lunes, 1 de noviembre de 2010

Los tesoros enterrados






Los tesoros enterrados
(Escrito originalmente el 13 de Abril de 2008)

Las historias y leyendas sobre tesoros eran parte importante de la imaginaria del pueblo; muy ligadas a historias de lugares encantados y sitios donde espantaba. En las reuniones para contar cuentos, adivinanzas y chistes, bajo las noches estrelladas o de luna llena, era frecuente que en algún momento alguien hablara de aparecidos, de lugares donde se veían llamas, se escuchaba el arrastre de cadenas o de otros temas relacionados con tesoros.

Yo he pensado que esa imaginación de alguna manera se relaciona con la pobreza de la gente, que necesitaba ilusionarse sobre la posibilidad de que existiera alguna forma de salir de pobre algún día.

La explicación sobre la existencia de tesoros escondidos tenía bastante lógica. En los disturbios que por mucho tiempo se dieron en el país, durante la Revolución y la Cristiada, mucha gente trataba de guardar su dinero de la forma más segura que conocían y ésta era enterrándolo. Por otra parte, en aquel tiempo no había bancos cercanos, me imagino que solamente en Guadalajara, además de que la gente les agarró confianza hasta que pasaron muchos años.

Yo nunca ví un tesoro de los que pudieron haberse enterrado y luego descubierto en el pueblo; pero me llamaba la atención de que la gente siempre hablaba de ollas o cántaros con dinero. Yo me preguntaba porque no los ponían en cofres metálicos o de madera. En cuanto al contenido, supongo que lo que se guardaba eran monedas de oro, algunos de ellos centenarios, o ya de perdida de plata; no tendría mucho caso guardar monedas o billetes de cuño corriente.

De la gente a la que de pronto le empezaba a ir bien, se sospechaba que se había encontrado una olla de dinero. No sé si esto efectivamente sucedió en alguna ocasión, pero me consta de personas y familias que de un día para otro cambiaban drásticamente su forma de vivir.
Comentaba que el tema de los aparecidos estaba muy ligado con el de los tesoros. La gente pensaba que una de las principales razones por las que un difunto trataba de comunicarse con los todavía vivos era para hablarles de algún tesoro que había dejado oculto. Por eso era importante que la gente se sobrepusiera al natural temor de ver un aparecido y de ser posible se animara a preguntarle si tenía algún mensaje en ese sentido.

También existía una relación con lugares donde por la noche se veían resplandores o llamaradas. Si alguien veía “arder” en algún lugar, era muy posible que ahí hubiera un tesoro enterrado. En alguna ocasión leí, hace mucho tiempo, que efectivamente era posible que por reacciones de diferentes compuestos químicos se pudieran ver esos resplandores, pero no necesariamente se relacionaba con tesoros.

Había muchas historias de lugares, en San Miguel o en otras ciudades, donde había espantos resguardando tesoros y al mismo tiempo buscando a quién entregárselos. Gente que durante su vida no se había portado muy bien, ofrecía un tesoro a cambio por ejemplo de que alguien se animara a rezar un rosario junto con ellos, lo que les ayudaría a salvar su alma; otros espíritus sólo pedirían que se les dijeran algunas misas con parte del dinero enterrado, pero aquí lo difícil era que alguien tuviera la valentía de quedarse para escucharlos y no saliera despavorido en cuanto vieran al pobre fantasma. Se contaban historias de que algunas gentes a las que les había ido bien en este aspecto era porque andaban tan borrachos, que ni siquiera se dieron cuenta de que estaban platicando con un difunto.

En algunos casos el asunto no era tan traumatizante, pues los aparecidos ni siquiera harían el intento de hablar con alguien, solamente se aparecerían, caminarían unos pasos y desaparecerían de nuevo. Ahí de lo que se trataba era de fijarse bien en que lugar exactamente habían desaparecido, pues muy probablemente la intención del difunto era mostrar donde había enterrado un tesoro.

Cuando se iba a escarbar a algún lugar donde se sospechara que había algún tesoro, había que ir provisto de herramienta y regularmente acompañado, para proveerse de valor. Otro elemento muy importante era de que había que ir con el pecho lo más sano posible, sin ambiciones ni envidias. Se contaban muchas historias de buscadores de tesoros que no encontraban nada porque alguno de los participantes se dejó llevar por estos malos sentimientos; o bien, en algunos casos encontraban las ollas, u otros contenedores donde se había puesto el tesoro, pero ahora llenos de tepalcates (pedazos que habían formado de una olla, de un cántaro o de otro artículo de barro) o llenos de alguna otra cosa, menos de dinero.

También se hablaba de una especie de gas que salía de los tesoros, a voluntad de quien lo resguardaba o de acuerdo con las conductas y pensamientos de quienes lo estaban buscando. Si los buscadores del tesoro no eran los seleccionados para quedarse con él, podría aparecer este gas venenoso, capaz de matar rápidamente a los intrusos. Hasta se usaba frecuentemente en el habla del pueblo la palabra “enazogarse” para referirse a alguien que de pronto mostraba demasiado interés en el dinero. Con el tiempo supe que la palabra venía de azogue, nombre con el que efectivamente se conoce un gas que se desprende de algunos metales que permanecen mucho tiempo enterrados. Este gas realmente puede matar a un ser humano en poco tiempo, sobre todo en condiciones de poco oxígeno, como pueden ser los hoyos cavados para buscar tesoros.

De quienes se hablaba que tenían más posibilidades de encontrarse tesoros, eran los albañiles, que al derribar paredes viejas o cavar cimientos, podrían encontrarse con ollas enterradas. Aunque esto suena lógico, en la realidad no conocí de ningún caso; los albañiles del pueblo no se distinguían por tener mucho dinero.

Una de las casas de donde se aseguraba que alguien había encontrado dinero enterrado era una que se encontraba en ruinas en el corral de Manuel Flores, frente a donde vive José Carranza; desde que yo recuerdo siempre había habido solamente unas paredes viejas de adobe y una serie de historias relacionadas con voces y aparecidos.

Sobre algo que a mí me consta es de un corral arribita de la carretera, un corral que a lo mejor ya no existe y que casi siempre se le veía improductivo. Camino al cerro uno podía ver hacia el interior y recuerdo que se podían ver huellas de que alguien había cavado un hoyo, muy probablemente la noche anterior. Alguna vez que iba con mi papá vimos un hoyo un poco más grande y recuerdo que mi papá comentó: “seguramente ahora sí dieron con el tesoro”.

Cuando empezaron a surgir los aparatos detectores de metales, mucha gente pensó que eso abría la posibilidad de encontrar tesoros de cuya existencia se hablaba desde hacía tiempo. Incluso mi papá una vez acompañó a alguna persona que trajo un detector y creo que hasta lo llevó a la casa, por algún lugar donde mi mamá había visto “arder” una noche, pero no encontraron nada. Nunca supe tampoco de que hayan encontrado algo que valiera la pena en otros lugares; lo que con frecuencia encontraban eran clavos de tren, que eran clavos muy grandes con los que se fijaban los rieles a los durmientes de madera y que era común encontrárselos en todas partes del pueblo.

Ya he comentado que en algún momento surgió la teoría de que el Jueves Santo era un día propicio para buscar tesoros. Algunos jóvenes se organizaban para ir a buscar tesoros en sitios donde alguien alguna vez había visto arder; o simplemente caminaban para ver si ese día había alguna manifestación y les tocaba la suerte de presenciarla; cuentan que en ocasiones hasta sacaban la puntada de que había que lanzar una piedra y se ponían a cavar en el lugar donde ésta cayera. Para esta tarea, los jóvenes se llevaban regularmente sólo barras, picos y palas y, eso sí, mucho tequila, así que si no encontraban nada de tesoro –como creo que siempre sucedió- al menos regresaban contentos por la borrachera. Mas recientemente, para estas aventuras la gente pudo disponer de los ya mencionados detectores de metales.

Yo pienso que la llegada de estos aparatos, que por cierto tenían muchas limitaciones cuando empezaron a conocerse en el pueblo, pues se activaban ante la presencia de láminas viejas y otras cosas sin ningún valor, fue haciendo que poco a poco la gente se fuera olvidando de muchas leyendas de tesoros y fantasmas.

domingo, 31 de octubre de 2010

La Fiesta de Poncitlán cuando niños






La fiesta de Poncitlán cuando niños

(Escrito originalmente en Dic. 23 de 2003)

Pocos acontecimientos eran tan esperados en el pueblo como la Fiesta de Poncitlán; yo no sé porqué la gente le decía “la función de Ponci”, pero era la frase más utilizada. La fiesta es el tercer domingo en el mes de noviembre, algo que yo he dicho que deberíamos copiar en San Miguel y no dejar que la fiesta caiga entre semana, pues disminuye la posibilidad de que la gente le dedique atención.

Mi mamá nos inculcaba mucho que debíamos ahorrar para la fiesta, así que muchas veces teníamos una alcancía que íbamos llenando con lo que ganábamos haciendo algunos trabajos o guardando centavitos de lo que nos daban para la escuela o de domingo. Las alcancías casi siempre eran hechas de alguna lata o botella.

El día de la fiesta todo mundo se levantaba más temprano. Mi mamá probablemente tendría que darnos una arregladita del pelo y terminar algún estreno que nos confeccionaba ella misma, además de los “encargos” que tenía. A mi papá no le agradaba mucho la idea de ir, así que muchas veces buscábamos irnos con los primos o con los tíos.

Parte importante de la fiesta eran (y supongo que siguen siendo) los carros alegóricos. En estos carros se representaban escenas religiosas; algunas señoras muy reconocidas en Poncitlán iban en el desfile lanzando maldiciones contra el demonio y el comunismo, apoyadas con un micrófono, mientras los carros iban circulando. El carro principal, el último, llevaba a la virgen del Rosario, la patrona del pueblo.

¿Cuál era el chiste de la fiesta? A estas alturas resulta difícil explicarlo, pero cuando niños estábamos ansiosos de hacer el viaje a Poncitlán y adentrarnos en las atracciones de la Fiesta. El viaje de ida sería por cierto bastante incómodo, pues regularmente los autobuses pasaban muy llenos y en caso de que se pararan ya sabía uno que tendría que ir apachurrado en medio de mucha gente. Lo bueno es que ese día casi todos se bañaban y se ponían sus mejores perfumes. El viaje de regreso sería regularmente en las mismas condiciones, a pesar de que muchas veces usaríamos un transporte improvisado como público, como eran las camionetas o trocas de la gente del pueblo.

Ya una vez en Ponci, que por cierto el camión en esos días lo dejaba a uno más lejos de la central porque el área se llenaba de puestos y otras cosas, podía uno bajar y dedicar un buen rato a recorrer los puestos de vendimias. En ellos era posible encontrar una gran cantidad de juguetes, comida, artículos para la casa, ropa, Etc.

A mi me gustaba hacer esos recorridos, aunque con la mano vigilando constantemente que el dinero no se desapareciera (había muchos ladrones en ese día que se robaban las carteras) tratando de encontrar la mejor manera de gastar el dinero. Regularmente terminaba uno comprando una pistolita que detonaba unos truenos de pólvora que venían en un rollo. A lo mejor también una máscara y una corneta de lámina para ir haciendo ruido. Esas ganas de ir tocando la cornetita debe tener alguna explicación psicológica, pues parece que lo siguen haciendo. Yo recuerdo que uno trataba de replicar con esa cornetilla la música que se escuchaba por todos lados en los diferentes puestos.

A los puestos grandes donde vendían comida y bebidas les llamaban terrazas. Yo siempre pensé, cuando era niño, que realmente se necesitaba mucho dinero para llegar a consumir en una de ellas; después me dí cuenta de que no lo era tanto. Probablemente la impresión venía de que era frecuente ver a los “norteños” estar consumiendo bebidas con sus amigos, rodeados con un mariachi o al menos un conjunto de música norteña. Uno podía ver que el fulano que estaba invitando la bebida y la comida era norteño porque se le notaba hasta en la forma de vestir, además de que muchos de ellas venían de Chicago y eso se podía saber por lo descolorido de su piel.

Para muchos paisanos que trabajaban en Estados Unidos en aquel tiempo (me imagino que para muchos sigue siendo lo mismo) uno de sus sueños dorados era juntar dinero y venir para una fiesta de Poncitlán, emborracharse con un grupo de sus amigos más cercanos, trayendo el mariachi detrás de él por las terrazas e incluso por la plaza. Algunos así lo hacían, con todas las dificultades que implicaba que un grupo de gentes trataran de caminar juntos en medio de una multitud.

