jueves, 5 de noviembre de 2015

Calendarios mexicanos

Escrito originalmente el 30 de agosto de 2008


Siempre me ha parecido interesante saber de dónde le llegaban los conocimientos a la gente de mi pueblo, por ejemplo los que tenían que ver con la medición de los tiempos y la determinación de las mejores fechas para tareas importantes, como por ejemplo sembrar, recoger cosechas, plantar un árbol, Etc.

En todo esto había obviamente una relación con las fases de la luna, de las que la gente de antes estaba muy al pendiente, por eso siempre he dicho que en nuestro pueblo y en nuestra generación volteábamos constantemente al cielo.

La gente ponía mucha atención al clima de los primeros 12 días del año, tiempo de las famosas cabañuelas, pues se tenía la convicción de que el clima de cada uno de esos días representaba como estaría el clima durante el mes correspondiente. Por ejemplo, el clima del día 9 de enero representaría el clima del mes de septiembre.

Algunas personas de mi pueblo eran consideradas sabias en este tema y tomadas en cuenta (muchas veces sin que ellos lo supieran) en momentos de decisiones importantes, como la hora de sembrar.  Esto sucedía especialmente en la siembra de temporal, en la que había que tratar de adivinar cuando empezarían a normalizarse las lluvias. Había también algunos cultivos, por ejemplo de hortalizas, que dependían mucho de saber si no iba a haber heladas que acabaran con las plantas o redujeran fuertemente la producción.

Recuerdo que en el verano había un período de tiempo, más o menos a finales de julio y principios de agosto, al que llamaban “la canícula”. Yo nunca entendí muy bien en qué consistía y cuánto duraba, pero si me acuerdo que la gente explicaba con eso la existencia de un período de tiempo en que había más enfermedades del estómago y otras situaciones. “Es que ya entró la canícula, decían”. A mi me daba la impresión de que los problemas de salud se debían más bien a tanta mosca, a que en esas temporadas las vacas comían muchas yerbas raras - y eso se reflejaba en la calidad de la leche- así como al incremento del calor húmedo.

Parece que en realidad la palabra “canícula” se relaciona con los días de mayor calor. También coincide con los días de agosto en que “hace un veranito”, es decir, que deja de llover por algunos días y por tanto se incrementa el calor; los días de este veranito a veces se hacen demasiados y agarran a la milpa en pleno crecimiento. Después supe que la palabra “canícula” viene desde tiempos inmemoriables y al parecer era una palabra que usaban ya los romanos y tenía relación con la constelación Can Mayor, que en esa época del año tenía una determinada posición en el cielo.

La gente se apoyaba mucho en los calendarios que distribuían en las tiendas a los clientes más frecuentes. Y es que los calendarios en ese tiempo no solamente se usaban para saber en qué día vivíamos; eran tomados muy en cuenta para asignarles nombres a los recién nacidos y también para conocer las fechas en que se iban a presentar las diferentes fases de la luna, o conocer con anticipación el día en que iban a caer las fechas más importantes del año.

Había un calendario muy famoso que todavía se sigue publicando: El Calendario del Más Antiguo Galván, que se publica desde el siglo XIX y que al parecer dio continuidad a otro calendario que ya se publicaba antes. 

En este calendario se explicaba, y se sigue explicando, con detalle cuando iniciaban las estaciones, cuando había eclipses, cuáles eran las principales festividades, tanto cívicas como religiosas, las ya mencionadas fases de la luna, Etc.

En realidad era un calendario muy barato, pero había que aprovechar una visita a Guadalajara para comprarlo y, por supuesto, la gente tenía otras prioridades más inmediatas, como comer, calzar o vestirse. 

Los calendarios que más me gustaban –y me siguen gustando- eran unos que producía una empresa que se llamaba Galas de México. Según he leído, la etapa en que se dio una mayor producción de esta empresa fue entre 1930 y 1960, aunque todavía se ven muchos calendarios con esas litografías que presentan cuadros muy nacionalistas, de pintores como el jalisciense Jorge González Camarena y el chihuahuense Jesús Helguera.

A mí me fascinaban de esos cuadros los detalles con que se recogía la realidad de la vida rural (en aquel tiempo la mayor parte de la población vivía en localidades pequeñas) y sobre todo la forma de realzar nuestras bellezas y el amor por nuestra patria. Algunas imágenes que he podido encontrar de estos calendarios me parece que hacían un excelente llamado a nuestro nacionalismo, resaltando símbolos que nos dan identidad, como la bandera, la Virgen de Guadalupe y el traje de charro. 

