miércoles, 24 de marzo de 2010
Viernes de Dolores
(Escrito originalmente el sábado 4 de Abril de 2009)
Los recuerdos que tengo sobre este tema son muy escasos, pero se me vinieron a la mente en días pasados, platicando con una de mis hermanas.
Los “Viernes de Dolores” eran los viernes anteriores a la Semana Santa, o sea dos días antes del Domingo de Ramos, así que era una buena forma de empezar a sentir y a celebrar la Semana Mayor.
Yo no sé si esto se siga celebrando en mi pueblo, pero sí en algunas otras partes del país, especialmente del centro y del sur. Esto a pesar de que al parecer la iglesia católica consideró hace algunos años que esta celebración se duplicaba con otra fiesta de la Virgen de los Dolores en septiembre y dejó de considerarla como parte de su calendario religioso.
No recuerdo si había alguna ceremonia en la iglesia, más bien lo primero que se me viene a la mente son los altares que se solían montar en las casas, principalmente en las de familias donde había alguna “Lolita”.
Recuerdo que a mí se me hacía rara esa celebración, porque no entendía la razón por la cual la virgen podría estar llorosa esa noche, cuando en realidad su hijo moriría hasta el viernes de la siguiente semana; además, dos días después, en el Domingo de Ramos, habría un ambiente que sería de mucha fiesta y celebración por la entrada triunfal de Jesus a Jerusalén.
El primer altar que recuerdo haber visto y el que siempre me pareció mejor era el que instalaba mi tía Félix, en el corredor de su casa. Aún me parece sentir el aroma que despedía el altar, principalmente a pino, pues mi tía le pedía a alguien para ese día que subiera al cerro y bajara pedazos de rama de pino y creo que también piñas del pino. También acomodaba sus plantas de helecho y palmas, así que el escenario quedaba muy verde y hacía un bonito contraste con las muchas veladoras que se ponían estratégicamente.
A estos altares se les conocían por mi rumbo como “incendio”, nombre que me llamaba mucho la atención y que creo que tenía que ver precisamente con lo iluminado que se veía el altar gracias a tantas veladoras.
Los altares que preparaba mi tía Félix eran los mejores en ese tiempo, por diferentes razones, una de ellas era porque el patio era bastante espacioso y porque también llegó a instalar, yo creo que con ayuda de mi primo Rubén, un sistema para circular agua, con ayuda de una bombita, lo que le daba un toque muy especial y frescura al altar. Tengo idea de que mi tía tenía en ese tiempo electricidad que le pasaba mi tío Beto gracias a la plantita de gasolina que tuvo mucho tiempo antes de que llegara la luz eléctrica al pueblo.
La virgen de los Dolores, o sea “la dolorosa” quedaba en el centro del altar y también se colocaba un crucifijo, muy cerca, para representar la razón del dolor de la virgen. Es muy posible que en el altar se colocaran otros objetos, de los cuales no tengo memoria. He leído que en algunas partes existía la costumbre de poner a germinar algunas semillas con la anticipación necesaria para que en esos días estuvieran saliendo ya los retoños en las plantitas.
Otro elemento muy ligado con esta celebración eran las aguas frescas, que igualmente colaboraban para que hubiera olores muy peculiares en esas tardes y noches. Estas aguas frescas se preparaban para ofrecerse a los visitantes y la verdad es que caían muy bien, porque para la Semana Santa en mi pueblo regularmente ya empieza a hacer bastante calor. Yo recuerdo haber visto que se sirviera y haber consumido también agua de limón, a veces con semillas de chía, pero alguien me ha comentado que también se servían de otros sabores, supuestamente con diferentes simbologías: las aguas de limón y de otros sabores agridulces significarían las lágrimas de la virgen; el agua de orchata, de color blanco, significarían su pureza y el agua de jamaica representaría la sangre de Cristo.
La gente llegaba a los altares preguntando a los anfitriones que si ya les había llorado la virgen. Creo que la pregunta venía porque había leyendas acerca de que efectivamente se habían presentado casos milagrosos en que las imágenes de la virgen empezaban a arrojar lágrimas. El sueño de muchas personas que instalaban altares era que algún día su virgen pasara a la historia por haber llorado en una noche como esas. Pero la expresión era también una forma de insinuar que se les antojaba un vaso de agua fresca, insinuación que recuerdo era atendida de inmediato y con mucho comedimiento.
A muchos niños como yo, que parecía que teníamos hambre crónica, esas celebraciones nos caían muy bien, pues nos daban oportunidad de “gorrear” al menos un vaso de agua fresca. Digo al menos uno porque parte de la tradición era visitar los diferentes altares que se instalarían ese día y aunque sabíamos que el mejor altar era el de mi tía Félix, si algo nos gustaba a nosotros era andar por las casas.
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