La plaza era el lugar principalmente para los jóvenes, cuando llegaba la noche y la banda del pueblo empezaba a tocar su música; de niño yo trataba de no acercarme demasiado, para no correr el riesgo de ser empujado por la bola de gente. En otra ocasión platicaré lo que significaba caminar por esta plaza en ese día siendo joven, por ahora quisiera mencionar solamente que los olores que se desprendían eran muy bonitos, por la cantidad de nardos, gladiolos, gardenias, rosas y otras flores que abundaban, así como porque la gente olía a jabón, a limpio y unos cuantos a perfume.

Yo prefería gastar mi dinero en juegos, como el tiro al blanco con rifles de municiones. Casi siempre había dos tipos de rifles, los más caros tenían toda la apariencia de un rifle de verdad y mucha más precisión. Pero si el dinero era poco (y siempre lo era) resultaba más barato un rifle más pequeño, el cual no garantizaba mucha precisión en los tiros. Esta era una diversión para chicos y grandes, pues muchos jóvenes trataban de llevar a sus candidatas a novia a esos puestos, en parte para impresionarlas con su puntería, en parte también para tomar como pretexto que les estaban enseñando a tomar el rifle y apuntar y poder acercarse más a ellas y tocar sus manos.

Había también unos juegos que implicaban disparar con unos rifles que lanzaban corchos. La idea era derribar algunos regalos (que casi siempre eran cajetillas de cigarros) pero el canijo rifle disparaba por cualquier lado y era muy difícil obtener un premio. Alguna vez me llevé tremenda desilusión, porque después de que finalmente pude derribar una cajetilla de algo, el fulano me dijo que no bastaba tumbarla, sino que era necesario que la cajetilla cayera del estante.

A los juegos mecánicos creo que me subía poco, pues algunos me parecían muy simples y de otros me parecía que no era nada agradable la sensación que producían, así que se me hacía contradictorio el pagar por treparse a un aparato que iba a provocar sensaciones incómodas.

Era común que emprendiéramos el regreso a casa por la tarde. Ya sin dinero y muchas veces con la frustración de que te hubiera gustado quedarte más rato, o también con la idea de que a lo mejor te avorazaste y no aprovechaste tus ahorros de la mejor manera. Mi papá explicaba muy bien cómo eran las expresiones de la gente cuando iba camino a la fiesta y cómo eran a su regreso, cansados y sin dinero.

domingo, 25 de julio de 2010

La nomenclatura del pueblo

La nomenclatura del pueblo
Escrita el 4 de julio de 2010

Es probable que a otras personas les resulte como a mí que esta palabra suena medio rara, pero se refiere solamente al nombre de las calles y la numeración de las viviendas. Este es un tema del que había querido escribir desde hace bastante tiempo, pero me había detenido por no tener a la mano suficiente información, incluyendo un plano del pueblo. Sigo sin tener esa información, pero esperaría que quienes lean este escrito puedan colaborar conmigo para completarla.

Según mis recuerdos, la nomenclatura de las calles del pueblo se derivó de la introducción del servicio de electricidad, hacia 1966. Suena lógico pensar que para poder dar el servicio a cada una de las viviendas era necesario identificarlas oficialmente, de otra forma después no iban a poderse expedir los recibos cada dos meses.

No sé cómo se presentó la situación, pero me imagino que el Delegado Municipal, que tengo la idea era Basilio Valdivia en esa época, tuvo la instrucción de que se requería establecer la nomenclatura del pueblo y solicitó apoyo de quien pudo. En este caso, acudió a mi tío Beto, quien tenía mucha capacidad de trabajo y una habilidad práctica innegable para este tipo de cosas.

Recuerdo haber visto que a la casa de mis primos llegó una buena cantidad de lámina, que mi tío y los hijos mayores ayudaron a cortar en rectángulos de un mismo tamaño y luego a pintar con una base que recuerdo era un azul de tono oscuro. Tengo en mi mente la imagen de docenas de estos rectángulos puestos a secar al sol. Aunque el pueblo no es muy grande, hay calles que tienen varias esquinas y había que preparar un rectángulo para cada una de ellas.

Pero la parte que me parece más interesante de este proceso es la de la definición de los nombres que les pondrían a las calles. Seguramente no se dispuso de mucho tiempo, ni hubo una consulta pública y me imagino que fue en la casa de mi tío Beto en donde se tomó nota de cuáles serían los nombres que las calles de nuestro pueblo llevarían en adelante. No sé si en algún momento hubo oportunidad de tomar la opinión de algunos de los profesores de primaria del pueblo, que serían las personas más cultas.

Me pregunto cómo le hacía la gente, antes de que las calles tuvieran un nombre oficial, para referirse a alguna casa o parte del pueblo. Me imagino que lo que se diría sería algo así como: “ahí por donde vive don fulanito”; o ahí enfrente de “La Parota” o algún otro árbol fácil de distinguir. El problema de tener como referencias nombres de personas es que luego no se actualizan constantemente, es el caso de la esquina de Martín Torres, a la que se le sigue llamando así a pesar de que el señor tiene más de 30 años que falleció. Por cierto, a la calle que luego se le asignó el nombre de Hidalgo se le llamaba desde antes “la calle de abajo” y por mucho tiempo después se le siguió llamando así.

A falta de detalles sobre lo que realmente sucedió, no nos queda más que imaginar cómo se dieron las cosas. Yo supongo que mi tío Beto, el comisario Basilio Valdivia y otras gentes que se agregaron, entre ellos mi papá, opinaron sobre los nombres más convenientes para las calles del pueblo. Supongo también que las fuentes en las que se basaron fueron sus conocimientos de la historia de México y tal vez los ejemplos de otros pueblos, como Poncitlán o ciudades grandes, como Guadalajara.

En los nombres que forman parte de la nomenclatura se nota que prevalecen los héroes de la historia patria. Eso sí, se nota que se buscó encontrar un equilibrio y asignar nombres relacionados con los tres grandes momentos de la historia del país: la Independencia, la Reforma y la Revolución, aunque sin dejar de incluir nombres sobresalientes de nuestra época pre-colonial. Recuerdo que hay una calle Cuauhtemoc y otra Cuitláhuac, pero en este momento no podría decir en dónde se encuentran. Ojalá si alguien lee este escrito y recuerda la ubicación de algunas calles, nos complemente esta información.

La calle principal del pueblo, o sea donde se encuentra la plaza pública y el templo, es la Juárez, como sucede con muchos pueblos. Podríamos decir que también en Guadalajara la calle Juárez es la principal, aunque luego tiene varios nombres. La siguiente en importancia por la extensión sería la Hidalgo, que viene siendo la “calle de abajo”.

Otros héroes de la independencia que recuerdo serían Morelos y Allende, aunque tampoco tengo cierto en donde están esas calles. Tal vez haya también una calle Aldama y otra de Abasolo. Me gusta que en el pueblo haya una calle dedicada a Javier Mina, un español que jugó un papel muy importante para la conclusión de la Independencia; si no recuerdo mal, esta calle es la que sale de la Casa de la Máquina y se prolonga hacia el poniente, pasando por las casas de Don Felipe Beltrán, Florencio Vera y más adelante hasta llegar a la parte de atrás de las casas de Don Toño Muñoz y Don Germán Hernández.

También me da gusto que haya una calle dedicada a Don Pedro Moreno, un héroe de la Independencia más cercano a los jaliscienses, pues luchó en la zona de los Altos de Jalisco, por eso la ciudad de Lagos de Moreno lleva su nombre. Esta es la calle paralela a la Juárez, hacia el sur y se acaba cerca de la casa de Goyo Beltrán.

No sé porque tengo la idea de que no se incluyó el nombre de Doña Josefa Ortíz de Dominguez, que tal vez sería la heroína más conocida en toda la historia de México, pero tiene la desventaja de contar con un nombre demasiado largo. A lo mejor la que salió beneficiada en este aspecto fue Leona Vicario. No me parecería raro que otros personajes célebres de nuestra historia también fueron descartados por tener la mala suerte de que su nombre no cabría en el cuadrito.

De los héroes de la Reforma, tenemos a Melchor Ocampo, que es la calle que pasa por la esquina de la tienda que perteneció a mi tía Félix y luego a mi familia. Esa calle llega hasta la escuela primaria y el campo de futbol, aunque tengo duda de si pasando la carretera se llama igual o si le cambiaron el nombre quienes fundaron la colonia que algunos llamaban “Azteca” y otros “Altamira”. Otro héroe de esa época es Juan Alvarez, nombre que se le puso precisamente a la calle que viene desde El Tanque y pasa por la plaza.

De la época revolucionaria, debe haber una calle dedicada a Madero y otra a Venustiano Carranza, tal vez también otra para Emiliano Zapata, pero realmente no recuerdo con certeza su existencia y menos tengo idea de dónde podrían estar ubicadas. La única que me parece más cierta es la de Alvaro Obregón, que sería la calle que baja de la terminal de autobuses hacia el frente del templo. Siempre tuve la idea de que en este caso de alguna manera se siguió el ejemplo de Poncitlán.

Una de las pocas calles que se sale de contexto es la de Juan Gil Preciado, que en realidad no tiene mucho de calle, pues es la que corre a lo largo de la carretera. Este nombre se le otorgó por el gobernador de Jalisco que benefició a nuestro pueblo, unos pocos años antes, con la introducción del sistema de agua potable.

Recuerdo que fue un domingo (aunque tal vez se requirieron varios) en que una cuadrilla de gentes, encabezada por el comisario, salieron a colocar los letreros con los nombres de las calles. En muchos casos, fue necesario que previamente un albañil hiciera una base sobre la que se colocarían las láminas, pues muchas paredes de adobe estaban demasiado disparejas.

Esta también fue la oportunidad de que se instalaran los números en el exterior de las casas. En muchas partes del pueblo solamente había corrales, así que los dueños tuvieron que calcular cuántas casas podrían construirse luego en su predio, para apartar los números correspondientes.

Mi tío Beto también ofreció el servicio de vender los cuadritos con los números que identificarían las casas. Eran hechos de cerámica, cemento blanco o algo parecido y realmente bastante sencillos. Recuerdo que incluso mi tío y mi papá hicieron algunas pruebas para ver si se podían fabricar algunos parecidos, pero al parecer no resultó muy redituable y no se hizo.

Estoy convencido de que quienes prepararon la nomenclatura del pueblo hicieron un muy buen trabajo, tanto en la instalación de las láminas, como en la selección de los nombres. He conocido muchos pueblos y barrios en diferentes ciudades del país y puedo decir que, al menos al principio, nuestro pueblo tuvo una buena nomenclatura. Las láminas con los nombres duraron muchos años, fueron sustituidas en su mayoría unas dos décadas después, porque a algún Presidente Municipal se le ocurrió que valía la pena hacer el cambio o tal vez porque fue un trabajo que se hizo en todo el país cuando se estableció el sistema de códigos postales, pues en adelante las láminas ya tendrían ese dato, lo cual no dejaba de parecerme ocioso, pues todo el pueblo tenía el mismo código postal.

Han surgido algunos barrios nuevos en el pueblo, pero no sé cuáles hayan sido los nombres seleccionados para nombrar las calles. Yo me quedé con la idea de que sería bueno que en el pueblo hubiera una calle en honor de López Mateos, que era el Presidente de México en aquellos tiempos y ha sido uno de los mejores que hemos tenido. También me gustaría que hubiera una calle dedicada a Lázaro Cárdenas, pero cuando se hizo la nomenclatura aún vivía y como que el criterio que prevaleció fue usar nombres solamente de héroes difuntos. Algo que también faltaría es una calle asignada a un héroe o personaje de nuestro pueblo, algo que si existe en Poncitlán, en donde hay una calle dedicada a un músico que ahí nació o al menos ahí vivió.

En todo esto, sin embargo, mi experiencia es que es difícil complacer a todo mundo, además, nuestro pueblo no crece tan rápidamente como para dar espacio a muchas opiniones. Lo que sí creo es que éste es un tema que debería ser de interés general y suscitar una participación de todos los sanmiguelenses.

lunes, 21 de junio de 2010

El Día del Padre, cuando eramos niños

(Escrito originalmente el 16 de Junio de 2003)

Según mis recuerdos, el Día del Padre no era algo muy celebrado en San Miguel cuando éramos niños, sobre todo si lo comparamos con las fiestas del Día de la Madre, que se festejaba ampliamente, con fuerte apoyo de los maestros de la escuela primaria. Yo recuerdo que esto me parecía un tanto injusto, porque sentía que el mérito de los papás también era muy grande; sentía también que el no dar este reconocimiento de alguna forma daba por hecho que la gran mayoría de los papás eran bastante baquetones. A lo mejor lo que sucede es que no nos había llegado el asunto de la comercialización tan fuerte como es ahora.

Estaba leyendo hace poco que fue hasta 1966 cuando en Estados Unidos hubo una proclamación por parte del presidente Johnson, quien declaró oficialmente el tercer domingo de junio como el Día del Padre. Yo supongo que ese fue un factor que generó en México una mayor aceptación para celebrar esta fiesta y hacerlo precisamente ese día. De entrada me parecía un tanto injusto que para festejar al padre se haya pensado en una fecha movible, mientras que a las mamás siempre se les celebraría el 10 de mayo, pero después pude ver que esto tenía también sus ventajas.