Por cierto que había algunos que me parecían que combinaban estas imágenes con otras más perturbadoras, pues las mujeres de estos cuadros no solamente eran bonitas, sino muy sensuales.

Según recuerdo, la mayor parte de los calendarios llegaban con anuncios de empresas cigarreras, como La Tabacalera Mexicana, Cigarrera La Moderna o Cigarros La Libertad. Esto era así porque estas empresas apoyaban a los comerciantes que distribuían sus productos obsequiándoles o dejándoles a buen precio los calendarios. Pero a veces esos mismos calendarios eran mandados hacer directamente por los dueños de tiendas, y hasta mi tío Lupe y mi tía Félix llegaron a mandar hacer calendarios bonitos.

Jesús Helguera tenía una serie de cuadros relacionados con nuestro pasado prehispánico, quizá los más famosos eran los que representaban las montañas del Popocatépetl y el Ixtacíhuatl

Además de que resaltaban nuestros mayores valores, me gustaba que estos cuadros ilustraban momentos cotidianos, que nos parecían cercanos y familiares. Recuerdo como me gustaba fijarme en los detalles de cuadros como éste de El Rebozo, donde pueden verse animalitos y objetos con los que nosotros crecimos, además de la forma tan clara con que Helguera retrató el orgullo de un hombre por poderle comprar un rebozo a su mujer, así como el sincero júbilo de ella por recibir un regalo, aunque pudiera parecernos muy modesto.

Aunque pareciera un poco contradictorio, a través de estos cuadros yo empecé a percibir que México en realidad era un país con una diversidad de regiones y de culturas.



Merolicos (vendedores ambulantes)

Escrito originalmente el 25 de julio de 2010




La palabra merolico no la usábamos cuando niños, pero creo que puede emplearse para referirse a los vendedores que de vez en cuando llegaban al pueblo, con un coche habilitado con una gran bocina, ofreciendo productos que tenían toda una gama de virtudes para la salud y para la belleza.

Regularmente los coches se estacionaban por un rato en dos o tres de las esquinas más estratégicas del pueblo, para que su mensaje llegara a la mayor cantidad de personas. Como no había mucho tráfico, a veces se estacionaban a media calle en los cruceros, sin que nadie se molestara; eso sucedía con frecuencia cuando llegaban a la esquina de la tienda de mi tía Félix.

Yo no sé si este tipo de vendedores seguirán visitando algunos pueblos, al nuestro dejaron de ir hace muchos años. Sería interesante conocer si alguien ha tenido la oportunidad de grabar o registrar las palabras utilizadas por los vendedores, en las que a través de su lenguaje trataban de mostrar sus amplios conocimientos, al igual que proyectar un tono de seriedad.

El “anunciador”, como le decíamos a veces cuando niños, una vez estacionado, sacaba un viejo micrófono cubierto con un pañuelo y después de soplarle para verificar su funcionamiento, saludaba con voz solemne a todas las señoras y señores, jóvenes y señoritas del pueblo y luego continuaba diciendo algo como: “Por encargo de los prestigiados laboratorios X, en esta ocasión venimos hasta la puerta de su hogar para ofrecerles una gran promoción para beneficio de su salud…” y continuaba con su perorata. Los niños y desocupados que andábamos por ahí empezábamos a acercarnos a cierta distancia, yo creo que por la novedad y porque el merolico lograba llamar nuestra atención y sentíamos que algo aprenderíamos, aunque algunos simplemente movidos por la curiosidad de ver quienes irían luego a comprar los productos anunciados.

El vendedor hacía una larga lista de los síntomas que podría tener la gente y que justificarían el empezar a usar el producto que ofrecía: “¿Se levanta Ud. por la mañana sintiendo en la boca un fuerte sabor a centavo?”. “Por las tardes termina Ud. con las piernas hinchadas?”. “¿Le duele la cabeza y siente Ud. mareos?”. “Tome Ud. el potente aceite de hígado de bacalao del Dr. Fulanito”. “Tres cucharadas diarias, una antes de cada comida, le ayudarán a Ud. señor, a Ud. señora, a Ud. joven o a Ud. señorita a eliminar todos esos síntomas.”.

“Se levanta Ud. por las mañanas con dolor en las articulaciones y tiene que decirle a su esposa “ay viejita, ayúdame a subirme al caballo”. Una fricción diaria con la pomada del veneno de abeja y verá Ud. como poco a poco sus problemas desparecerán”.

