Este es un tema del que tengo la
impresión de que ya debía haber hablado en otra ocasión; y así debería serlo,
pues los cuentos fueron muy importantes en nuestra niñez. En realidad estoy
hablando más bien de los cuentos de monitos que nos acostumbramos a leer desde
muy niños, aunque no recuerdo quién nos indujo en eso que luego se convirtió en
un vicio.
Eran tiempos en que todavía no había
luz eléctrica, pero eso no era impedimento para leer bastante, ya fuera por la
tardecita o incluso en la noche, a la luz de un aparato de petróleo.
La verdad es que nosotros no éramos
los únicos, pues había toda una red de intercambios y rentas en el pueblo. Me
acuerdo ahorita de Jovita Reyes, ellos siempre tenían muchas revistas, las que
a veces tenían en una tina para que uno fuera a revisarlas y decidir cuál
alquilar.
La alquilada debió haber costado unos
30 centavos por revista y por unos tres días. Se suponía que las revistas
tenían que regresar en una situación aceptable y no prestarse más adelante,
pero esto último mucha gente se lo brincaba, procurando, claro, que no se diera
cuenta el dueño.
Habían muchas revistas con una
historia que terminaba en cada número, pero luego llegaron otras seriadas, así
que una de las formas más efectivas de lograr la popularidad en el pueblo era a
través de conseguir primero que nadie las nuevas ediciones de, por ejemplo, Lágrimas, risas y amor, o la de Memín Pinguín, de la misma manera que
sucedía con el primero que compraba y llevaba al pueblo uno de los discos
recién tocados en el radio.
Por mucho tiempo yo acaricié la
posibilidad de poner un negocio de renta de cuentos; así que cuando mi papá
hablaba de su intención de poner un negocio (cosa que hacía con cierta
frecuencia, pero nunca teníamos dinero) yo salía con mi idea del negocio de
alquiler de cuentos. Y en alguna ocasión pude implementarlo: puse dos clavos en
las paredes de adobe, junto a la puerta de la casa, unidos por un mecate de
ixtle y ahí colgaba las revistas. Los clientes, casi siempre niños, se sentaban
en la banqueta para leer los cuentos. Había también la posibilidad de alquilar
el cuento para llevárselo a la casa, lo que implicaba una tarifa diferente. No
recuerdo porqué ya no continué con el negocio; pudo haber sido porque llegó un
momento en que me di cuenta de que había que invertirle bastante a la compra de
nuevas revistas para poder mantener el interés de los clientes y yo no tenía
los medios para ir por mi cuenta a comprarlas.
Quien también alquilaba cuentos en el
centro era Victorio Campos, el hermano de Toño y José Luis; para muchos,
invertir parte de su domingo en leer un buen cuento era algo muy satisfactorio,
por ahí cerca de la plaza o en el Zalate. Victorio a veces se instalaba
exhibiendo los cuentos con la técnica que ya les comenté, pero muchas veces
solamente se cargaba con su paquetote de cuentos y ya cada quién tenía que
revisarlos para encontrar el, o los que más le interesaban. Victorio siempre era
algo nervioso, así que se desesperaba cuando la gente leía muy lentamente, pues
eso le restaba la posibilidad de rentar el cuento otra vez. Igualmente, estaba
muy al pendiente de que la gente no quisiera darle una repasada después de
haber llegado al final; quien quisiera hacerlo tenía que aceptar pagar otra renta.
Por supuesto que también estaba muy prohibido, ponerse a un lado o atrás de
quien estuviera leyendo, para ver que se alcanzaba a entender.
Después surgieron las fotonovelas,
con los galanes de moda, que causaron sensación, sobre todo entre las jovencitas
y las señoras.
Una lista apresurada de los títulos
que me tocó leer sería la siguiente, separando los producidos en México de
aquellos que venían de Estados Unidos:
Mexicanos:
Lagrimas, risas y amor
Memín Pinguín, que nosotros
pronunciábamos “Pingüín”
La novela semanal (ésta a mí me
parecía como que era para señoras)
El Charrito de Oro
El Santo
Neutrón
El Valiente
El Látigo Negro
Doctora Corazón
Historias y Leyendas de la Colonia (terror)
Kalimán
Tawa
Todas estas eran revistas en blanco y
negro, o en tonos de café con blanco; las revistas que se veían a color se
notaba que eran en su mayoría extranjeras.
Mi primo Pepe compraba muy
frecuentemente una revista que se especializaba en temas de futbol. También era
muy popular una revista que se llamaba Alarma y que era muy amarillista.
En la era de las revistas a color:
Los supersabios
Viruta y Capulina
Hermelinda Linda
Aniceto
Vidas ejemplares
Por mucho tiempo también se pusieron
de moda las revistas de bolsillo, principalmente de chistes ilustrados.
De Estados Unidos:
Archie
Bugs Bunny
Chip
and Dale
Lorenzo
y Pepita
Micky Mouse
El Pájaro Loco
El Pato Donald
La pequeña Lulú
Periquita
Porky y sus amigos
Susie, secretos del Corazón
Tarzan
Tobi y sus amigos
Tom y Jerry
Unas de vaqueros: Roy Rogers;
Hopalong Cassidy, Gene Autry y, por supuesto, El Llanero Solitario.
De super héroes
Batman
Superman
La legión de super héroes
Linterna verde
Flash
La mujer maravilla
Los cuatro fantásticos
Recuerdo que en alguna ocasión
pusieron en el templo una lista de revistas que la iglesia desaprobaba, por
razones que no se explicaban suficientemente. A mí me sorprendió mucho el que
se incluyera una gran cantidad de los títulos que más circulaban por el pueblo;
la sorpresa también se dio porque en la casa del Padre Flores era muy frecuente
encontrar cosas que leer, muchas veces revistas de las más caras.
¿Cómo fue que se perdió poco a poco
ese interés por la lectura de cuentos? Yo supongo que fue por la llegada de la
televisión. La gente empezó a invertir más tiempo en ver imágenes con movimiento
y voz. Seguramente también muchos pensaron que era demasiado lujo pensar en
seguir alquilando cuentos y ahorrar para pagar la electricidad consumida por la TV.
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