Ni siquiera había muchas canciones, tristes o alegres, que hicieran alguna mención de los papás. A diferencia del día de las madres, en el que los tocadiscos del pueblo tocaban durante todo el día bastantes canciones con alusión directa al amor de madre.

Una de las canciones dedicadas a las mamás que más recuerdo decía en una parte “Oh Madre querida, Oh Madre adorada” y yo, que siempre he sido muy despistado para eso de entender la letra de las canciones, pensé que decía: “Comadre querida, Comadre adorada”. Porque aparte también era común que algunas comadres se felicitaran entre sí para ese día. Otra canción que también se escuchaba mucho en el tocadiscos del pueblo era una que cantaban los Dandys, que ya de por sí eran muy populares.

Años después surgió una canción sudamericana que creo se llama “Mi viejo” y que en una parte dice “Es un buen tipo mi viejo, que anda solo y esperando, tiene la tristeza larga, de tanto venir andando…”. Incluso la grabó Vicente Fernández algunos años después, pero la verdad es que la letra no me parecía muy cercana a la forma en que en México, y sobre todo en mi pueblo, podríamos hablarles o referirnos a los papás. Un tiempo después salió otra canción, creo que de Lorenzo de Monteclaro que habla de “ese señor de las canas, que en las buenas y en las malas siempre supo responder”. Siento que esa canción si se quedó más en el gusto de la gente, a pesar de que es muy triste, sobre todo en el verso que dice:

Por señas tiene ojos tristes,
herido su corazón,
es viejo y de pelo blanco,
su mirada puro amor.


Así que la fiesta en casa, ese día de los padres, tal vez consistiría simplemente en incorporar a la comida un refresco. Un refresco que varios de los hijos compraríamos, llevaríamos a la mesa y los pondríamos en el centro, con lo cual para nosotros ya daba una imagen de fiesta. Probablemente unas flores de tulipán o de laurel servirían para adornar las botellas y que se vieran más bonitas.

No recuerdo que hayamos podido regalarle algo a mi papá cuando yo era niño, ni siquiera una cajita de pañuelos, que realmente eran baratos. Sucede también que no había muchas cosas que en las tiendas del pueblo promocionaran para ese día, contrario a lo que sucedía para el Día de las Madres, aunque visto a la distancia uno se da cuenta de que lo que les regalábamos a las mamás eran en realidad cosas para la casa y no para ellas.

domingo, 13 de junio de 2010

Los días "alegres"

(Escrito originalmente el 29 de Junio de 2003).

El mes de junio era muy especial en San Miguel, para mí tenía incluso mucho de mágico.

Con los primeros días del mes llegaban también las lluvias y el escenario pronto se transformaba. Las lluvias disipaban los calores de mayo y empezaban a teñir todo de verde. Era increíble ver como de un día para otro el pasto y las hierbas silvestres crecían y cubrían las orillas de los caminos. Hacia el medio día, el calor del sol vaporizaba el agua caída la noche anterior y se sentía en el ambiente el olor a tierra mojada, mezclado con olor de hierbas, de abono, y no se cuantas cosas más. Esto podía uno sentirlo en la nariz, pero se penetraba también en los pulmones y hasta en el estómago.

En el campo se empezaba a ver mucha gente trabajando en limpiar la milpa de yerba y más tarde también tirando abono.

Un motivo de fiestas en el mes de junio era sin duda la terminación de los años escolares. Esta fiesta era una de las más esperadas en el pueblo. En la época en la que yo salí de sexto, en 1967, ese era el nivel escolar al que podía aspirar la gran mayoría de la gente del pueblo, muy pocos podían pensar en irse a estudiar más arriba.

Pero sin duda lo que completaba el escenario de fiestas eran los “días alegres”; o sea las fiestas de San Antonio, el día 13; de San Juan el día 24 y de San Pedro y San Pablo el 29 de junio. De alguna manera se entendía que el 29 era el día más importante, aunque yo creo que había más gente que se festejaba el 24 de junio, porque hay más Juanes y Juanas que Pedros y Pablos.

La fiesta empezaba un día antes, cuando la música que había sido contratada por los encargados empezaba a caminar por las calles, al menos cerca de la plaza. Los cohetes de pólvora, pronto convocaban a la gente o al menos les recordaban que estábamos de fiesta. Para esto, ya los encargados estaban preparados y distribuían botellones con ponche; el de jamaica era probablemente el más conocido, pero había también de tamarindo, de guayaba, de membrillo y de otros sabores.

Así que había gente que empezaba a tomar ponche siguiendo a la música desde la víspera y continuaban tomando todo el día siguiente. El día de la fiesta había que ir a misa y empezar a escuchar ahí a los músicos que le llevaban mañanitas al santo festejado. De ahí, habría que seguir a la música por todo el pueblo; pues en cada casa que hubiera alguien que llevara el nombre del santo del día se tocaban las mañanitas y/o alguna canción del gusto del festejado y esto funcionaba no solamente para personas adultas, sino incluso para recién nacidos.

En recompensa por la música, el anfitrión debía regalar a los encargados un pollo o paloma de buen ver, adornado con tiras de papel de China. Los pollos recogidos eran colgados bocabajo de un hilo en un caballo y hacían el recorrido junto con la música durante todo el día, así que al llegar la tarde muchos de ellos ya no se veían muy fuertes.

La fiesta era para todo el mundo, de modo que si uno era suficientemente paciente, podía incluso conseguir un poco de riquísima comida en la casa donde los encargados habían previsto alimentar a los músicos.

Por la tarde, la gente se trasladaba al foro frente a la escuela (años después el escenario se cambiaría al kiosko de la plaza) donde se haría la ceremonia de “agarrar el cargo” de manera que se podría saber quienes serían los responsables de organizar la fiesta del siguiente año. Se colocaban unas mesas con una buena cantidad de “picones”, cigarros, botellas de ponche y de otro tipo de vino, como atractivo para quienes se decidieran asumir esta responsabilidad.

“Agarrar el cargo” era un símbolo de compromiso con la comunidad, además de que tenía otros significados. Por ejemplo, cuando un joven era aceptado como un nuevo encargado, de alguna forma indicaba que ya era reconocido por la comunidad como persona adulta, susceptible de cargar con responsabilidades. Para muchos sanmigueleños sin duda que “agarrar el cargo” al menos una vez en la vida era un motivo de orgullo y una manera de sentirse miembro del pueblo.

Cuando muy niño, recuerdo que lo común era que dos o tres personas agarraran el cargo, después el número tuvo que hacerse más grande, para estar en condiciones de compartir los gastos. La breve ceremonia en la que se anotaban en una libreta los nombres de los encargados era muy formal, de manera que era atestiguada por el comisario del pueblo. Fallar al compromiso de “pagar el cargo” era realmente una vergüenza por la que nadie hubiera querido pasar nunca.

En aquellos tiempos, después de agarrado el cargo la gente se trasladaba con todo y música a la “calle de abajo”, que no es otra más que la calle Hidalgo. Entre el tramo de la casa de Jesús Vega y de Juan Arana se realizaban carreras de caballos. Esta costumbre de las carreras desapareció cuando se realizaron las obras de empedrado por la mayoría de las calles del pueblo.

Muchos de los jinetes que participaban en las carreras de caballos se picaban y de ahí salían carreras arregladas para realizarse semanas después, una vez que los caballos estuvieran “en cuida” por un tiempo. Los premios en las carreras de “los días alegres” eran precisamente los pollos o palomos que habían sido recogidos en la mañana, pero sin duda esto era solamente un símbolo, y lo más importante era que los jinetes ganadores se llevaban una diana, junto con el aplauso y reconocimiento del público en general, especialmente de las muchachas.

Estos días eran fechas en que la gente haría un esfuerzo por estrenar algo, en al menos uno de los días. Mi mamá se preparaba con mucha anticipación para tener listo un estreno para mis hermanas; por mucho tiempo ese estreno tendría que salir de la vieja máquina de coser. De cualquier manera, muchas veces mis hermanas pudieron lucir vistosos vestidos (acordes con lo colorido de los días) y yo también pude estrenar al menos una camisa. El olor a ropa o zapatos nuevos se agregaba al ambiente y aportaba un ingrediente muy importante para la fiesta. No importaba que por la noche, al regreso a la casa, muchas veces la ropa y los zapatos estuvieran cubiertos de lodo, por alguna de las tormentas que no son extrañas en estos días.

domingo, 23 de mayo de 2010

Guajes, guamúchiles y guayabas






Escrito originalmente el 13 de septiembre de 2008

Curiosamente los nombres de estas tres frutas comienzan con las mismas letras y las tres formaban parte importante de la dieta y hasta del paisaje de mi pueblo, aunque me imagino que todavía sigue siendo lo mismo. En realidad esto no era exclusivo de San Miguel, pues se podía decir lo mismo de otros pueblos de la región, pero yo creo que sí llegó a constituirse en parte de nuestra identidad.

Recuerdo que cuando había pleito con muchachos de pueblos cercanos –lo cual era muy frecuente porque muchos de ellos iban a estudiar a nuestra escuela primaria- no faltaba a quien se le ocurriera decir que los de San Miguel éramos indios guajeros, guamuchileros o guayaberos (nopaleros era otro adjetivo). Por supuesto que nos enojábamos, pues de antemano sabíamos que lo decían con plan de ofender. Lo de “indio” no creo que nos molestara mucho, más bien lo otro.

De las tres frutas, creo que las guayabas no se daban tanto como para que mereciéramos esa fama. Había y tal vez todavía hay, algunos arbolitos en el rancho, en la granja del Jaral, en algunas huertas de por el rumbo de El Tanque y en muchas casas, pero no creo que fueran tantas.

Los árboles de guamúchil son más bien silvestres y de esos sí hay muchos por todos lados, claro con excepción de los potreros, en donde solamente hay tierras de cultivo, ni tampoco en las partes altas del cerro, donde más bien hay árboles de palodulce, encinos y pinos. Igual pasa con los árboles de guajes, nacen solos por todas partes.

Los guajes dan fruto en los primeros meses del año; en enero, febrero y hasta en los primeros días de marzo. Son unas vainas con pequeñas semillas que están más sabrosas cuando están tiernitas. Existen vainas de color verde, como las de la foto de abajo, aunque las que se dan más en mi pueblo son de color rojo.

Mucha gente se comía las semillas en tacos, solamente con un poco de sal. También era común comérselos esparciendo las semillas sobre el plato de frijoles, ya fueran de la olla o fritos, o en algún otro platillo, por ejemplo unos huevos estrellados. Pero lo más común y sabroso era preparar una salsa machacando las semillas y agregándoles jitomate y chile. Esta salsa, como todas las demás sabría mucho mejor si se preparaba en un molcajete, de donde se tomaría directamente para comerse en forma de taco, sobre frijoles, huevos fritos y otros alimentos.

Los guajes son bastante sabrosos, lo malo es que tienen un olor muy fuerte y no se recomienda comerlos si más tarde se tiene algún compromiso en el cual hay que acercarse mucho a otras personas; obviamente, si esa noche se tiene pensado ir a ver la novia, mejor es evitar incluirlos en la comida. Lavarse los dientes y masticarse unos chicles de menta o hierbabuena no son antídotos suficientes contra este tremendo olor. Es tan fuerte este olor, que se dice que los parásitos intestinales salen disparados cuando niños o adultos consumen guajes en ayunas. Ya mejor ni digo lo que sucedía cuando a alguien se le escapa un gas en algún lugar público, después de haber comido bastantes guajes.

El árbol de los guajes tiene ramas muy quebradizas, (“vidriosas” decían en mi pueblo) por tanto uno no se trepaba a los árboles, o sólo a las primeras ramas y los guajes se cortaban con apoyo de un gancho. Los buenos ganchos eran de palos de otate; también había de carrizo, pero se quebraban en cualquier momento.

Cuando de niños íbamos a nadar al tanque, a veces nos llevábamos un kilo de tortillas y un poco de sal. Después de nadar un rato, para recuperar energías, buscábamos guajes y hacíamos tacos, los cuales nos sabían deliciosos. También descubrimos que los retoños del árbol tenían un sabor parecido, así que comíamos tacos de retoños.

Los guamúchiles son también una vaina. Estos se dan desde abril, mayo y los primeros días de junio. Lo más común es que las lluvias se consoliden después de la segunda semana de junio y eso hace que los guamúchiles que aún están en el árbol se empiecen a pudrir y son también mordizqueados por los mayates.