“¿Cuántas mujeres, a los tres meses de embarazo tienen su cara completamente cubierta de paño? Para ellas, les estamos trayendo en esta ocasión la famosísima crema de concha nácar”.

“Este producto, que en las farmacias lo encontrará Ud. con un precio de 30 pesos, en esta única ocasión, los prestigiados laboratorios X me han solicitado que lo traiga hasta la puerta de su hogar por la módica suma de 10 pesos. Sí señor, sí señora, solamente diez pesos en este carro, para que no pierda Ud. esta oportunidad. Además, si Ud. se lleva dos paquetes, como una promoción única, le costarán únicamente 15 pesos. Escuchó Ud. bien, señor, escuchó Ud. bien señora, solamente 15 pesos por dos paquetes de la milagrosa pomada de veneno de víbora de cascabel.”

No dejaba de tener su mérito el que estos vendedores pudieran hablar con detalle, por un buen rato, de todos los beneficios que podrían traer para la salud algunos productos tan simples como la levadura de cerveza, o las cápsulas de vitamina E.


Regularmente no vendían más de dos productos diferentes en cada visita, así que dedicaba al menos una media hora para hablar de las bondades de uno de ellos y después presentaba el segundo, para luego estar recordando a la gente su oferta. También en ocasiones ofrecían un precio especial a quien se llevara los dos productos, en ese sentido, convenía no avorazarse y pretender comprar lo primero que se anunciara.

Yo creo que los mejores clientes de estos vendedores eran mujeres, pues a la hora en que llegaban muchos de los esposos estaban trabajando en el campo o lejos de sus casas. De cualquier manera, las señoras tomaban las cosas con calma y se acercaban muy poco a poco a la unidad, aunque lo más común era que mandaran a alguno  de los hijos a hacer las compras. A mucha gente no le gustaba que los demás vieran que eran los primeros en ir a comprar algún producto, sobre todo cuando era un remedio para problemas como callos y pie de atleta, cucharadas para las lombrices, o algo que se refiriera a un problema de salud que uno prefiere mantener en la discreción. A otros realmente les daba igual y hasta parecían disfrutar el que se viera que tenían capacidad de compra o que se preocupaban por su salud.

“Venga Ud. señor, venga Ud. señora, acérquese a este aparato de sonido, o envié a uno de sus niños, pero no deje pasar la oportunidad. Recuerde que su salud es lo más importante”. En ocasiones, el vendedor simulaba que recibía un comprador, o decía “ya se están empezando a acercar personas que se preocupan por su salud, personas a las que les preocupa su bienestar…”. Con esto animaba a los que ya estaban decididos en comprar, pero les daba pena ser de los primeros. Por supuesto que en muchas de las ocasiones las mamás conocían ya los productos y estaban convencidas de sus beneficios y no dudo que estaban esperando una oportunidad para reponer algo que ya se habían gastado, así que pronto acudían a hacer su compra.

Lo que llevaban a vender podrían calificarse como medicamentos de uso general o complementos alimenticios, como reconstituyentes vitamínicos, jarabes para abrir el apetito, aceites, cremas, remedios para las reumas, pomadas. Es decir, regularmente no se vendían productos que pusieran en riesgo la salud por un mal uso. Tal vez lo que más se acercaba a un medicamento eran los jarabes para la tos.

En las últimas ocasiones en que llegué a ver estos vendedores, ya no tenían que aventarse todo el mensaje, que después de repetirlo durante horas debió haber sido bastante cansado, sino que lo llevaban grabado en un audiocassete. Cosas de los avances tecnológicos.

Había algunas ocasiones en que estos merolicos batallaban porque cuando estaban anunciando sus productos, su bocina era opacada por el sonido de alguno de los tocadiscos, que empezaban a dar algún anuncio que alguien había ordenado o simplemente a tocar las canciones preferidas de algún borrachín. En estas ocasiones, los vendedores mejor se retiraban hacia alguna otra parte del pueblo en la que se pudiera escuchar mejor su mensaje.

Como en otros casos, es difícil explicar porqué dejaron de visitar el pueblo estos merolicos. Yo supongo que la gente simplemente tuvo con el paso del tiempo más opciones para atenderse en problemas de salud o para comprar estos productos cuando iban a Poncitlán o a Guadalajara.  Es probable también que la gente confió más en la calidad de los productos que compraban directamente en una farmacia. Digo esto porque considero que se trataba de productos que aún a estas alturas siguen siendo muy necesarios.


