentra en el diccionario de la RAE. Méx. tonto (‖ falto de entendimiento o razón).

Tiliche.-  Cachivache (Sí aparece en el diccionario).

Viada.-  Se decía “hay que darle viada a esto”, en el sentido de deshacerse de ello bruscamente, mandándolo lejos. Sí aparece en el diccionario de la RAE: arrancada (‖ salida violenta).

Zangolotear.-  Está en el diccionario de la RAE con tres significados. Dos de ellos los siguientes.
2. intr. coloq. Dicho de una persona: Moverse de una parte a otra sin concierto ni propósito.
3. prnl. coloq. Dicho de ciertas cosas, como una ventana, una herradura, etc.: Moverse por estar flojas o mal encajadas.

Zorgatón  o sorgatón.-  Alguien muy grandote. (No aparece en el diccionario)

Zotaco o sotaco.-  Sinónimo de muy chaparro. (No aparece en el diccionario).