Los guamúchiles no son para acompañar la comida, sino más bien para comerse solos. Cuando llegaba la temporada, algunas familias se salían por las tardes a los corrales, cargando un gancho y un balde. Esta era una forma digamos civilizada de cortar y comer guamúchiles, porque algunos de nosotros lo que hacíamos era tratar de tumbar a pedradas los mejores frutos. Regularmente lo lográbamos, pero después de cansar el brazo y al precio de tumbar muchas frutas aún verdes. Otra forma que seguíamos era treparnos hasta las partes más altas, con la única limitante de que la rama que pisábamos soportara nuestro peso. Estando lo más cerca de las frutas las cortábamos con las manos o a veces sacudíamos fuertemente la rama, para que cayeran los frutos. Ya he platicado que en esos tiempos no nos preocupábamos mucho por la higiene, así que caían las frutas en el suelo y nosotros solamente les sacudíamos un poco el polvo antes de hincarles el diente.

En el pueblo teníamos identificados cuáles eran los árboles de guamúchil que más pronto empezaban a dar fruto; también los que eran más dulces y jugosos. Había otros que además de sabrosos daban frutos con colores muy intensos. Solamente había que cuidarse de los árboles que daban frutos “hogones”; en su tiempo yo no sabía de dónde había salido esa palabra, pero entendí después que se refería a que uno sentía que estos frutos se le quedaban atorados en la garganta, porque eran muy resecos.

Siempre he pensado que se debería de encontrar algunas formas de preservar los guajes y los guamúchiles, o prepararlos de alguna manera que fuera posible consumirlos durante todo el año, y no solamente en las pocas semanas que los árboles están “dando”, como decíamos en el pueblo.

Esto último sí se ha hecho con la guayaba, cuyo fruto por cierto creo que es más posible conseguirla a lo largo del año. Con este fruto se fabrican jaleas, dulces y hasta preparados con alcohol. Uno de los ponches que más me gustaban en los “días alegres” o en diciembre era precisamente el de guayaba.

En mi pueblo nos comíamos las guayabas mas bien cuando estaban sazonas, pero todavía no maduras, porque había muchas posibilidades de que luego se le desarrollara alguna plaga y le salieran gusanillos. Ya maduras, se buscaba evitar las partes podridas para comerse lo demás. Cuando había mucha guayaba, se caían de los árboles y se podían recoger para luego partir y cocer con un poco de azúcar, a esto le llamábamos “guayabate”.

Las guayabas se pueden comer solas, para mitigar el hambre; también acompañan las comidas, como puede ser en forma de una rica agua fresca; las maduras nos sabían también muy sabrosas con leche; había incluso algunos remedios para el estómago o la gripe que se preparaban con base en hojas o frutas del guayabo. Una ventaja adicional es que este fruto no huele mal, como los dos anteriores; todo lo contrario. Yo con frecuencia masticaba hojas tiernas de este árbol para disimular otros sabores y olores, o simplemente porque me gustaba el sabor.

lunes, 17 de mayo de 2010

El humilde birote






Escrito originalmente el 30 de octubre de 2009.



Tenía desde hace tiempo interés en consultar el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua para confirmar si la palabra “birote” está reconocida, aunque sea como un americanismo, pero, como lo imaginaba, solamente se reconoce una palabra “virote” que no tiene nada que ver.

Investigando un poco más uno se da cuenta de que la palabra “birote” se usa básicamente en el estado de Jalisco. Yo tenía también la hipótesis de que podría derivarse de una palabra en francés, pues algunas gentes les llaman “pan francés”, como queriéndose dar mucho paquete. Busqué en un diccionario de francés la palabra “bigot”, pero el significado no tiene nada que ver con el pan. Sigo pensando que la palabra puede venir del francés, pero habrá que seguir investigando la posible raíz.

Yo anoté en el título de esta narración que el birote es un pan humilde, por que al menos la mayoría de mis contemporáneos lo despreciábamos en la infancia y preferíamos el pan dulce. Sin embargo, con el paso del tiempo hemos reconocido la importancia que este pan tuvo siempre en nuestra alimentación. Además de que cuando sale uno de Jalisco una de las cosas que más se extrañan es la consistencia y el sabor del birote de nuestra tierra.

Cuando estábamos niños el birote era un pan cuadrado, que se dividía en 4 partes, aunque muchas veces nosotros los dividíamos en dos, para que quedara una torta (así le llamábamos, aunque en otras partes del mundo una “torta” es un pastel) de buen tamaño. En Guadalajara vendían unos birototes de hasta un metro de altura, muy doraditos y ricos, estos eran de una sola pieza. Alrededor de la Central de Autobuses vieja había varios puestos, así que una buena forma de terminar un viaje a la capital del estado era comprarse al menos uno y llegar con él a la casa. Muchas veces había que compartir al menos un pedazo con los hermanos, así que a veces nos tocaba un pedacito que disfrutábamos con frijoles o simplemente con leche.

Los birotes de Guadalajara eran más o menos como el de la foto de abajo y los envolvían en papel de estraza y amarraban con hilo blanco, para facilitar la cargada.

Después sacaron otra forma de pan blanco que llamaban bolillos, que eran como los birotes de Guadalajara, pero más pequeños, aunque igual de tostaditos. Por cierto que la palabra “bolillo” si está reconocida en el Diccionario de la Real Academia Española, como un regionalismo de México y El Salvador para llamar a una variedad de pan blanco.

Esto de lo tostadito era importante, porque le daba al pan más resistencia, para que no se ablandara rápidamente con la comida. Yo recuerdo que a mi me gustaba remojarlos en el vaso de leche y la parte del extremo aún después de remojarla un ratito seguía estando crujiente.

Había muchas cosas que le podía uno poner a los birotes y bolillos y ya con eso quedaba una comida rica: frijoles, huevos estrellados, crema, queso y hasta algún tipo de guisado. Aunque hasta sin comida eran suficientes para espantar el hambre y dar energía, recuerdo un paisano, que en aquel tiempo estaba joven, que después de trabajar muy duro iba a la tienda y se comía “dos bidotes y una dudú”. Los refrescos “Lulú” se vendían en unas botellas muy amplias y redondas, o sea que contenían bastante líquido. También a veces la gente le pedían la tendero que les pusiera unas cucharadas de vinagre de chile jalapeño y ya con eso se atoraban menos.

Yo recuerdo con mucho cariño la época en que servían desayunos escolares en la primaria de mi pueblo. Llegaba mi tío Federico Flores y en una cántara de leche preparaba un choco milk a partir de un polvo que casi siempre fue de sabor chocolate, aunque también un tiempo lo sirvieron de fresa. Tengo idea de que el programa de desayunos escolares fue idea del Presidente López Mateos y luego fue continuada por Gustavo Díaz Ordaz. Le daban a uno un bolillo y luego un pocillo con choco milk. Eran bastantes calorías, demasiadas, según se han hecho estudios posteriormente, yo recuerdo que hasta me caía de peso y a veces me daba un sueño que me costaba mucho trabajo superar.

Con estos bolillos se pueden preparar las tortas ahogadas, que es un platillo típico de Guadalajara. Estas tortas llevan una embarrada de frijoles fritos, se rellenan de carnitas de cerdo cortadas en pedazos muy pequeños y luego se les pone un montón de salsa. De hecho, casi siempre son dos salsas diferentes, una de puro jitomate y otra tan picante, que es famosa por ayudar a sudar las crudas. De igual forma, la capirotada que comíamos en nuestro pueblo tenía una consistencia más firme y doradita, gracias a este pan.

Posteriormente llegaron las “teleras”, yo creo que como una influencia de la ciudad de México y otros estados del centro del país. Las teleras son más redondas y al parecer se acoplan mejor para preparar tortas, aunque a mí no me agradan igual, sobre todo porque no tienen la misma consistencia tostadita.

Existían algunas historias acerca de qué es lo que le da el sabor rico al birote y al bolillo, a pesar de que sus ingredientes y forma de preparar son muy simples. Había quienes decían que el sabor tenía que ver con el amasado de la harina que incluía que el panadero se secara el sudor de las axilas y del pecho con la bola de masa. Por supuesto que yo no creo eso, pues nunca me salió un vello en el pan.

También se tiene la idea de que sería difícil fabricar pan bolillo en otro lugar que no sea Jalisco, porque se conjugan factores de humedad, altura sobre el nivel del mar, Etc. Esto me parece más digno de crédito, pero creo que valdría la pena averiguarlo.

sábado, 17 de abril de 2010

San Miguel Arcángel






San Miguel Arcángel es el patrono de nuestro pueblo desde algún momento del Siglo XVI.

En este texto la idea es presentar algunos datos generales de nuestro patrono, que espero no sean demasiado conocidos. Pero si así lo fueran, pienso que no está por demás recordarlos permanentemente.

De niño, me emocionaba bastante escuchando la forma en que el Padre Reynaldo Flores hablaba de la rebelión que hubo en tiempos inmemoriales en el Cielo, cuando Luzbel, uno de los arcángeles más bellos y preferidos de Dios, invadido por la soberbia, quiso en algún momento destronarlo, al frente de un ejército de ángeles seguidores.
Luzbel trató de convencer a San Miguel de unirse a él, pero nuestro patrono se mantuvo leal al Creador y con su ejército venció al de Luzbel.

Al escuchar este relato mi mente trataba de formarse una imagen de cómo se dieron los hechos: los escenarios, las posibles armas, la forma en que estaban vestidos los ángeles, Dios, Etc. Algo que me costaba trabajo entender era cómo los ángeles podrían cometer el pecado de la ira, pues uno supone que para pelear hay que estar enojado.

Todos los domingos, al final de la misa, el padre recorría el templo para recoger la limosna en una especie de cenicero grande, al mismo tiempo que recitaba una oración dedicada a San Miguel:

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha.
Sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio.
Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica.
Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén.


Los siguientes datos sobre San Miguel están tomados de una Enciclopedia Católica disponible en: http://ec.aciprensa.com/a/arcamiguel.htm

(Hebreo “¿Quién es como Dios?”)

San Miguel es uno de los principales ángeles; su nombre era el grito de guerra de los ángeles buenos en la batalla emprendida en el cielo en contra del enemigo y sus seguidores. Su nombre se encuentra cuatro veces en la Escritura:

Daniel 10, 13 ss., Gabriel le dice a Daniel, cuando éste le pide a Dios que permita a los judíos volver a Jerusalén: “El príncipe del reino de Persia me ha hecho resistencia durante veintiún días, pero Miguel, uno de los Primeros Príncipes, ha venido en mi ayuda”;

Daniel 12, 1 el Ángel hablando del fin del mundo y del Anticristo dice: “En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran Príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo.”
En la Epístola Católica de San Judas 1, 9: “En cambio el arcángel Miguel, cuando altercaba con el diablo disputándose el cuerpo de Moisés, no se atrevió a pronunciar contra él juicio injurioso, sino que dijo: «Que te castigue el Señor».” San Judas alude a la antigua tradición judía de una disputa entre San Miguel y Satán sobre el cuerpo de Moisés, lo cual también se puede encontrar en el libro apócrifo de la asunción de Moisés (Origen, "De principiis", III, 2, 2). San Miguel concilió la tumba de Moisés; sin embargo Satanás al destaparla, trató de seducir al pueblo judío al pecado de la adoración heroica. San Miguel también resguarda el cuerpo de Eva, de acuerdo a la “Revelación de Moisés” (“Evangelios Apócrifos”, etc., ed. A. Walker, Edinburgh, p.647).

Apocalipsis 12, 7, “Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón.” San Juan habla del gran conflicto al final de los tiempos, que refleja también la batalla en el cielo al principio de los tiempos. De acuerdo a los Padres existe frecuentemente controversia de San Miguel en la Escritura donde no se menciona su nombre. Dicen que era el querubín que estuvo en la puerta del paraíso, “para guardar el camino del árbol de la vida” (Gen 3, 24), el ángel a través de quien Dios publicó el Decálogo para su pueblo escogido, el ángel que se puso en el camino para estorbarle a Balaam (Números 22, 22 ss.), el ángel que hirió al ejército de Senaquerib (II Rey 19, 35).

Según estos pasajes de la Escritura, la tradición cristiana le da a San Miguel cuatro oficios:
1. Pelear en contra de Satanás.
2. Rescatar a las almas de los fieles del poder del enemigo, especialmente a la hora de la muerte.
3. Ser el defensor del pueblo de Dios, los judíos en la Antigua Ley y los cristianos en el Nuevo Testamento, por tanto es patrono de la Iglesia y de las órdenes de caballeros durante la Edad Media.
4. Llamar de la tierra y traer las almas de los hombres a juicio.

sábado, 3 de abril de 2010

Día de Judas


El día de Judas
Escrito originalmente el 20 de Marzo de 2008 (Jueves Santo)






Yo no sé si esta costumbre también existía en otros lugares de México, pero hasta ahora sólo he sabido que esto se realizara en mi pueblo. Me refiero a todo lo que acompañaba la celebración de “la quema de Judas”; sé que en muchas partes se realiza esta quema, pero no creo que el dinero para comprarlo surja de donde se sacaba en San Miguel. El dinero se recaudaba a partir de una “cooperación” por parte de gente de todo el pueblo, al dar una, podríamos llamar recompensa, para recuperar un bien que había sido sustraído de su casa la noche del Sábado de Gloria.