Los cuentos (comics)

Escrito originalmente el 7 de mayo del 2006







Este es un tema del que tengo la impresión de que ya debía haber hablado en otra ocasión; y así debería serlo, pues los cuentos fueron muy importantes en nuestra niñez. En realidad estoy hablando más bien de los cuentos de monitos que nos acostumbramos a leer desde muy niños, aunque no recuerdo quién nos indujo en eso que luego se convirtió en un vicio.

Eran tiempos en que todavía no había luz eléctrica, pero eso no era impedimento para leer bastante, ya fuera por la tardecita o incluso en la noche, a la luz de un aparato de petróleo.

La verdad es que nosotros no éramos los únicos, pues había toda una red de intercambios y rentas en el pueblo. Me acuerdo ahorita de Jovita Reyes, ellos siempre tenían muchas revistas, las que a veces tenían en una tina para que uno fuera a revisarlas y decidir cuál alquilar.

La alquilada debió haber costado unos 30 centavos por revista y por unos tres días. Se suponía que las revistas tenían que regresar en una situación aceptable y no prestarse más adelante, pero esto último mucha gente se lo brincaba, procurando, claro, que no se diera cuenta el dueño.

Habían muchas revistas con una historia que terminaba en cada número, pero luego llegaron otras seriadas, así que una de las formas más efectivas de lograr la popularidad en el pueblo era a través de conseguir primero que nadie las nuevas ediciones de, por ejemplo, Lágrimas, risas y amor, o la de Memín Pinguín, de la misma manera que sucedía con el primero que compraba y llevaba al pueblo uno de los discos recién tocados en el radio.

Por mucho tiempo yo acaricié la posibilidad de poner un negocio de renta de cuentos; así que cuando mi papá hablaba de su intención de poner un negocio (cosa que hacía con cierta frecuencia, pero nunca teníamos dinero) yo salía con mi idea del negocio de alquiler de cuentos. Y en alguna ocasión pude implementarlo: puse dos clavos en las paredes de adobe, junto a la puerta de la casa, unidos por un mecate de ixtle y ahí colgaba las revistas. Los clientes, casi siempre niños, se sentaban en la banqueta para leer los cuentos. Había también la posibilidad de alquilar el cuento para llevárselo a la casa, lo que implicaba una tarifa diferente. No recuerdo porqué ya no continué con el negocio; pudo haber sido porque llegó un momento en que me di cuenta de que había que invertirle bastante a la compra de nuevas revistas para poder mantener el interés de los clientes y yo no tenía los medios para ir por mi cuenta a comprarlas.

Quien también alquilaba cuentos en el centro era Victorio Campos, el hermano de Toño y José Luis; para muchos, invertir parte de su domingo en leer un buen cuento era algo muy satisfactorio, por ahí cerca de la plaza o en el Zalate. Victorio a veces se instalaba exhibiendo los cuentos con la técnica que ya les comenté, pero muchas veces solamente se cargaba con su paquetote de cuentos y ya cada quién tenía que revisarlos para encontrar el, o los que más le interesaban. Victorio siempre era algo nervioso, así que se desesperaba cuando la gente leía muy lentamente, pues eso le restaba la posibilidad de rentar el cuento otra vez. Igualmente, estaba muy al pendiente de que la gente no quisiera darle una repasada después de haber llegado al final; quien quisiera hacerlo tenía que aceptar pagar otra renta. Por supuesto que también estaba muy prohibido, ponerse a un lado o atrás de quien estuviera leyendo, para ver que se alcanzaba a entender.

Después surgieron las fotonovelas, con los galanes de moda, que causaron sensación, sobre todo entre las jovencitas y las señoras.

Una lista apresurada de los títulos que me tocó leer sería la siguiente, separando los producidos en México de aquellos que venían de Estados Unidos:

Mexicanos:
Lagrimas, risas y amor
Memín Pinguín, que nosotros pronunciábamos “Pingüín”
La novela semanal (ésta a mí me parecía como que era para señoras)
El Charrito de Oro
El Santo
Neutrón
El Valiente
El Látigo Negro
Doctora Corazón
Historias y Leyendas de la Colonia (terror)
Kalimán
Tawa

Todas estas eran revistas en blanco y negro, o en tonos de café con blanco; las revistas que se veían a color se notaba que eran en su mayoría extranjeras.