Esta era una tarea que se empezaba a organizar días antes. Un grupo de muchachos –y algunos no tanto- empezaban a correr la voz en forma muy clandestina de que “iba a haber Judas”. También se mencionaba en casa de quién iba a instalarse el cuartel general. Era importante mantener esto en el mayor secreto posible, para que de esa manera la gente estuviera más confiada y fuera más fácil robar. A quienes sí se les tenía que informar debidamente era a las autoridades, o sea al comisario, quien regularmente daba las facilidades necesarias para que se realizara el evento.

Ya entrada la noche del sábado, los voluntarios empezaban a reunirse en el cuartel general, que tenía que ser una casa con bastante espacio para que cupiera la gente y para guardar las cosas hurtadas, cosa que no era difícil encontrar entre las casas viejas del pueblo.

Era necesario poner a funcionar una logística bastante detallada: Se dividía el pueblo en sectores y a cada uno se le asignaba un equipo de personas. En el cuartel general se quedaba al menos un coordinador, alguien que se iba a encargar de llevar el inventario de los bienes recogidos y otro más que haría, con el apoyo de los demás, un trabajo de mucha calidad: la elaboración del testamento de Judas. Había que prever también poner una buena olla de café y tener galletas disponibles, aunque fueran “Rancheras” o de “animalito”. Creo que mi Tío Rosendo llegó a participar en la elaboración de este testamento, e incluso mi papá, pero creo que a quien a mí me tocó ver fue a Chilo Ramírez.

El testamento era una relación de los artículos que supuestamente Judas dejaba en herencia a sus verdaderos dueños, pero era elaborado en versos. Estos versos tenían que resultar graciosos para quien los escuchara, sin llegar a ser ofensivos, aunque en la realidad casi nunca eran del agrado del aludido. Los versos eran muy sencillos, regularmente de cuatro líneas solamente. En la práctica, hubo ocasiones en que los versos no resultaron tan inofensivos como debieran, recuerdo uno que le dedicaron a una señora del pueblo, de no muy buena reputación, a quien la noche anterior le recogieron una cubeta. El verso que le dedicaron, que no recuerdo exactamente cómo decía, hacía rima entre cubeta y la palabra “horqueta”, usada para referirse a la entrepierna.

A mi me tocó participar en un par de ocasiones y sí lo recuerdo como algo muy excitante, sobre todo la primera vez. Para los chavos de mi edad el que se le permitiera a uno participar en esta actividad implicaba en cierta forma el ser visto y reconocido como un adulto.

Ya cuando los equipos salían a las calles, a cumplir con su misión, iban muy motivados a tratar de distinguirse de los demás equipos en cuanto a poder robar más cosas y que éstas fueran más difíciles de obtener. Entre los primeros artículos que se buscaba sustraer era una escalera, un carretón o al menos una carretilla y un gancho, los cuáles serían utilizados a lo largo de la noche. Lo del gancho se refiere a un alambrón doblado y atado a una vara larga, con el que era posible tomar algunas cosas de los patios de las casas sin ni siquiera meterse a ellas, como pudiera ser alguna prenda de ropa, una cubeta o cosas parecidas. Esto se facilitaba porque nuestro pueblo era pequeño y había tanta convivencia que prácticamente todos sabíamos cómo era por dentro la casa de los demás e incluso cuáles eran sus principales pertenencias.

Pero el asunto no era sencillo, porque había que esperar las horas más pesadas para el sueño. La gente esa noche trataba de no dejar nada a la intemperie, mucho menos alguna prenda muy íntima que luego pudiera se exhibida al día siguiente. Estaban también los perros, que siempre han abundado en el pueblo y que fácilmente arman un escándalo suficiente para despertar a los dueños de la casa y otros vecinos. También eran conocidos los casos de algunos vecinos que tomaban como una verdadera afrenta el que se llevaran algo de su casa y trataban de estar toda la noche en vela, preparados para repeler como fuera necesario a los osados ladrones. En contrapartida, para algunos ladrones lo más interesante de la noche sería encontrar la forma de birlarles algo a estos vecinos orgullosos. Habría un reconocimiento social para los ladrones, en la medida en que la pieza robada fuera más difícil de sustraer; por ejemplo, algo que fuera tan cercano a la persona robada que prácticamente la tuviera siempre cerca, como pudiera ser un sombrero o un bastón.

Otro riesgo importante era que algunas gentes despistadas no supieran de qué se trataba el asunto y efectivamente pensaran que estaban tratando de robarlos, con el riesgo de que sacaran la escopeta y empezaran a hacer disparos. Esto era más posible con la gente fuereña que acababa de llegar al pueblo. De hecho a mi me tocó ver algo así, pues en una casa arriba de la carretera, mientras yo estaba afuera esperando a mis compañeros, salió un par de damas en pijama (cosa que era muy raro en el pueblo) y se rieron mucho cuando les expliqué el porqué andábamos a esa hora de la noche en su barrio. Aparentemente no sabían de esa tradición.

Mi papá siempre tuvo el sueño muy ligero y en esas noches mejor se preparaba él mismo para entregarles algo a los ladrones y no esperar a ser robado. Tengo idea de que solamente en una ocasión tuvimos que recoger una cubeta o algo que se habían llevado la noche anterior sin que él se diera cuenta.

En el folklore del pueblo se contaban historias de gentes que habían retado a los ladrones y que finalmente habían resultado burlados. Mi papá conocía algunas de estas historias y en algunas de ellas aparecían los poderes que tenían mi abuelo y otras gentes del pueblo, quienes podían hacerse invisibles y meterse prácticamente hasta la cocina o la recámara de las víctimas y robarles lo que se les antojara.

No recuerdo los detalles de qué fue lo que yo hice en esas dos noches que participé robando cosas. Seguramente apoyé acarreando algunos objetos, echando “aguas” y tal vez sustrayendo algunas cosas sencillas. En la primera ocasión recuerdo que iba con nosotros un muchacho que a mí me parecía que tomaba demasiadas precauciones: se acercaba con tanto sigilo a las casas que yo consideraba que se desperdiciaba mucho tiempo y era desesperante estar a la expectativa de su regreso y de ver si efectivamente había conseguido algo.

El domingo de resurrección, después de la salida de misa, la gente encontraba una exhibición de los artículos robados y cada quien iba identificando sus pertenencias; sin embargo, debían esperar a que se leyera el testamento de Judas. Con ayuda de un micrófono, o a grito limpio, alguien leería cada uno de los versos, mientras que otro mostraba el artículo en cuestión. Entonces el dueño pasaba a recogerlo y a entregar su colaboración, que supongo era voluntaria. Con ese dinero, los organizadores se irían luego a Poncitlán o algún otro lugar a comprar el Judas de pólvora.

En algunas ocasiones también se organizaba una especie de desfile, donde arriba de un burro se colocaba al Judas de cartón o alguien que lo representaba; mientras que atrás, vestida de negro, iba su viuda, acompañada de algunos de los participantes en los robos de la noche anterior o cualquier curioso que se le antojara. En una ocasión Jorge mi primo representó a la viuda, y lo hizo muy bien, llorando a gritos y de vez en cuando hasta cayéndose y levantando las piernas al zafarse de quienes iban tratando de consolarla.

La quema del Judas se realizaba el domingo por la tarde y al monigote de cartón, cubierto de cohetes y “buscapies” de pólvora lo colgaban de una rama del zalate que está frente a lo que fue la escuela primaria. Entre más dinero se reunía, el Judas estaría más cargado de pólvora y tardaría más tiempo en quemarse.

Después he escuchado explicaciones acerca de lo que simbolizaba la quema de Judas. Para algunos representa combatir y destruir el mal; para mí, inconscientemente tal vez, representaba dar el fin a un período de bastantes abstinencias, como era la Cuaresma.

La costumbre no duró mucho tiempo después de que yo participé. Supongo que la práctica debió suspenderse porque finalmente era algo ilegal y riesgoso y por tanto dejó de recibir el apoyo de las autoridades. Probablemente después se siguieron quemando algunos Judas, pero ya no como parte de una tradición más amplia como la que nos tocó presenciar en nuestra niñez.

martes, 30 de marzo de 2010

Algunos datos históricos del municipio de Poncitlán








Algunos datos históricos sobre el municipio de Poncitlán.


Tomados textualmente de: Botello Aceves, Brigida del Carmen, Magdalena Heredia Mendoza y Raquel Moreno Pérez. (1987). Memoria del municipio en Jalisco. Guadalajara: Unidad Editorial, 572 p. + anexos.

Poncitlán significa: lugar de cilacayotes, junto a los chilares de la ribera, lugar del dios Ponze.

Poncitlán fue fundada por una tribu nahuatlaca que procedía de Aztlán, por los años de 1166 a 1170, a la llegada de los españoles sus habitantes eran de origen coca, y estaban gobernados por el cacique Ponzehui, Ponzetlán.

La conquista de este lugar fue obra de Pedro Almíndez Chirinos, por encomienda de Nuño de Guzmán, en febrero de 1530. El cacique recibió en el bautismo el nombre de Pedro y se le dio el apellido Ponce a semejanza del vocablo Pontzitlán. Antes de la llegada de los españoles, también vivió en Poncitlán el cacique Chapalac que por desavenencia con Ponce salió de este pueblo en 1510 y se llevó tras de sí una muchedumbre de familias que después de peregringar por varios pueblos se establecieron definitivamente en el actual Chapala.

En 1530 fue herido en Cuitzeo Cristobal de Oñate al acudir en auxilio de Nuño de Guzmán quien estuvo a punto de perecer en un combate entre sus fuerzas y los aborígenes.

En 1817 San Sebastián Santulapan fue pasto de las llamas en represalia contra los aborígenes, ya que se habían levantado en armas contra Fernando VII.

La llamada Guerra de los Camichines se verificó en 1858. Sucede que Miramón, al ser derrotado por las fuerzas liberales, arribó por este sitio y derribó casas y troncos de camichines para construir el puente que le permitió huir a través del [río] Santiago.

En 1825 tenía ayuntamiento; de 1825 hasta 1878 perteneció al 3er. Cantón de La Barca, de 1878 hasta 1991 al 1er. Cantón de Guadalajara y desde esa fecha de nuevo al 3ero.

Fue erigido en municipio por decreto del día 27 de mayo de 1886, ese mismo año, el 5 de octubre, fue suprimido. El 21 de febrero de 1888 se erigió por segunda vez en municipio por decreto número 277.

lunes, 29 de marzo de 2010

San Miguel en el Siglo XVI

San Miguel en la Relación Geográfica de la Nueva Galicia del Siglo XVI.

En la segunda mitad del Siglo XVI, el Rey Felipe II determinó que era importante tener una mejor idea de las condiciones en que se encontraban los territorios recién conquistados y ordenó la integración de un estudio. Por Real Cédula de mayo de 1577, instruyó a autoridades civiles y religiosas a dar respuesta a un cuestionario de 50 preguntas. Las autoridades de la Nueva Galicia participaron responsablemente y uno de los cuestionarios presentó información sobre Poncitlan y Cuizeo y de ahí está tomada la información que enseguida se incluye. La mayor parte de estos cuestionarios fueron contestados entre 1579 y 1582 ; sin embargo, el documento que aquí se presenta fue terminado de integrar en 1585.

Aunque no tengo total certeza de ello, al parecer el documento del que yo tengo una copia pertenece a la siguiente obra:
Paso y Troncoso, Francisco del. Papeles de la Nueva España. Relaciones geográficas de Galicia, Vizcaya y León. 2da. Serie: Geografía y Estadística. México: Suplementos publicados por Vargas Rea, 1947-1948.

En el texto que sigue se han incluido básicamente los apartados en los que se habla de nuestro pueblo. Como podrá observarse, se ha tratado de respetar la forma de escribir de la época. Algunas notas aclaratorias hechas por mí están incluidas entre corchetes.


12. - Al dozeno capítulo: Del dicho pueblo de Poncitlan a San Miguel ay una legua y del dicho pueblo de San Miguel a Zacatlan [puede ser San Jacinto] otra legua y del dicho pueblo de Catlan al pueblo de Atotonilco otra legua, y caen hazia el poniente, rrio abajo del dicho pueblo de Poncitlan; y del dicho pueblo de Poncitlan al pueblo de Mexcala, dos leguas, y, le cae hazia el sur.

13. - Al trezeno capítulo. Poncitl quiere decir en la lengua de los naturales del sinquenta, el qual dicho nombre tenia un ydolo en quien ellos adoraban, del qual tomo el nombre el dicho pueblo. Corrompiendola le llamaron Poncitlan, como si mas claramente dixeran “lugar del diablo”, pues el dicho ydolo estavan su lugar; y la lengua que ellos hablan se llama coca y mexicana, la qual esta derramada, entre los naturales desta tierra, como la española entre todas las naciones en España y aca.

14.- Al catorzeno capítulo. Llamavase el señor de dicho pueblo de Poncitlan, Poncitl, como el dicho ydolo, y le davan su tributo y rreconocimiento del señorio que sobrellos tenia lo mismo que los demás naturales a sus señores, y hazian los mesmos sacrificios y las mesmas costumbres tenían.

15.- Al quinzeno capitulo. Governavanse por la mesma orden que los demás deste valle, y tenían guerra con Chapala, Tototlan, y con los de la comarca de Guadalajara, Tonalan, Tetlan, San Pedro, y con los tarascos: peleaban con arcos y flechas, macanas y rrodelas. Andavan los hombres en cueros y las mujeres con naguas de henequén que aspavan e hilavan de las pencas de maguei, y agora andan vestidos de manta y camisa y zaraquel de algodón de la tierra, y de rropa de Castilla: lienzo, paño, sayal. Los mantenimientos de que usavan eran tamales, tortillas y atole de maíz, y el dia de oy los vsan, juntamente los bastimentos de Castilla, y entiempo de su gentilidad vinieron [vivieron] mas sanos que agora porque no abya sino de diez a diez o de quinze a quinze años de enfermedad; y la causa dello dizen ques y fue que no abian sido trabajados ni sabían que cosa era trabajar, mas de seguir su voluntad quando y como querían porque tributo que cada vno dava a su señor era casi boluntaria y lo hazian y buscavan holgando, al tiempo que hazian sus simenteras y casa o yvan a caza.
El pueblo de San Miguel se dezia antes de la conquista en la lengua de los naturales del Taqualalanhui, y en la mexicana Tolan, quel vno y el otro quiere decir “lugar de nea o neas”, [los neas son los tules] de donde toma el dicho nombre. Eran en tiempo de su gentilidad de Caxacoc, al qual davan e tributavan lo que los demás naturales a sus señores, y tenían las mesmas adoraciones y costumbres e gobierno. Tenian guerra con los de Chapala, Tonala y con los demás pueblos, susodichos y armas, andavan desnudos, sino eran las mujeres, y se sustentaron con lo que los demás y se sustentan oy dia, e an tenido la mesma sanidad y enfermedad por la mesma cavsa que esta dicho.
(…)

16.- A los diez y seis capítulos. Estan los dichos pueblos de Poncotlan, San Miguel, Cactlan e Atotonilco en la bega y orillas de vn rrio grande cavdaloso, como esta declarado, y cercados de cerros e cordilleras de vna banda y de otra sin nombres, y su comarca del dicho pueblo de Cuiseo y sus sujetos hazia el oriente, rrio arriba; y de la otra banda del dicho pueblo e rrio, hazia el norte Santiago, Zapotlan, Tototlan, Otlatlan, todos los quales dichos pueblos están metidos en el valle que se haze entre los dichos cerros y cordilleras; y el dicho pueblo de Mexcla esta al pie de un cerro grande que le cae hazia el norte y se llama tascappoyaceo, que quiere decir “aguacero”, a cavsa que cae encima del ordinariamente, en todo el año, gotas, de agua menuda como rrociadura; y por la otra parte, hazia el poniente, labores de doña Ana Manrique y Salvador Lopez e Nicolas Ramyrez, y estancias de ganados mayores de don Diego de los Rios y Francisco de Plaza, y estancia de ganado menor de la dicha Doña Ana Manrrique.

17.- A los diez y siete capítulos. Las enfermedades que comúnmente ay entre los dichos naturales son calenturas, dolor de cabeza y cámaras de sangre; vsan por rremedios para ellas a poco mas o menos de algunas purgas de rrayzes y brebajes, de yerbas amargas o byno blanco de maguei [pulque] y mastuerzo de la tierra, martahajado e vntado el cuerpo con el zumo dello, y se echan a sudar.

19.- A los diez y nuebe capítulos. Para el dicho rrio grande caudaloso cerca del dicho pueblo de Poncitlan, y tanto, que en tiempo de aguas bale casi en el monasterio, y el pueblo mas apartado del esta como otra de dos tiros de arcabuz, y cae a los dichos pueblos hazia el norte; no tienen huertas sino qual y qual, e tienen tierras para maíz e ninguna para trigo de rregadios. (1) En Poncitlan, san Miguel y Cactlan. En Atotonilco ay muchas tierra viciosas, por la parte abajo hazia poniente, donde se pueden sembrar myll hanegas de trigo con la saca dell agua del dicho rrio grande, e muy buenas, ansi de la vna parte como de la otra del dicho rrio.

20. – A los veinte capítulos. Esta la dicha laguna ya dicha antes, de mucho pescado blanco y bagrez, en los términos del pueblo de Mexcala.

22.- A los veynte y dos capítulos. Ay rroble, enzinas y espinos en los terminos de los dichos pueblos, de que se aprovechan los naturales de leña y hazer sus casas; no tienen fruta ninguna.

23.- A los veinte y tres capítulos. Ay en todos los dichos pueblos mezquites, que la fruta dellos es como algarrobas; y capotes y aguacates y guayavos; y de Castilla algunas higueras, granados, duraznos, membrillos, y en el pueblo de San Miguel ay parras en cantidad, y en los monesterios, y se dan bien.

24.- A los veynte y quatro capítulos. Nunca tubyeron huertas, y agora tienen algunas de lechuga y coles e rravanos y mas los que viven cerca de españoles.

25, 26.- A los veynte y cinco capítulos y veynte y seys, no ay mas de las yerbas ya dichas con que se curan en sus enfermedades.

27.- A los veynte y siete capítulos. Ay lobos, leones, tigres, rraposas, gavilanes y halcones neblíes, que hacen mal en los ganados de las estancias comarcanas a los dichos pueblos de españoles, y gallinas e pollos que crian los naturales y españoles.

30.- A los treinta capítulos. Nunca tubyeron salinas: proveyan y se proveen de sal hasta oi día, de Yztlan, Atoyaque, pueblos de la nueva España y están los dichos pueblos, de Yztlan a Poncitlan, como comarcano deste partido, doze leguas y de Atoyaque otras doze, poco mas o menos; proveen asi mismo de algodón para su bestido, de bolima y de Compostela.

31. A los treinta y vn capítulos. La forma y edificios de las casas son de lodo y piedra y algunas de adove, y las hacen y dormán, como los demás naturales, con los mesmos materiales susodichos.

34. – A los treinta y quatro capítulos. Estan los dichos pueblos en la diocesi de Guadalajara y obispado della y partido; ay desde el dicho pueblo de Poncitlan a Guadalajara, nueve leguas, donde esta la catedral hazia ponyente, y es el dicho pueblo de Poncitlan y el pueblo de Cuiseo, cabecera deste dicho partido, y las leguas son largas, y por tierra llana y los caminos derechos como esta dicho.

37.- A los treinta y siete capítulos. Ay en los dichos pueblos de Poncitlan, San Miguel, Mexcala tres ospitales fundados por los frayles de la dicha orden de pocos años a esta parte.

Antonio de Medina= Ante mí Juan Martínez Scrivano= (con rubricas)

miércoles, 24 de marzo de 2010

Viernes de Dolores







(Escrito originalmente el sábado 4 de Abril de 2009)

Los recuerdos que tengo sobre este tema son muy escasos, pero se me vinieron a la mente en días pasados, platicando con una de mis hermanas.

Los “Viernes de Dolores” eran los viernes anteriores a la Semana Santa, o sea dos días antes del Domingo de Ramos, así que era una buena forma de empezar a sentir y a celebrar la Semana Mayor.

Yo no sé si esto se siga celebrando en mi pueblo, pero sí en algunas otras partes del país, especialmente del centro y del sur. Esto a pesar de que al parecer la iglesia católica consideró hace algunos años que esta celebración se duplicaba con otra fiesta de la Virgen de los Dolores en septiembre y dejó de considerarla como parte de su calendario religioso.

No recuerdo si había alguna ceremonia en la iglesia, más bien lo primero que se me viene a la mente son los altares que se solían montar en las casas, principalmente en las de familias donde había alguna “Lolita”.

Recuerdo que a mí se me hacía rara esa celebración, porque no entendía la razón por la cual la virgen podría estar llorosa esa noche, cuando en realidad su hijo moriría hasta el viernes de la siguiente semana; además, dos días después, en el Domingo de Ramos, habría un ambiente que sería de mucha fiesta y celebración por la entrada triunfal de Jesus a Jerusalén.

El primer altar que recuerdo haber visto y el que siempre me pareció mejor era el que instalaba mi tía Félix, en el corredor de su casa. Aún me parece sentir el aroma que despedía el altar, principalmente a pino, pues mi tía le pedía a alguien para ese día que subiera al cerro y bajara pedazos de rama de pino y creo que también piñas del pino. También acomodaba sus plantas de helecho y palmas, así que el escenario quedaba muy verde y hacía un bonito contraste con las muchas veladoras que se ponían estratégicamente.

A estos altares se les conocían por mi rumbo como “incendio”, nombre que me llamaba mucho la atención y que creo que tenía que ver precisamente con lo iluminado que se veía el altar gracias a tantas veladoras.

Los altares que preparaba mi tía Félix eran los mejores en ese tiempo, por diferentes razones, una de ellas era porque el patio era bastante espacioso y porque también llegó a instalar, yo creo que con ayuda de mi primo Rubén, un sistema para circular agua, con ayuda de una bombita, lo que le daba un toque muy especial y frescura al altar. Tengo idea de que mi tía tenía en ese tiempo electricidad que le pasaba mi tío Beto gracias a la plantita de gasolina que tuvo mucho tiempo antes de que llegara la luz eléctrica al pueblo.

La virgen de los Dolores, o sea “la dolorosa” quedaba en el centro del altar y también se colocaba un crucifijo, muy cerca, para representar la razón del dolor de la virgen. Es muy posible que en el altar se colocaran otros objetos, de los cuales no tengo memoria. He leído que en algunas partes existía la costumbre de poner a germinar algunas semillas con la anticipación necesaria para que en esos días estuvieran saliendo ya los retoños en las plantitas.

Otro elemento muy ligado con esta celebración eran las aguas frescas, que igualmente colaboraban para que hubiera olores muy peculiares en esas tardes y noches. Estas aguas frescas se preparaban para ofrecerse a los visitantes y la verdad es que caían muy bien, porque para la Semana Santa en mi pueblo regularmente ya empieza a hacer bastante calor. Yo recuerdo haber visto que se sirviera y haber consumido también agua de limón, a veces con semillas de chía, pero alguien me ha comentado que también se servían de otros sabores, supuestamente con diferentes simbologías: las aguas de limón y de otros sabores agridulces significarían las lágrimas de la virgen; el agua de orchata, de color blanco, significarían su pureza y el agua de jamaica representaría la sangre de Cristo.

La gente llegaba a los altares preguntando a los anfitriones que si ya les había llorado la virgen. Creo que la pregunta venía porque había leyendas acerca de que efectivamente se habían presentado casos milagrosos en que las imágenes de la virgen empezaban a arrojar lágrimas. El sueño de muchas personas que instalaban altares era que algún día su virgen pasara a la historia por haber llorado en una noche como esas. Pero la expresión era también una forma de insinuar que se les antojaba un vaso de agua fresca, insinuación que recuerdo era atendida de inmediato y con mucho comedimiento.

A muchos niños como yo, que parecía que teníamos hambre crónica, esas celebraciones nos caían muy bien, pues nos daban oportunidad de “gorrear” al menos un vaso de agua fresca. Digo al menos uno porque parte de la tradición era visitar los diferentes altares que se instalarían ese día y aunque sabíamos que el mejor altar era el de mi tía Félix, si algo nos gustaba a nosotros era andar por las casas.

martes, 23 de marzo de 2010

Más sobre la época de la Cuaresma

(Escrito originalmente el Domingo 11 de Marzo de 2007)

Ya en otra ocasión escribí algo sobre lo que significaba la Cuaresma para la gente de San Miguel, pero creo que se puede abundar un poco más sobre el tema, pues finalmente eran 40 días diferentes al resto del año.

El inicio de la Cuaresma, a través del Miércoles de Ceniza se tomaba con mucha seriedad. Había que encontrar un momento en la mañana, a la hora del recreo en la escuela, por la tarde o por la noche, pero pocas gentes se quedaban sin ir “a tomar ceniza” y a escuchar la lapidaria frase “…. polvo eras y en polvo te habrás de convertir”.