Mi primo Pepe compraba muy frecuentemente una revista que se especializaba en temas de futbol. También era muy popular una revista que se llamaba Alarma y que era muy amarillista.

En la era de las revistas a color:

Los supersabios
Viruta y Capulina
Hermelinda Linda
Aniceto
Vidas ejemplares

Por mucho tiempo también se pusieron de moda las revistas de bolsillo, principalmente de chistes ilustrados.

De Estados Unidos:
Archie
Bugs Bunny
Chip and Dale
Lorenzo y Pepita
Micky Mouse
El Pájaro Loco
El Pato Donald
La pequeña Lulú
Periquita
Porky y sus amigos
Susie, secretos del Corazón
Tarzan
Tobi y sus amigos
Tom y Jerry

Unas de vaqueros: Roy Rogers; Hopalong Cassidy, Gene Autry y, por supuesto, El Llanero Solitario.

De super héroes

Batman
Superman
La legión de super héroes
Linterna verde
Flash
La mujer maravilla
Los cuatro fantásticos

Recuerdo que en alguna ocasión pusieron en el templo una lista de revistas que la iglesia desaprobaba, por razones que no se explicaban suficientemente. A mí me sorprendió mucho el que se incluyera una gran cantidad de los títulos que más circulaban por el pueblo; la sorpresa también se dio porque en la casa del Padre Flores era muy frecuente encontrar cosas que leer, muchas veces revistas de las más caras.

¿Cómo fue que se perdió poco a poco ese interés por la lectura de cuentos? Yo supongo que fue por la llegada de la televisión. La gente empezó a invertir más tiempo en ver imágenes con movimiento y voz. Seguramente también muchos pensaron que era demasiado lujo pensar en seguir alquilando cuentos y ahorrar para pagar la electricidad consumida por la TV.


Los tocadiscos públicos

Escrito originalmente el 15 de agosto del 2004














El tema propuesto se me ocurrió porque hoy por la mañana vi en una tienda de Walmart un disco de Chelo, una cantante que en San Miguel fue muy conocida, pues mi tía Carmen Rojas tocaba sus discos casi todos los días.

Ya en otras ocasiones he mencionado algo de la importante función que jugaban, y siguen jugando, los micrófonos en nuestro pueblo. Platiqué cómo mi tía Félix compró uno de estos aparatos convencida de que con ello se impulsaría el progreso de San Miguel.  Al escribir esto estoy reviviendo en mi memoria algunas escenas de los primeros días en que se tuvo el dichoso aparato.  Mi tío Beto instaló la bocina sobre un tubo en el techo de la tienda, para ganar altura y de esta manera tener una cobertura de todo el pueblo con el sonido.

Mi tía aprendió a usar el aparato y lo instaló en un rinconcito de la tienda. Estableció una tarifa por disco tocado y anuncio emitido. Pronto empezaron a llegar toda clase de clientes, siendo principalmente los borrachos que querían escuchar sus canciones favoritas y/o dedicárselas a sus compañeros de parranda; los parientes de los cumpleañeros, que deseaban felicitarlos; los enamorados, que igualmente querían poner la canción que podía enviarle un mensaje a la novia. Regularmente este mensaje de los enamorados era de amor, pero no era raro que cuando las cosas dejaban de marchar bien, los novios despechados o traicionados hicieran uso de este medio de comunicación para descargar su inquina contra la dama.

La parte de este negocio que tal vez tuvo que ver con el progreso del pueblo se relacionaba con los anuncios de tipo comercial que se hacían por este medio. Anuncios del tipo de: “Se les anuncia a todo el pueblo en general, que en la casa del Sr. Fulano de Tal les estarán ofreciendo mañana carne de puerco, y para el mediodía unos sabrosos chicharrones”. O aquel de “en la casa de la señora fulana de tal les están ofreciendo pozole y cena, todo muy rico y muy bien preparado, con su refresco al gusto de cada persona…”

Otros usos también más de provecho eran aquellos con los que se llamaba a los jugadores de futbol o de baseball para que se reunieran, porque iban a salir a jugar. O las convocatorias a juntas por parte de los ejidatarios o del pueblo en general para algún asunto de interés común.  Pensándolo bien, efectivamente este instrumento podía dar algunos beneficios para el progreso del pueblo.