Desde antes de que llegara la Cuaresma mucha gente ya tenía planeado algo de qué iba a guardarla. Esto significaba hacer un sacrificio especial durante los 40 días de la Cuaresma, además de los ayunos y la abolición de las carnes rojas en los viernes. Se entiende que esto de guardarse 40 días de hacer una determinada cosa que te gustara era una manera de emular el ayuno que Jesucristo tuvo en el desierto, antes de los días de su pasión y muerte.

Había gente que guardaba la cuaresma de no tomar Coca Cola, de no ir al cine, de no vestirse de determinada manera, Etc. Algunos más valientes se atrevían a prometer dejar de fumar, o de oír la novela en el radio, lo que no siempre podían cumplir. Yo recuerdo haberla guardado en dos o tres ocasiones, aunque a veces uno lo que hacía era aprovechar el estímulo adicional religioso para hacer algo que ya desde antes había pensado hacer.

Abundando un poco más sobre el tema de las comidas; era curioso como se combinaban al mismo tiempo el sacrificio de no comer carne y hasta de privarse de algunos otros alimentos, con el gusto de comer otros más comunes en esas fechas. No se comían carnes, pero la gente que podía buscaba pescado; sardinas, atún, tortas de camarón, chiles para rellenar, lentejas, habas, además de la tradicional capirotada. Además de las tortas de camarón, a mi me gustaban también bastante los chiles rellenos y las tortas de arroz.

Había gente que tomaba el asunto más en serio y se cuidaba de no tener relaciones en toda la cuaresma y hasta de no encender la radio o hacerlo con un volumen muy bajo. No había muchas fiestas por esas fechas, y menos en viernes, así que aunque no quisieran muchos jóvenes tenían que dejar de ir a bailes.

En el templo las imágenes se cubrían con una pieza de tela de color morado. Nunca entendí porqué de ese color, ni tampoco porqué se cubrían, pero si propiciaban un ambiente de mucho recogimiento.

Creo que también para esas fechas se organizaban ejercicios espirituales, en los que misioneros y sacerdotes de otras partes iban y daban largas pláticas, dividiendo a la gente en grupos de niños, jóvenes o adultos. Total que cuando llegaban los días de la semana santa había un ambiente muy religioso en buena parte de la población, aunque siempre ha habido a quienes todo esto les resultaba completamente indiferente.

domingo, 14 de marzo de 2010

Cuaresma y Semana Santa

(Escrito originalmente el domingo 11 de abril de 2003)

En el San Miguel que nos tocó vivir la llegada de la Semana Santa era algo que se anticipaba debidamente. De hecho toda la Cuaresma transformaba la vida del pueblo. Desde el inicio, en el Miércoles de Ceniza, era rara la gente que no acudía al templo a tomar ceniza, así que prácticamente todo mundo portaba ese miércoles su cruz en la frente y en ese tiempo no se veía tan mal que a muchos todavía se les notara dos o tres días después, aunque fuera señal de que no se habían bañado.

Durante toda la Cuaresma había que cuidar que el viernes la comida fuera diferente, sin carne si ésta no era de pescado. Con los limitados recursos que teníamos mi mamá buscaba prepararnos comida rica, como lentejas y habas; las tortitas de camarón eran mis preferidas, aunque este platillo si implicaba una inversión más fuerte. La capirotada no siempre era posible, ni tampoco prepararla con los ingredientes completos; recuerdo que yo buscaba entre el pan las pasas, que me gustaban bastante, aunque casi siempre eran muy pocas.

En el templo todas las figuras religiosas se cubrían con lienzos color morado y recuerdo que por mucho tiempo la costumbre era que en toda la Cuaresma no podía haber bodas, aunque no recuerdo si tampoco otros sacramentos como la Primera Comunión, bautizos y quinceañeras.

El Domingo de Ramos uno sentía que los días grandes se acercaban; era un día que a mí me parecía de fiesta (y creo que eso es lo que sucedió realmente en la vida de Cristo) mientras que en los días siguientes ya se percibía el ambiente de luto. Sin embargo, lo que quizá le daba un sabor muy especial a esos días era la combinación de momentos de tristeza y devoción con los de pachanga y diversión. Tengo la idea de que la mayor parte de la gente hacía un balance en ambas cosas: trataba de cumplir con lo que sentía que eran sus obligaciones religiosas y luego, ya con su conciencia más tranquila, se dedicaba a descansar o divertirse.

Lo común era que todo mundo trabajara solamente hasta el miércoles a medio día. Como en ese tiempo la mayoría de la gente trabajaba por un pago diario, era una semana que no le rendía a los patrones, pues prácticamente se trabajaba la mitad o menos, pero yo veía como que era un valor entendido. Mucha gente, los más católicos, evitaban bañarse en jueves y viernes, que dizque porque hacerlo significaba bañarse con la sangre de Cristo, así que aprovechaban para esto la tarde del miércoles.

A mi mamá no le agradaba que nosotros nos bañáramos en esos días, pero precisamente uno de los lugares más concurridos era El Tanque, aprovechando que el agua ya estaba un poco más tibia, después de la entrada de la primavera.

Uno de los lugares al que la gente también acudía en esos días era a pescar al río. Algunas veces, muy pocas, fui con mi papá, siendo más grande iba con mis primos y otros amigos y también sólo. En las últimas idas ya se hacía una combinación de la pesca con la diversión de llevarse una botella de vino y convivir con los amigos.

Para ir a pescar al río había que levantarse muy temprano. Recuerdo varias ocasiones en que mi mamá se tuvo que levantar para ayudarme a preparar una gorda de masa de maíz, que era lo que usábamos como cebo. Yo no sé si efectivamente era importante llegar temprano porque a esa hora era más fácil que “picaran” las carpas, como algunas gentes decían, o simplemente porque en esos días los mejores lugares se ocupaban pronto.

Para pescar había que llegar y con el mismo palo del anzuelo (un otate) abrir un espacio entre los lirios, de manera que el “testigo” quedara protegido de las corrientes. El hueco tenía que ser suficientemente grande para que uno pudiera dejar caer el anzuelo y a una buena distancia de la orilla, para que la profundidad del agua fuera adecuada. El “testigo” lo preparábamos con una rama de lirio, aquí el chiste era que quedara a una distancia adecuada del anzuelo, de manera que éste pudiera sumergirse a una profundidad conveniente. Esto lo fui aprendiendo poco a poco, viendo a otros pescadores, como mi primo Pepe, a quien siempre veía yo que le iba muy bien con la pesca. Yo creo que yo nunca fui un pescador experto, por eso tal vez aprecio más las ocasiones en que pude sacar dos o tres pescados de buen tamaño.

Lo que más abundaba en el río eran carpas, aunque cuando era muy pequeño recuerdo que llegué a ver que se sacaran también bagres, los cuales por cierto me parecieron muy feos cuando los ví por primera vez. Las carpas grandes saltaban a veces en las partes más alejadas de las orillas, por eso casi siempre lo que uno sacaba eran piezas de tamaño mediano.

Creo que el principal recurso que uno debía poner en práctica para pescar con la técnica de los anzuelos era la paciencia: había que saber esperar con mucha calma y no desesperarse si después de algún rato el “testigo” permanecía inmóvil. Era frecuente que uno se desespera y sacara el anzuelo para ver si no estaba fallando algo o para revisar si la cebada no se había desecho. Supongo que entre más hacían movimientos de este tipo había menos posibilidades de conseguir una presa, pero esto se aprende con el tiempo.

Creo que lo más enriquecedor de estas idas a pescar era que poco a poco uno va cayendo en una suerte de meditación profunda. La soledad, el brillo del agua con los primeros rayos del sol, el canto de los pájaros y graznar de los patos, el zumbido de los moscos… todo ello iba creando el ambiente propicio para que nuestra mente comenzara a divagar y moverse, principalmente hacia el futuro. Muchas veces he pensado que la gente en los pueblos tiene más oportunidades de fortalecer su carácter desde niños, simplemente porque uno pasa más tiempo sólo, platicando consigo mismo. En lo personal, creo que muchos de mis sueños y proyectos de cómo esperaba ser y lo que esperaba hacer en el futuro los dibujé en esas mañanas frente al río de San Miguel, con el pretexto de estar cuidando un anzuelo.

Yo acostumbraba ir a las diferentes ceremonias del templo en esos días; aunque en la medida en que iba creciendo ya había ocasiones en que lo hacía más por compromiso que por devoción. Recuerdo que en los días santos no sonaban las campanas, sino que pasaba un acólito sonando una especie de matraca por las principales calles; esto era algo bastante pesado, y yo diría que poco práctico, así que no me extrañó cuando dejó de hacerse.

La mayor parte de la gente buscaba irse de paseo en los días santos y ya he platicado que los lugares más concurridos para ello eran el río, en la parte de la isla, El Rancho y El Tanque. Era muy común que la gente visitara uno de estos lugares en el jueves, otro el viernes y otro el sábado. No se requería mucho para hacer un paseo, con unas latas de sardina (el atún llegó después y era considerado como algo más de lujo), galletas, tostadas o pan Bimbo; jitomates, cebolla, chiles jalapeños, refrescos o cervezas, era suficiente.

Muchos de los paseos eran organizados por familias, pero también había algunos que se organizaban por grupos de jóvenes, que se iban juntos y compartían la comida que llevaban. Algo que también era muy rico en esos casos eran los tacos de frijoles, como que el sólo hecho de sacarlos de la casa y calentarlos con brasas les daba un sabor especial; por eso se les llamaba “tacos paseados”. Lo que también era normal era que mucha gente se fuera a esos paseos sin llevar nada de comida y disimuladamente se acercaba a los grupitos esperando que alguien les ofreciera algo, lo que casi siempre sucedía.

Los jóvenes que tenían caballos se acercaban a los lugares donde había paseos con la intención de que alguna chava aceptara dar un paseo en ellos. La gente hacía comentarios poco favorables para las muchachas que tomaban un paseo a caballo y luego se perdían por un rato, pero creo que eso no les importaba mucho a las muchachas. Yo no sé si efectivamente algunos de esos paseos a caballo terminaban en situaciones como las que la gente murmuraba, pero, en términos generales, la reputación de muchas chamacas quedó en entredicho después de alguno de estos paseos de Semana Santa.
En los paseos al río había la ventaja de que casi siempre era tiempo de guasanas, así que la gente se iba a cortar algunas y a preparar unas tatemas, a veces usando como combustible las rajas de vacas, que no son otra cosa que las cacas secas. La limpieza no era algo que preocupara mucho a la gente en ese tiempo. En estas visitas al río también había caballos que podían hacer recorridos por los potreros, pero había también el atractivo de un paseo en la canoa.

En estos paseos casi nunca faltaban los grupos de jóvenes, un poco más grandes, que se separaban del resto de la gente y hacían reuniones un tanto clandestinas. Yo siempre fui curioso y me sentía con confianza de acercarme, de esta manera veía a gente que empezaba a fumar o veía como alguien sacaba una botella de vino de quien sabe donde, para compartirla con los cuates. Era también frecuente que alguien sacara una baraja y se organizaran las partidas de cartas.

En otra ocasión platicaré la costumbre que existía la noche del sábado.

domingo, 14 de febrero de 2010

Los caballos de mi pueblo



Esta narración es un poco para darle continuidad a la que acabo de escribir sobre Antonio Aguilar y ha sido inspirada por una persona muy querida, quien me ha hecho ver lo afortunados que éramos cuando niños, por tener siempre caballos cerca.

Pienso que podría decirse que en mi pueblo había dos tipos de caballos, los de la chamba y los de presumir. La mayor parte de ellos pertenecían a la primera clasificación y de muy pocos podía decirse que cumplían la doble función. Aunque la gente más amolada apenas llegaba a tener uno o dos burritos para las chambas más pesadas. En mi pueblo era conocido el dicho aquel de “Pistola, caballo y mujer, tener bueno o no tener”, pero muy pocos podían cumplirlo.

En ese tiempo todavía era muy frecuente que los caballos se emplearan para “el tronco” o sea para jalar el arado, uniendo dos caballos más o menos de las mismas características, sobre todo de alzada, para que la tracción fuera más pareja. Con esta palabra de “alzada”, que se refiere a la altura, empiezo a usar ya un lenguaje especializado relacionado con los caballos.

Muchos otros caballos eran empleados para cargar pastura o la leche que llevaban a entregar por mayoreo o que en algunos casos repartían por las casas. La gente que recibía a alguien que le vendía leche en su casa decía que tenía un “entriego”. Llegaba el lechero con un caballo casi siempre flaco y somnoliento y con una medida de a litro le pasaba la leche tomada de una cántara de lámina. Poco a poco el lechero iba vaciando la cántara de leche a lo largo de su recorrido. Yo no conozco la razón por la que todos los caballos que apoyaban esta repartición tenían una apariencia así, pero hasta se generalizó el uso de la frase: “pareces caballo lechero” para referirse a alguien que no podía disimular la flojera.