El procedimiento típico era que mi tía ponía un disco y se ponía a despachar en la tienda; al terminarse la canción, mi tía corría al aparato y quitaba la aguja, (no sin producir un ruido bastante estruendoso) luego daba vuelta al volumen del micrófono y le soplaba para probar que estaba funcionando bien, para enseguida aventarse el mensaje. Ni que decir que en ocasiones mi pobre tía no se daba abasto con esta doble actividad y empezaba a renegar; había veces que el disco se acababa y se quedaba dando vueltas, hasta que mi tía tenía oportunidad de dejar lo que estaba haciendo y quitarlo.

Las quejas de los clientes no se hacían esperar, porque además luego mi tía no podía tocar los discos en la secuencia que ellos querían. Había quienes se aferraban en tocar pura música de un solo cantante durante varias horas del día. Ahora me admiro de que la gente no protestara, porque todo mundo tenía que soplarse las canciones de Chelo Silva, Javier Solís, Los Dandys y otros artistas, simplemente porque alguien andaba decepcionado y tenía para pagar los 10 pesos que costaba la hora. Una escena común era que llegaba a la tienda un niño para pedirle a mi tía, de parte de sutanito, que le pusiera un determinado disco, y que pasara un mensaje para que todo el pueblo lo escuchara. 

Yo creo que mi tía pronto se dio cuenta de que su idea tenía muchos inconvenientes. Para acabarla de amolar, luego empezaron a surgir las burlas por algunos errores que mi tía cometía al anunciar. Por ejemplo: ya mencioné que decía “se les avisa a todo el pueblo...”. También cuando anunciaba juntas terminaba el mensaje diciendo “... no dejen de faltar”. Obviamente lo contrario de lo que se esperaba.


Pero, con todos estos asegunes, nuestra época de niñez y juventud estuvo muy ligada a estos aparatos.  Muchos novios seguramente disfrutaron por la noche la música que se expandía por el pueblo, como el perfume de las flores y de los árboles. Algunas canciones que recuerdo en este momento que a mí me recordaban el que había que ir a ver a la novia eran por ejemplo las de “Esta noche voy a verla…” de Juan Gabriel; ahorita recordé otra de los Freddys que en la letra decía… “… yo nada quiero del mundo, si estoy cerquita de ti, contigo lo tengo todo y tu me tienes a mí. Por eso todas las noches me voy en busca de ti, y te encuentro por la calle, casi viniendo hacia mí.” 

La afición por el cine





















Alguien me preguntó hace poco por el cine en San Miguel. Me preguntaron si en mi pueblo también se acostumbraba que dieran cine en la calle. Le comenté que sí, que de vez en cuando iban compañías refresqueras que pasaban una película gratuita y en la compra de un refresco regalaban un boleto para sortear luego artículos como vasos, charolas, destapadores, Etc. Creo que nosotros nunca nos sacamos nada, pero nos divertíamos mucho viendo el cine. Quien con mucha frecuencia se sacaba cosas era mi primo Jorge. Yo dudaba que fuera simplemente por una cuestión de suerte y lo atribuía a que los organizadores le daban más boletos a mi tío Lupe porque él tenía el puesto junto a la plaza, donde vendían muchos refrescos, o simplemente porque Jorge se llevaba varias botellas a  destapar y por tanto conseguía más boletos y oportunidades de ganar.

Regularmente la película que pasaban era muy vieja, pero divertida. A la gente le gustaban especialmente las películas texanas o rancheras mexicanas.  Recuerdo que era común que si alguien llegaba al lugar cuando ya la película había empezado, preguntaba al primero que se dejaba si ya había salido “el texano”. Otro personaje famoso era “gorra prieta”, un cuate con cara de menso que se la pasaba haciéndose pelotas y en constante peligro frente a los indios.

La función de cine gratis se daba casi siempre enfrente de la escuela primaria vieja, a veces proyectando en una manta, o a veces simplemente usando la pared como pantalla. Mucha gente llevaba sus sillas cargando, aunque otros se sentaban en piedras o hasta en el suelo.

Cines más formales eran el Cine California, propiedad de la familia Villarruel. Nunca tuvieron un espacio techado; por mucho tiempo la función se daba en el corral de la casa de Filemón Ramírez, con el riesgo de que lloviera y todo mundo tuviera que arrejolarse debajo de unos tejabanes.

Hay mucho que platicar con respecto a lo que el cine significaba para la gente del pueblo: mucha gente vendía maíz, huevos y otras cosas para completar lo que el cine costaba (que no era mucho). Muy posiblemente tendrían problemas para comer el lunes, pero el disfrute de la función del domingo nadie se los quitaría.

Había quienes no se perdían función, por lo que eran reconocidos como gente que sabía del asunto, así que era a quien acudían los demás si no se aguantaban las ganas de saber con anticipación el final de la película o, en caso de que hubiera una falla en la proyección, este paisano sabría si la falla podría significar que se perdiera una parte de la película.

El otro cine, más formal, era el cine Bugazán, del cual yo no sabía entonces porqué se llamaba así.  En mi vida de adolescente prácticamente todos los domingos había que ir al cine. Visto a la distancia, uno diría que realmente era un ambiente poco atractivo y recomendable el que se daba dentro de la sala de cine, pero en ese tiempo nos parecía de lo más normal. Por principios de cuentas, las bancas de madera eran muy duras, mucha gente fumaba y después supe que algunos vagos hasta se orinaban por debajo de las bancas. Este cine si tenía baños, pero uno como hombre más o menos la libraba, cerrando bien los ojos, la bronca más canija era para las mujeres, que siempre iban al cuartito en grupos de dos o tres personas.


Realmente era un sacrificio ir al cine, pues el equipo de proyección era muy viejo y solamente tenía capacidad para proyectar un rollo, la sexta parte de la película, sin interrupción. Una vez terminado el rollo había que reembobinar la cinta y volver a poner el otro rollo, lo que significaban unos 5 minutos entre cada rollo. No sé cuantas horas perdimos en esos espacios de espera. Sin embargo, la gente salía regularmente contenta y dispuesta en ocasiones a caminar entre el agua y el lodo si caía una tormenta, lo cual era bastante frecuente.

Nuestros programas de TV

Escrito originalmente el 28 de marzo de 2004.






La televisión llegó al pueblo hacia 1966, cuando yo tenía unos 11 años, así que ya no estaba tan niño. Ya comenté en cuales casas acostumbraba meterme para ver si me dejaban verla, aunque tuviera que pagar algo.  Creo que se me olvidó incluir en la lista a la casa de mi tía Tola, dónde obviamente no nos cobraban y a donde especialmente recuerdo que íbamos a veces los domingos en la tarde y veíamos un programa que se llamaba Domingos Herdez.

También mencioné que en la casa de mi tío José Carranza a las muchachas les gustaba ver programas musicales de los artistas del momento, en cuanto a música ranchera había un programa que duró muchos años, el de Noches Tapatías.

La oferta de canales no era muy grande: el canal 2 de la ciudad de México; el 4 y el 6 de Guadalajara; mucho tiempo después entraron el 5 y el 13, también de la ciudad de México. Desde entonces, el canal 2 transmitía programas producidos en el país; algunos de ellos cómicos, varios musicales, partidos de futbol y ya se empezaba a explorar el negocio de las telenovelas.

En las tardes había algunos programas para niños, que ahora nos parecerían bastante enfadosos, por cierto, como el del payaso “Canelita” en el canal 6. Aunque la gente adulta empezaba ya por esas fechas a gustar de las telenovelas; algunas que recuerdo de ese tiempo eran El Derecho de Nacer y María Isabel. 

El Canal seis transmitía principalmente programas gringos, doblados al español. Algunos de los que recuerdo son: Los intocables, Bonanza, El fugitivo, Viaje al fondo del mar; Daktari, Mi marciano favorito, Mi bella genio, El caballo que habla, La isla de Guilligan, Combate, Super Agente 86, La ley del revólver, Bat Masterson. y más tarde Perdidos en el espacio, que realmente echaba andar mi imaginación. Un programa que pasaban el domingo por la noche era el de Disneylandia, muy bonito. Hay un canal de cable actual que se llama Retro, que transmite algunos de estos programas.


El canal 4 transmitía más películas, espectáculos musicales y eventos deportivos. Ya mencioné que había mucha afición en el pueblo por ver la lucha libre; lo mismo sucedía con el futbol. Recuerdo haber visto desde muy chavo partidos del Atlas y del Guadalajara. Por alguna razón me gustó más el estilo de juego del Atlas. Para mí fue un gran acontecimiento el ver la imagen de jugadores y locutores que yo había conocido primeramente a través del radio.

Días de radio

Escrito originalmente el 23 de noviembre de 2003






La radio tuvo una importancia muy fuerte en nuestras vidas cuando éramos niños. La gente tenía entonces una capacidad muy desarrollada para traducir a imágenes lo que escuchaba, por ejemplo en el caso de las novelas.

Cuando era niño, muy poca gente tenía aparatos de radio. Los primeros que fueron llegando al pueblo eran principalmente de los que traían los norteños; algunos de pilas y otros de corriente.  Los radios grandes eran de bulbos, que tardaban un ratito en calentarse y encender.