Mi tío Enrique, por ejemplo, tenía un caballo que a nosotros nos parecía enorme y que por lo mismo grandote y pesado le pusieron por nombre “El elefante”. Ese caballo era el usado para llevar y traer las vacas del campo. Yo acompañé a mi primo Lupillo a realizar esa tarea en más de una ocasión, trepado en ese caballote. Con otro caballo se apoyaban para sacar agua de la noria, antes de que hubiera electricidad y se pudieran instalar una bomba. Pero también tenía otro caballo que casi nunca sacaba y que si mal no recuerdo se llamaba “El charro”; era un caballo prieto azabache que le hizo ganar a mi tío algunas carreras. Ese solamente lo montaba él, y muy de vez en cuando, porque mi tío ya estaba grande de edad y, aunque toda su vida fue un magnífico jinete y hasta “arrendador”, ya para entonces le costaba bastante trabajo montar.

Los domingos y días de fiesta era cuando se sacaban los mejores caballos para ir a dar la vuelta, así como la mejor silla de montar, pues durante la semana se utilizaba la más resistente para el trabajo. Es más, muchas veces se montaban “a pelo”, o sea sin ninguna silla, y solamente usando un lazo como rienda. A veces el mismo lazo funcionaba como fuete, para golpear al caballo y hacerlo que avanzara más aprisa.

Ya he platicado en otra ocasión que en los días de campo era común ver a los muchachos con sus caballos, buscando convencer a alguna chava para que diera un paseo con ellos. Lo común era que el jinete se montara en las ancas y le dejara la silla a la dama. Él seguiría sujetando las riendas, lo que obligaba a rodear con sus brazos a su compañera; obviamente esa cercanía física propiciaba sensaciones muy agradables, me imagino que para los dos.

Aunque ahora se vea poco práctico y hasta medio ridículo, yo recuerdo todavía cuando se hablaba mal de las jóvenes que montaban con las dos piernas abiertas. En los primeros desfiles de las fiestas patrias que recuerdo, la reina muchas veces era llevada en caballo, pero montada con las dos piernas hacia un mismo lado. Ahora que recuerdo, las muchachas que en el Lienzo Charro de Poncitlán pertenecían a la “escaramuza charra” y que daban un espectáculo de dominio de caballo cada que había jaripeo, siempre montaban así. A mí siempre me dio la impresión de que las muchachas cabalgaban menos seguras de esa forma y por tanto estaban más expuestas a caerse o a que su acompañante las tuviera que sujetar.

Ahora que en la realidad sí era conveniente que el dueño del caballo acompañara a la muchacha, pues recuerdo algunos casos de caballos desbocados. No sé exactamente porqué un caballo llega a desbocarse, supongo que a veces es por un susto, pero supongo también que se debe a que en algún momento sienten que nadie está controlando sus riendas. Eran momentos de mucha angustia cuando el caballo corría por el campo o por las calles, sin detenerse, con riesgo no solamente de tirar al jinete, sino también de atropellar a algún desafortunado peatón.

Por si fuera poco, había muchas posibilidades de que los caballos hubieran desarrollado algún tipo de “maña”, que solamente su dueño conocía. Por ejemplo, muchos caballos se asustaban y encabritaban si el jinete les pegaba o simplemente hacía un ademán de pegarle en alguna parte de su cuerpo; otros “no sabían de en ancas”, o sea que no admitían que alguien se les montara en las ancas; otros más se ponían nerviosos cuando veían algo; aquí se puede agregar lo que pasaba cuando veían alguna yegua en celo, pues obviamente el caballo buscaría la forma de deshacerse lo más pronto posible de su carga, para atender al llamado de la naturaleza.

Pero realmente creo que la mayor parte del tiempo los muchachos usaban su caballo para ellos mismos, se iban a ver a la novia a algún pueblo cercano o simplemente a tomar con sus amigos. Con frecuencia las mamás nos decían que no saliéramos a las calles, “porque andaba un borracho” al que se le había ocurrido tomar la calle para hacer arrancones con sus caballos. Recuerdo como saltaban las chispas de las herraduras al golpearse contra las piedras.

A propósito de herraduras, siempre me llamó la atención que la mayor parte de la gente iba a ponérselas con Rodolfo Hernández, parece que no había alguien más que lo hiciera; por otra parte creo que las herraduras les duraban por mucho tiempo, supongo que hasta que se desgastaran o por alguna razón se desclavaran.

En Poncitlán me tocó en alguna ocasión ir a la casa de un talabartero, o sea un señor que trabajaba la piel y hacía sillas de montar. Era un trabajo realmente artesanal, que requería de mucha paciencia y creatividad. Por lo mismo las sillas eran bastante caras. Recuerdo que también en Guadalajara se podían comprar sillas de montar en el mercado de San Juan de Dios, lo cual no dejaba de parecerme curioso, por tratarse de una gran ciudad, aunque obviamente los clientes eran campesinos o ganaderos que iban de pueblos o ranchos.

Otras oportunidades para sacar los mejores caballos eran los días de toros, o sea cuando había jaripeo en el toril del pueblo. Los jinetes usarían ese día sus mejores sillas, su mejor sombrero y su mejor reata, a la cual en muchos casos se le daba un tratamiento con cera Campeche para que se pusiera más rígida. Muchos de estos jinetes ni siquiera se meterían al toril, pero al menos tendrían la oportunidad de lucir sus caballos, sus aparejos y sus dotes de jinete. Ya he platicado también que por mucho tiempo se organizaban carreras de caballos en la calle de abajo en los días de San Antonio, San Juan y San Pedro y San Pablo, o sea los “días alegres”.

En esos días era cuando uno tenía más oportunidad de ver a quienes habían invertido tiempo en cuidar la imagen de su caballo y enseñarles alguna suerte. Ahí también uno podía ver que algunos de los jinetes trataban de copiar lo que habían visto en las películas sobre cómo hacer bailar al caballo, o cómo cabalgar, hasta en la forma de sentarse en la silla y agarrar las riendas se notaba que estaba inspirada en alguna película de texanos, de Tony Aguilar o de Gastón Santos.

Muchos de estos jinetes terminarían el día muy bien servidos, así que le correspondería al noble caballo llevarlos a su casa, a veces cerca y a veces incluso en otro pueblo, a través de caminos inhóspitos. Algo equivalente a poner un piloto automático y dejarle la chamba al pobre caballo.

En esas carreras de los “días alegres” se concertaban otras, que ahora llevarían una apuesta de por medio. Era común escuchar expresiones como los siguientes: “Le juego 500 pesos (que en ese tiempo era mucha lana” a ese tordillo, en 300 varas”. Yo por mucho tiempo anduve investigando cuanto medía una vara, entendiendo que se trataba de una unidad de medida antigua. Hubo quien me dijo que una vara equivalía a 90 centímetros, lo cual no dejó de sorprenderme, porque es lo equivalente a una yarda inglesa; aunque también ví que algunos le daban el equivalente a un metro, o sea que usaban la palabra “vara” nada más para hablar en un lenguaje especialmente relacionado con caballos.

Por un tiempo, ya a principios de los 70s, funcionó un carril de carreras que estaba entre “La Parota” y el camposanto. Se juntaba bastante gente y venían también de otros pueblos. Había venta de cerveza y antojitos y hasta grupos musicales se acercaban. Algunas de las gentes más reconocidas por el gusto de las carreras y por su honestidad actuaban como “vedores” o sea que eran una especie de jueces, que decidían quien había ganado en caso de dudas.

Así que no estoy seguro de si los términos que se usaban en mi pueblo en lo que se relacionaba con caballos eran correctos o iguales a los usados en otras partes. Pienso especialmente en la forma de describirlos: ya mencioné la palabra “tordillo”, que seguramente viene de “tordo” y que indica algo que combina el color negro con el blanco. Otras formas de referirse a los colores del caballo son los siguientes: aunque sinceramente no sé en que casos se estaba haciendo referencia a la piel del caballo y en cuales a los de sus crines. En algunas de estas descripciones me he apoyado en el diccionario de la Real Academia Española.


• Alazán. Esta palabra viene desde el árabe. Significa de color más o menos rojo, o muy parecido al de la canela, aunque también se usaba la palabra “canelo”, para un caballo de ese color.





• Azabache. También viene del árabe y mucha gente sabe que se refiere al color negro. Una canción de Toño Aguilar decía “Caballo prieto azabache, como olvidarte, te debo la vida…”.



• Bayo. Se supone que era un caballo de cabello o piel amarillenta.



• Moro. De pelo negro con una estrella o mancha blanca en la frente. Parece que a veces cuando se habla de “moro” se está haciendo referencia a la raza y en otras al color.


• Palomino. Uno podría pensar que se refiere a un caballo blanco, pero más bien en el pelaje.


• Pardo. Esta descripción está un poco más complicada, el diccionario dice que es “Del color de la tierra, o de la piel del oso común, intermedio entre blanco y negro, con tinte rojo amarillento, y más oscuro que el gris.” En mi pueblo decíamos que “llegándose la noche todos los burros son pardos” para indicar que todos se veían igual.



• Pinto. Este no requiere mucha explicación, se les decía así a los caballos que tenían una mezcla de colores.


• Retinto. De color castaño muy obscuro.

• Roano. (creo que en mi pueblo decían más bien “ruano”. Mezcla de blanco, alazán y negro.



• Rosillo. Este es un poco más complicado, porque por una parte se refiere a un color rojo claro, pero también puede referirse al color del pelo, con una mezcla de negro, blanco y castaño.



• Tordillo. Que combina el color negro con el blanco.

• Zaino. También del árabe y al parecer también usada para describir a un caballo de color castaño oscuro y sin mezcla.



Además estaba la situación de que había algunos tonos medios combinados, por ejemplo, esta sería la foto de un caballo “alazán tostado”



Como les mencionaba, a veces la forma de describir al caballo también se relacionaba con manchas en la frente, o en las patas. Por ejemplo, un caballo cuatralbo era el que tenía color blanco en las cuatro patas. Mientras que si solamente eran dos patas, se le llamaba “dosalbo”. El siguiente sería un caballo alazán y cuatralbo. Si no me equivoco, también se le podría llamar “lucero” por la mancha en la frente.




La mayoría de los caballos de mi pueblo no se parecían a los de estas fotografías, ni en la alzada ni en lo bien alimentados. Eran caballos criollos, humildes, de baja alzada y regularmente mal alimentados.

El caballo de mi tío Enrique, a pesar de que ganó algunas carreras, más bien era un caballo chaparrón, pero con poderosas zancas traseras. Ahora que él cuidaba mucho su alimentación y recuerdo haberlo visto dándole hasta huevos crudos de comer. Arturo Torres llegó a tener también algunos caballos más o menos de buen ver, pero los recursos no eran muchos para tener caballos de raza. Los Jáuregui tuvieron por un tiempo un caballo pinto que era de los que mejor estampa tenían en el pueblo.

De niños veíamos muchos caballos y las calles estaban cubiertas de estiércol de vaca y de caballo. Parecía que no era complicado tener al menos uno, recuerdo que hasta en la casa se mencionaba la posibilidad de que tuviéramos uno, cosa que no me agradaba mucho, porque pensaba que eso significaría que me iba a tocar estar al pendiente de su alimentación, de tenerle siempre agua y mantener limpio el sitio donde lo tuviéramos.

Mucha gente, para ahorrar, soltaba sus caballos en el cerro por temporadas, esperando que por ahí se alimentaran de pasto y bajaran a los arroyos a tomar agua. Solamente iban a buscarlos cuando ya los necesitaban, confiando en que los demás respetarían las marcas que identificaban al propietario y confiando también en que cuando llegara el momento alguien les diría por donde los habían visto.

Me he preguntado muchas veces qué fue lo que hizo que poco a poco la gente fuera dejando de pensar en tener un caballo. En ese tiempo las camionetas eran muy raras, pero pienso que los jóvenes empezaron a preferir las bicicletas. Yo veía que mis primos mayores y algunos de sus amigos se sentían muy contentos con sus bicicletas. Las traían lo más adornadas posibles, con la ventaja de que se les podía instalar un foco para andar en caminos oscuros, no necesitaban alimentación ocupaban poco espacio y despertaban igualmente la curiosidad de las muchachas, junto con otras ventajas.

Pero no hay duda de que los caballos formaban parte de nuestro mundo más cercano. Tengo muy clara la imagen de cuando de muy niño vi nacer un potrillito, cerca del campo de futbol, fue realmente un espectáculo muy bonito y a la vez inquietante. Recuerdo como me sorprendió que el potrillito cayó al suelo parado, extremadamente delgado, pero poco a poco se fue inflando, en la medida en que aspiraba oxígeno; también me sorprendió que empezó de inmediato a caminar, aunque trastabillando, mientras su mamá lo seguía para tratar de limpiarlo y acariciarlo con su lengua.