Según mis recuerdos, el primer radio que nosotros tuvimos fue un radio chiquito, portátil, que a lo mejor nos trajo mi tío Pedro Ornelas de EUA.  No se oía muy fuerte y además teníamos el problema de que lo queríamos oír todos al mismo tiempo.  Mi mamá quería escuchar novelas y mi papá llevárselo al trabajo.

Antes de eso, cuando había algún acontecimiento importante, había que buscar en donde le daban a uno la oportunidad de escuchar el radio. Apenas me acuerdo, por ejemplo de las peleas de un boxeador de Guadalajara que se llamaba José Becerra. Mucha gente buscaba reunirse donde hubiera un radio para escuchar la pelea. Recuerdo alguna ocasión varias personas en casa de mi tía Félix tratando de captar la señal de radio de una pelea (para lograrlo se cambiaba de orientación el aparato hasta encontrar en qué posición se escuchaba mejor). A veces estas peleas las transmitían en vivo, con el horario de donde pelearan nuestros paisanos, así que si peleaban en Korea o Filipinas, probablemente hubiera gente queriendo escuchar la radio en la madrugada.  Yo tenía la idea de que las dificultades para que se escuchara bien la transmisión se debían a la distancia del lugar donde se estaba realizando la pelea.

La gente de nuestro pueblo ha sido ingenua tradicionalmente. Lo comento porque creo que yo ya estaba joven cuando un día ví a una señora muy contenta, diciendo que su hijo había llegado de Tijuana y le había traído un radio que se sabía las mañanitas. Hubo quienes, cuando compraban un radio lo abrían para ver si por dentro había algunos enanitos que serían los que hablaban o cantaban.

La estación de radio que más se escuchaba era seguramente la XEW, de la cual después me di cuenta que las siglas significaban MEX, pero al revés. La programación incluía novelas (“Chucho el Roto” sería una de las más famosas) pero también programas cómicos como “El Risámetro” o “El Cochinito”.

A mi papá después le gustaba escuchar una estación de Monterrey, creo que era la XET que tenía una gran potencia de transmisión; también la “B” grande de México.

En Guadalajara había una cadena de cinco estaciones que les llamaban “Las cinco ondas de la alegría”: una era la XEHL con baladas y música de moda, otra era la XEBA, con pura música ranchera, de la que a mí hasta me avergonzaba que fuera tan popular en San Miguel; había otra de música tropical, “la cotorra” y de las demás no me acuerdo.

De esas cinco estaciones, a los jóvenes nos gustaba más la XEHL, pues tocaban la música popular, pero moderna. Recuerdo el gran gusto que me dio cuando muy niño conocí un edificio que estaba cerca del aeropuerto de Guadalajara, en donde estaba una gran antena desde donde transmitía esta estación.  La gente grande sentía que esa música estaba demasiado alocada y que debíamos de preservar nuestra identidad prefiriendo la música ranchera, como la que transmitían en la XEBA, “Radio Gallito”.

Si la HL les parecía demasiado moderna y ajena a nuestras costumbres, mucho más les parecía el Canal 58, que transmitía solamente canciones en inglés, aunque también transmitía los partidos de béisbol de los Charros de Jalisco. A algunos de mis primos les gustó por un tiempo escuchar una estación que se llamaba la XEZZ y que transmitía únicamente música instrumental; a mí en aquel tiempo no me agradaba mucho, pero es increíble la cantidad de tiempo que he invertido años después para conseguir algunas melodías que estaban de moda entonces y que tocaban en esa estación.

De niño yo desarrollé el gusto de escuchar por radio los partidos de futbol; así que muchas veces me acostaba y me quedaba dormido oyendo los partidos del Atlas o del Guadalajara, también el béisbol, con los partidos de los Charros de Jalisco. A mi papá le parecía bastante ocioso que yo gastara mi tiempo y las pilas escuchando estos partidos, pero poco a poco se fue interesando y llegó un momento en que los papeles se invirtieron y él era quien deseaba escuchar los partidos.

Al escribir esto, estuve recordando muchas de las imágenes que venían a mi mente cuando yo era niño y escuchaba el radio; tal vez muchas de ellas eran muy diferentes de la realidad; por ejemplo, después supe que los personajes de “La tremenda corte” no se parecían en nada a la imagen que yo me hice de ellos, pero ¿importa eso?